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El modelo de la ilusión: la productividad artificial de China y el callejón sin salida de la sobreproducción controlada por el Estado

El modelo de la ilusión: la productividad artificial de China y el callejón sin salida de la sobreproducción controlada por el Estado

El modelo de la ilusión: la productividad artificial de China y el callejón sin salida de la sobreproducción controlada por el Estado

El tsunami de subsidios: la avalancha de productos chinos tiene un precio oculto, y es gigantesco.

El engaño de los 900 mil millones de dólares: cómo Pekín infla artificialmente su industria y engaña al mundo.

El mundo observa a China y presencia un aparente milagro económico: exportaciones récord de coches eléctricos, dominio en la fabricación de paneles solares y una producción de acero que eclipsa a la del resto del mundo. Las cifras de producción sugieren una imparable máquina de eficiencia que hace tiempo superó a Occidente. Pero tras las relucientes fachadas de las superfábricas se esconde una profunda contradicción, el «modelo ilusorio»: en promedio, un trabajador chino genera solo una cuarta parte del valor de un trabajador europeo. ¿Cómo puede un sistema que produce tanto ser tan ineficiente a la vez?

Si bien algunos economistas, como Weijian Shan, sostienen que Occidente simplemente subestima la verdadera productividad de China debido a distorsiones de precios, un análisis más detallado, realizado principalmente por el Fondo Monetario Internacional (FMI), revela una realidad completamente distinta. No se trata de un error de medición, sino de un sistema: una gigantesca sobreproducción financiada por el Estado que solo simula eficiencia. Con casi 900 mil millones de dólares anuales —alrededor del cinco por ciento del PIB nacional—, Pekín está inflando artificialmente el valor de sus industrias clave.

Este modelo de productividad artificial se sustenta en una opaca red de subsidios directos, préstamos baratos, exenciones fiscales y deuda oculta con los gobiernos locales. Ha generado una sobrecapacidad global masiva en industrias clave como los vehículos eléctricos, la producción de acero y la tecnología solar, distorsionando los mercados mundiales y ocultando las verdaderas capacidades de las empresas. El texto que sigue revela cómo la economía estatal china confunde volumen con valor, sustituye la eficiencia por subsidios y ha creado un sistema atrapado en un peligroso callejón sin salida de mala asignación de recursos.

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Cuando el volumen reemplaza a la eficiencia: El gran engaño tras las cifras

La economía china se presenta al mundo como un prodigio de la productividad moderna. Gigantescas fábricas producen millones de bienes a diario: vehículos eléctricos, paneles solares, acero, semiconductores y baterías. Las estadísticas parecen convincentes. China produce más que cualquier otra nación del planeta, sus industrias están completamente modernizadas y su fuerza laboral parece funcionar como una máquina de precisión. Pero esta imagen brillante es un espejismo, una ilusión óptica que se desvanece en cuanto se mira más allá de las apariencias.

La principal contradicción es la siguiente: un trabajador chino genera apenas un 27 % del valor añadido anual de un trabajador europeo. Al mismo tiempo, en China trabajan diez veces más personas en la industria que en Estados Unidos, pero producen solo 1,5 veces más bienes y servicios. Esto no es un error estadístico ni de medición, sino la consecuencia directa de una política económica que confunde producción con productividad y que, por lo tanto, ha creado un sistema que se sustenta mediante subsidios estatales.

La paradoja de las subvenciones: Un cálculo edulcorado

El economista Weijian Shan ha intentado explicar esta paradoja. En su análisis, argumenta que las estadísticas occidentales subestiman sistemáticamente la productividad china. Las bajas cifras de valor añadido no se deben a un déficit de eficiencia real, sino a precios artificialmente bajos para los productos chinos, causados ​​por los tipos de cambio y la fijación de precios políticos. Si se tuvieran en cuenta estos factores, las fábricas chinas podrían alcanzar el 80 % de la productividad estadounidense. La lógica de Shan parece convincente hasta que se comprende el verdadero fundamento de su argumento.

Las cinco industrias en las que se basa Shan —acero, cemento, automoción, construcción naval y electrónica— no se eligieron al azar. Son los sectores más subvencionados de China. Los fondos estatales fluyen hacia estas industrias a una escala que desafía la imaginación occidental. La verdadera productividad de estas industrias no está oculta; está enormemente oscurecida. Shan comete un importante error metodológico. Omite de sus cálculos la fuente crucial de esta aparente eficiencia: los billones de dólares en transferencias estatales que mantienen a flote todo el sistema.

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El diagnóstico del FMI: Cómo los subsidios frenan la productividad

El Fondo Monetario Internacional (FMI) abordó el tema y llegó a un diagnóstico preciso y revelador. El FMI utilizó los mismos conjuntos de datos que Shan: estadísticas de producción de la Oficina Nacional de Estadística de China, complementadas con datos comparativos del Banco Mundial. La diferencia no radicaba en los datos brutos, sino en la metodología analítica. El FMI tuvo en cuenta todas las transferencias gubernamentales: donaciones directas, exenciones fiscales, préstamos subvencionados, precios de la energía subvencionados y terrenos edificables gratuitos. El resultado ofrece una perspectiva completamente distinta.

Según cálculos del FMI, Pekín destina aproximadamente el cinco por ciento de su producto interno bruto anual a subsidios industriales y tecnológicos. Esto equivale a unos 900.000 millones de dólares al año. Para ponerlo en perspectiva, es aproximadamente el doble del presupuesto militar de toda la Unión Europea. Las mayores sumas se invierten en la producción de acero, la fabricación de celdas para baterías y la industria automotriz. Parte de este dinero se paga como primas de compra directa, mientras que el resto se oculta en los canales informales de una economía organizada de arriba abajo: exenciones fiscales, préstamos con tasas de interés inferiores a la tasa de referencia, precios de la energía artificialmente bajos e inversiones en infraestructura cuya rentabilidad nunca se consideró un objetivo primordial.

Según el modelo del FMI, la productividad general de los factores en las industrias subvencionadas cae hasta un doce por ciento. Esto no es una sutileza académica, sino la esencia misma de la disfunción económica. Significa que el Estado utiliza capital barato para canalizar recursos hacia actividades que no serían viables sin este apoyo. Empresas que deberían haber quebrado hace mucho tiempo se mantienen artificialmente vivas. Se acumulan excesos de capacidad. Los precios de mercado se desploman. Y, sin embargo, la producción continúa porque las autoridades locales tienen que cumplir sus cuotas y el banco central proporciona dinero barato.

La máquina oculta de la deuda: La falta de transparencia como sistema

Otro informe, el llamado Informe de Tinta Roja del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, confirma estos hallazgos y los desarrolla con mayor detalle. Los expertos en China DiPippo, Mazzocco y Kennedy analizaron cientos de presupuestos provinciales y locales y descubrieron un sistema de una complejidad asombrosa. Aproximadamente el 30 % de toda la inversión industrial en China se financia directa o indirectamente con fondos estatales. En sectores clave como la tecnología solar, la química y la producción de celdas de baterías, este porcentaje es considerablemente mayor; algunas fuentes citan cifras de hasta el 50 % o el 70 %. Los fondos fluyen a través de una densa red de plataformas de finanzas municipales, parques industriales y fondos de inversión. Este sistema está diseñado deliberadamente para ser opaco, ya que, de lo contrario, su magnitud estadística se haría evidente: las deudas de los gobiernos locales, los pasivos ocultos, las amortizaciones que habría que realizar.

Los vehículos de financiación municipal, también conocidos como plataformas de inversión locales, son una característica singular del sistema chino. Se crean para captar fondos al margen de las restricciones presupuestarias habituales y financiar proyectos. Con el paso de los años, esta práctica se ha descontrolado por completo. Las deudas ocultas de estos gobiernos locales ascendían a aproximadamente 14,3 billones de yuanes (unos 1,8 billones de euros) en 2023. A principios de 2024, el gobierno de Pekín se vio obligado a anunciar un programa de crisis destinado a reducir estas deudas ocultas a un tercio en un plazo de cinco años. Esto significa, por otra parte, que una gran parte de estas deudas procedían de inversiones que fracasaron económicamente. Ahora solo existen en papel y en el suelo.

 

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La trampa de los subsidios de Pekín: miles de millones para el exceso de capacidad

Centrarse en los siguientes sectores: electromovilidad, acero y tecnología solar.

Este sistema resulta particularmente evidente en el caso de los vehículos eléctricos. China ha exportado más de un millón de coches eléctricos al año. Los fabricantes no se limitan a recibir energía subvencionada y préstamos preferenciales. El gobierno financia la construcción de nuevas fábricas, invierte en puertos y conexiones ferroviarias, incluso cubre parcialmente los costes laborales y otorga una prima de compra directa por cada vehículo producido. El resultado es una productividad por trabajador que, según las estadísticas de Shan, se presenta como prueba de una alta productividad. En realidad, se trata de una ilusión matemática. Sin estas transferencias, la producción sería mucho menor, el número de empleados significativamente inferior y los precios considerablemente más altos.

El mismo patrón se observa en el sector siderúrgico. China produce más de mil millones de toneladas de acero al año, mientras que Estados Unidos produce solo unos 90 millones. En relación con el tamaño de su fuerza laboral, se trata de un logro impresionante. Sin embargo, la OCDE ha calculado que China subsidia su sector siderúrgico diez veces más que los 38 países miembros de la OCDE juntos. La energía subsidiada mantiene a flote plantas que no sobrevivirían en un mercado competitivo internacional. El crédito barato permite operar plantas que no son rentables. El resultado es una sobrecapacidad global que reduce el precio del acero a nivel mundial. La producción se mantiene alta, los márgenes se mantienen reducidos y la productividad aparenta ser mayor de lo que realmente es.

El destino de la industria solar china resulta particularmente ilustrativo. Entre 2010 y 2023, más de 200.000 millones de dólares estadounidenses se invirtieron en este sector en forma de incentivos a la compra directa, exenciones fiscales, financiación de infraestructuras y subvenciones a la investigación. Los compradores de paneles solares recibieron descuentos de hasta el 30%, y diez años de exención del IVA redujeron aún más los precios. Los gobiernos provinciales y locales invirtieron miles de millones en la creación de plantas de producción, a menudo sin tener en cuenta la demanda real ni la rentabilidad. El resultado fue un volumen de producción que superó con creces la demanda mundial. El sector creció hasta alcanzar proporciones gigantescas antes de que Pekín se percatara de su insostenibilidad. Para 2025, los efectos se hicieron evidentes: China estaba reduciendo significativamente su capacidad de producción solar, eliminando gradualmente las devoluciones de impuestos a la exportación y, tras años de prácticas de dumping, los precios comenzaban a subir de nuevo.

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Más allá de las cifras: El valor olvidado y la fragilidad de los datos

El segundo punto ciego de Shan radica en ignorar el valor de los productos manufacturados. Un trabajador de la industria automotriz china puede producir la misma cantidad de vehículos al año que su homólogo estadounidense. Sin embargo, el valor económico de estos vehículos difiere fundamentalmente. Tesla genera decenas de miles de dólares en valor añadido por automóvil gracias a la fortaleza de su marca, la tecnología de sus baterías y la integración de software. Ford se basa en una calidad consolidada y una amplia red de repuestos. Un BYD o un NIO solo alcanzan una fracción de este valor por vehículo. En muchos casos, estos fabricantes operan con márgenes que solo son posibles con apoyo gubernamental. Por lo tanto, la cantidad de unidades producidas no dice absolutamente nada sobre la verdadera productividad cuando no se consideran la calidad, la tecnología, el valor de la marca ni la rentabilidad sostenible.

Los datos en sí son frágiles. Shan se basa principalmente en cifras de la Oficina Nacional de Estadística de China. Estas cifras son altamente sensibles políticamente y a menudo están manipuladas. Verificaciones independientes con datos satelitales muestran que los volúmenes de producción oficiales en algunas industrias son hasta un 20 % superiores a los valores reales. Las empresas mineras que rastrean los flujos de materias primas suelen obtener resultados diferentes a los de las autoridades estadísticas oficiales. Esto socava todo el razonamiento de Shan.

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Un sistema al borde de la mala asignación

Tras un análisis crítico, queda poco del optimismo de Shan. Tiene razón al afirmar que las estadísticas occidentales presentan distorsiones estructurales y que China es, en efecto, más productiva en algunos sectores de lo que indican sus cifras de valor añadido. Sin embargo, su corrección simplemente sustituye una mala interpretación por otra. El nuevo estudio del FMI, por otro lado, sugiere que, si bien la economía china produce grandes volúmenes, consume simultáneamente cantidades cada vez mayores de capital y energía. La aparente eficiencia proviene de la producción en masa y las subvenciones estatales, no de una mejora real del desempeño. El Estado está ganando tiempo, no innovación. Está comprando capacidad ociosa, no crecimiento sostenible.

Esto tiene profundas implicaciones para inversores y socios comerciales. La aparente fortaleza de las industrias chinas se asienta sobre bases inestables. Mientras Pekín continúe otorgando subsidios, la producción se mantendrá estable y las exportaciones fluirán. Sin embargo, una vez que la financiación disminuya —ya sea porque la deuda alcance sus límites o porque cambien las prioridades políticas—, la verdadera competitividad se hará evidente. La experiencia pasada es clara: las industrias totalmente dependientes de subsidios colapsan rápidamente cuando se interrumpe el flujo de dinero. No son industrias genuinas, sino rentas administrativas que se autodestruyen.

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El callejón sin salida del capitalismo de Estado: Comprar tiempo en lugar de crecimiento real

Según el análisis del FMI, el modelo económico chino se encuentra en un callejón sin salida. El Estado ha tenido que realizar inversiones masivas para garantizar el crecimiento económico, lo que ha generado un exceso de capacidad en casi todos los sectores prioritarios. Este exceso de capacidad ejerce presión a la baja sobre los precios y reduce la rentabilidad. Sin más subsidios, estas industrias no serían viables. Con más subsidios, la carga de la deuda aumenta mientras que la productividad general de los factores disminuye. Se trata de un sistema que requiere constantemente un mayor gasto público para mantener la ilusión de eficiencia.

Esto convierte a Weijian Shan en una autoridad contradictoria. Tiene razón al afirmar que la productividad de China es mayor de lo que sugieren las estadísticas occidentales. Sin embargo, esto no prueba un modelo exitoso, sino más bien un sistema de mala asignación de recursos sostenido artificialmente desde el exterior. El precio de esta vitalidad artificial lo paga la economía en su conjunto. El Estado desvía capital hacia industrias rentables, lo que resulta en una disminución de la eficiencia general. Los trabajadores que se incorporan a estos sectores subvencionados podrían emplearse de forma más productiva. Los recursos desperdiciados en la sobrecapacidad podrían financiar la educación, la innovación genuina o la infraestructura. En cambio, se crea un sistema de distorsión económica permanente.

Esto transforma el debate sobre la productividad de China en un debate sobre los límites de la intervención estatal. Existe un punto a partir del cual una mayor intervención gubernamental ya no conduce a un mayor crecimiento, sino a uno menor. China hace tiempo que cruzó este umbral. El resultado es una economía que produce enormes cantidades, pero que debe consumir cantidades de capital cada vez mayores para hacerlo. La disminución de la rentabilidad es innegable. La productividad total de los factores en China crece más lentamente que antes, a pesar del aumento de las inversiones. El sistema está perdiendo su coherencia interna.

Weijian Shan quería resolver la paradoja de la productividad. El FMI demuestra que no se ha resuelto, sino que simplemente existe. Los trabajadores chinos producen una gran cantidad de bienes, pero operan dentro de un sistema que confunde rendimiento con dinero y equipara la producción con la rentabilidad económica. Las cifras mejoran, pero los costos aumentan. Esa es la verdadera historia detrás de la productividad china.

 

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