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Soberanía de datos, autodeterminación y la realidad de la moderación de plataformas impulsada por IA

Soberanía de datos, autodeterminación y la realidad de la moderación de plataformas impulsada por IA

Soberanía de datos, autodeterminación y la realidad de la moderación de plataformas impulsada por IA – Imagen creativa: Xpert.Digital

El caso Enderman: Cómo un extraño error de IA demuestra lo vulnerables que somos realmente en línea.

### Un clic, todo desaparecido: El caos silencioso de la moderación de plataformas impulsada por IA ### El trabajo de toda una vida destruido por la IA: Por qué tu cuenta de redes sociales podría desaparecer mañana mismo ### La gran ilusión de la soberanía de datos: Cómo los algoritmos nos gobiernan en secreto ### A pesar de las nuevas leyes de la UE: Por qué las empresas tecnológicas aún pueden eliminar contenido arbitrariamente

Algoritmo de Juicio: Cuando una IA acaba con tu vida digital y nadie es responsable.

Vivimos en una época donde términos como «soberanía de datos» y «autodeterminación digital» no son meras consignas políticas, sino que representan las aspiraciones de toda una sociedad. Con leyes como la Ley de Servicios Digitales, Europa intenta construir un baluarte contra las acciones arbitrarias de las grandes tecnológicas y proteger los derechos fundamentales de sus ciudadanos en el ámbito digital. Pero mientras debatimos cláusulas y regulaciones legales, se desarrolla ante nuestros ojos una realidad que ridiculiza estos nobles ideales. Una realidad en la que la existencia digital de las personas se destruye con solo pulsar un botón, no por una persona, sino por un algoritmo opaco.

Cada día, se suspenden cuentas y se eliminan canales en plataformas como YouTube, TikTok e Instagram: canales que los usuarios han construido con esmero a lo largo de los años. El trabajo de toda su vida digital desaparece, a menudo sin una justificación clara, sin una audiencia justa y sin una forma efectiva de apelar la decisión. Esto se debe cada vez más a la moderación impulsada por IA, que es propensa a errores, opaca y, sin embargo, posee el poder absoluto para juzgar la visibilidad y la existencia digital. El caso del youtuber tecnológico Enderman, cuyos canales con cientos de miles de suscriptores fueron eliminados basándose en una conexión absurda supuestamente realizada por la IA, es solo la punta del iceberg. Este artículo explora la profunda brecha entre nuestro deseo de control y el poder desmedido de los algoritmos, que desde hace tiempo se han convertido en jueces y verdugos en nuestra esfera pública digital.

¿Dónde reside la contradicción entre nuestra aspiración y nuestra realidad?

Hablamos constantemente de soberanía de datos y autodeterminación digital. Estos términos se han convertido en señas de identidad de una cultura segura de sí misma e independiente, que pretende presentar su gestión de la inteligencia artificial como un signo de madurez. La Unión Europea se ha propuesto proteger a sus ciudadanos de las acciones arbitrarias de las corporaciones tecnológicas globales con leyes como la Ley de Servicios Digitales y la Ley de Mercados Digitales. Se han promulgado reglamentos para garantizar la transparencia y salvaguardar los derechos fundamentales. Pero con todo este despliegue regulatorio, estamos pasando por alto algo fundamental: no hemos abordado la amenaza existencial que se desarrolla a diario ante nuestros ojos y que socava la credibilidad de todos estos esfuerzos.

La realidad que nos presentan a diario las principales redes sociales cuenta una historia muy distinta a la de la soberanía de datos y la autodeterminación. Cada día, las personas pierden el trabajo de toda una vida digital sin justificación ni mecanismos para contrarrestarlo. Canales construidos con esmero durante años son eliminados. No tras una revisión minuciosa, ni tras procesos transparentes, ni tras la posibilidad de una audiencia justa. Simplemente se eliminan. Y esto sucede de una manera impropia de una democracia, porque no existen mecanismos efectivos de apelación y los afectados ni siquiera saben por qué su tiempo y creatividad se han desperdiciado.

¿Qué ejemplos concretos demuestran esta arbitrariedad?

El ejemplo más reciente y llamativo es el del youtuber tecnológico Enderman. Este creador de contenido ruso había construido un canal principal en YouTube con más de 350.000 suscriptores, donde exploraba temas tecnológicos. Su contenido era valioso a nivel documental: trataba sobre versiones antiguas de Windows y otros problemas técnicos. Este canal fue eliminado sin previo aviso. Poco antes, su canal secundario, Andrew, también con cientos de miles de suscriptores, había desaparecido. La razón dada para esta drástica medida fue insólita: YouTube alegó que los canales de Enderman estaban conectados a un canal japonés que había recibido su tercera infracción por derechos de autor. Un canal que Enderman desconoce, en cuyo idioma no se comunica y con el que no tiene ninguna relación.

Lo más destacable de este caso no es solo la injusticia de la decisión en sí, sino la forma en que se tomó. Enderman sugirió que un sistema de IA estaba detrás, al haber establecido una conexión errónea entre sus canales y una cuenta japonesa desconocida. La esperanza del youtuber de tecnología de que un empleado humano de YouTube revisara su queja se vio frustrada. Pasaron meses sin respuesta. Enderman ahora parece haberse resignado a que su tiempo en YouTube ha terminado. Otro youtuber reportó problemas idénticos en el mismo hilo de Twitter; su canal también fue eliminado en relación con el mismo canal japonés. Esto apunta a una falla sistémica, no a un incidente aislado de error humano, sino a las deficiencias de un sistema automatizado que opera sin supervisión.

YouTube no es un caso aislado. Varias plataformas han mostrado patrones similares. TikTok, Instagram, Facebook y otros servicios eliminan contenido y suspenden cuentas a diario, a menudo sin justificación suficiente. La organización de transparencia Freiheitsrechte.org ha documentado que las plataformas de redes sociales suelen ofrecer explicaciones insuficientes sobre sus decisiones de moderación a los usuarios afectados. En algunos casos, las justificaciones solo aluden de forma general a una infracción de las condiciones del servicio, sin explicar qué infracción específica motivó la acción.

¿Están las empresas tecnológicas a la altura de su responsabilidad social?

Este es el punto crucial donde debemos corregir nuestros sesgos cognitivos. Es evidente que las grandes empresas tecnológicas se benefician de nuestros datos, nuestra actividad económica y nuestra sociedad. Utilizan internet, nuestra red compartida, como base de su negocio. Obtienen miles de millones de dólares en ingresos publicitarios generados por nuestra atención y nuestros datos personales. Al mismo tiempo, estas corporaciones asumen de facto responsabilidades públicas y sociales.

YouTube no es simplemente un servicio técnico como un simple proveedor de alojamiento. La plataforma se ha convertido en la infraestructura de la comunicación pública. Determina la visibilidad, el alcance y el acceso de millones de personas. Se ha consolidado como el guardián de la información y el conocimiento. Facebook e Instagram son similares: estos servicios se han convertido en centros neurálgicos del discurso social. Para muchas personas, estas plataformas son el lugar principal para alzar la voz, construir comunidades y difundir sus mensajes.

Si bien estas empresas tecnológicas obtienen beneficios económicos gracias a su papel como intermediarias de la comunicación social, eluden las responsabilidades inherentes a esta función. Una organización benéfica contratada por el Estado para realizar tareas a cambio de una remuneración no puede simplemente excluir las voces disidentes porque alguien le cae mal. Una emisora ​​pública no puede silenciar a las personas sin haber escuchado su versión de los hechos. Un tribunal no puede condenar a alguien sin darle la oportunidad de defenderse.

Sin embargo, esto es precisamente lo que ocurre a diario en estas plataformas. Se excluye a personas sin justificación alguna. Se borra su trabajo. Se destruyen sus medios de subsistencia en línea. Y la única respuesta de las plataformas es una referencia a sus términos de servicio y, en el mejor de los casos, un sistema automatizado de quejas que difícilmente resuelve los problemas. Esto no solo es injusto, sino que resulta estructuralmente peligroso para una sociedad abierta.

 

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La moderación automatizada como amenaza a los derechos fundamentales: Cuando la IA decide sobre la eliminación

¿Cómo cambia el problema el uso de la IA?

Aquí, la situación se agrava drásticamente. Las empresas tecnológicas utilizan cada vez más sistemas automatizados para moderar contenido y tomar decisiones. Estos sistemas de IA no son transparentes, no se revisan periódicamente y, sobre todo, cometen errores con consecuencias nefastas. El caso de Enderman es solo uno de los muchos ejemplos de cómo la moderación basada en IA conduce a resultados absurdos o perjudiciales.

Esto se hizo particularmente evidente durante la pandemia de COVID-19. Ante la falta de revisores humanos, las plataformas de redes sociales recurrieron masivamente a sistemas automatizados para la moderación de contenido. El resultado fue una oleada de malas decisiones. Se eliminaron videos que no infringían las normas. Desapareció contenido legítimo. Los usuarios se frustraron porque las plataformas no pudieron cumplir sus promesas.

Las limitaciones de la moderación de contenido basada en IA son fundamentales. La inteligencia artificial solo funciona de forma fiable cuando se dispone de suficientes datos de entrenamiento. Muchas situaciones son complejas y difíciles de categorizar. Una frase como «Cené pasta esta noche» tenía un doble sentido en TikTok: literalmente, se refería al consumo de alimentos, pero en el contexto de una tendencia, indicaba pensamientos suicidas. El algoritmo de TikTok no captó este matiz y, en cambio, alimentó la tendencia.

Además, el índice de error es sistemático. Un estudio de la Unión Europea de Radiodifusión demostró que los chatbots de IA presentaban al menos un problema significativo en el 45 % de las respuestas a preguntas sobre actualidad, un problema que podría inducir a error a los lectores. En el 81 % de los resultados se detectó algún tipo de error. Esto no es una excepción, sino la norma.

Sin embargo, estos mismos sistemas opacos y propensos a errores se utilizan para decidir el destino de la vida digital de millones de personas. Se elimina un vídeo. Se desactiva un canal. Se expulsa a una empresa de la plataforma. Y la decisión la toma un sistema que los usuarios no comprenden, que no rinde cuentas y que puede tomar decisiones erróneas con impunidad.

¿Dónde reside la responsabilidad del Estado?

El Estado no se limita a hacer la vista gorda. Peor aún, el Estado, que tiene el poder de corregir esta situación, se dedica a la burocratización y se enfrasca en minucias. Existen normas, eso es cierto. La Ley de Servicios Digitales de la Unión Europea estipula que las plataformas deben ser transparentes. Exige que los usuarios tengan derecho a reclamar. Estipula que las plataformas muy grandes deben divulgar sus sistemas y sus decisiones. Todo esto suena bien en teoría.

Sin embargo, la aplicación de estas normas es fragmentada. La Agencia Federal de Redes de Alemania ha asumido el rol de Coordinadora de Servicios Digitales y ahora se encarga de hacer cumplir estas normas. Pero ¿cuenta esta agencia con los recursos suficientes? ¿Tiene la autoridad necesaria? ¿Pueden las autoridades nacionales tomar medidas reales contra las empresas tecnológicas globales que eluden sus responsabilidades mediante abogados y actividades de lobby?

Además, existe un problema más profundo. Durante demasiado tiempo, el Estado ha permitido que las corporaciones privadas desempeñen simultáneamente los roles de guardianes, jueces y jurados. Estas corporaciones deciden qué está bien y qué está mal en sus plataformas. Emiten veredictos. Ejecutan sentencias. Y no rinden cuentas a nadie. Esto no es solo una deficiencia regulatoria. Es un fracaso fundamental de la democracia.

Durante mucho tiempo se asumió que los mercados se autorregulaban y que las plataformas actuarían en función de su reputación e interés propio. Esta suposición ha resultado ser fundamentalmente errónea. Las plataformas priorizan la interacción y los ingresos publicitarios, no la imparcialidad. Utilizan sistemas de IA más económicos que la moderación humana, aunque estos sistemas son propensos a errores. Y cuando se produce un error, pueden culpar a un algoritmo que supuestamente tomó una decisión autónoma.

¿Qué se necesitaría para cambiar esta situación?

En primer lugar, conviene aclarar que las principales plataformas no son meras empresas privadas sobre las que el Estado no tiene injerencia. Estas empresas desempeñan funciones públicas. Son intermediarias del discurso público. Han asumido una tarea social, sin duda con ánimo de lucro, pero también con responsabilidad social.

Esto significa que los principios fundamentales del estado de derecho deben aplicarse a las decisiones de moderación, especialmente a las medidas drásticas como las suspensiones o las eliminaciones. Esto implica total transparencia en cuanto a los motivos de una decisión. Esto significa el derecho a una audiencia justa antes de que se tomen medidas drásticas. Esto implica un verdadero derecho de apelación, no un sistema de quejas automatizado que resulta ineficaz en la práctica. Esto implica la revisión humana, especialmente en los casos que involucran un algoritmo.

Además, es necesario establecer límites a la moderación automatizada por IA. Si un sistema es falible y puede afectar a millones de personas, siempre debe haber intervención humana. La normativa de la UE apunta en esta dirección, pero su aplicación es deficiente. Las plataformas encuentran constantemente maneras de eludir o socavar estas normas.

También se necesita un cambio estructural en la rendición de cuentas. Las plataformas deben ser responsables de las decisiones de sus sistemas. No una responsabilidad simbólica, sino legal. Si un canal se elimina indebidamente, la plataforma debería estar obligada a pagar una indemnización. Esto cambiaría los incentivos. De repente, ya no sería más barato usar un sistema automatizado defectuoso. De repente, perjudicar injustamente a las personas tendría consecuencias.

Para Enderman, esto habría significado que YouTube no podía simplemente eliminar su canal porque un sistema de IA se conectó erróneamente a una cuenta japonesa. Debería haberse realizado una revisión. Debería haber tenido la oportunidad de responder. Y si el error pasó desapercibido, YouTube podría haber sido considerado responsable.

¿Qué ocurrirá si no se resuelven estos problemas?

La respuesta es devastadora. Si permitimos que los sistemas de IA decidan arbitrariamente sobre la existencia digital de las personas, el caos no llegará con la IA: el caos ya está aquí. Y solo se intensificará. Porque cuanto más inteligentes se vuelven estos sistemas, menos los comprendemos. Y cuanto menos los comprendemos, menos podemos controlarlos.

Peor aún: el problema crecerá exponencialmente. El uso de la IA en la moderación de contenido se intensificará. Los sistemas se volverán más complejos. Las tasas de error podrían disminuir o aumentar; nadie lo sabe con certeza. Pero lo que sí es seguro es que millones, y pronto miles de millones, de personas se verán afectadas por decisiones que no comprenden, que no pueden impugnar y por las que no existe ninguna responsabilidad.

Mientras esto sucede, el Estado mira hacia otro lado. La Agencia Federal de Redes define sus responsabilidades. La UE promulga leyes. Pero su aplicación es tibia. Las autoridades carecen de recursos suficientes. Las plataformas pagan multas insignificantes que no modifican sus prácticas. El statu quo persiste: las empresas tecnológicas actúan como gobernantes sin control del espacio público digital.

Lo más destacable de esta situación es que es evitable. Existen soluciones. Hay maneras de hacer realidad la soberanía de los datos y la autodeterminación digital, y no solo objetivos normativos. Pero para que esto suceda, el Estado tendría que abandonar su indiferencia. Tendría que reconocer que no se trata simplemente de un problema regulatorio, sino de un desequilibrio de poder. Las empresas tecnológicas tienen poder. Deben utilizar ese poder en beneficio de la sociedad, o se les debe arrebatar.

Hasta entonces, casos como el de Enderman siguen siendo síntomas de un sistema que no funciona. Un hombre pierde el trabajo de toda su vida. Nadie puede ayudarlo. Y la maquinaria que destruyó su obra sigue funcionando impunemente, revisando nuevos casos, emitiendo nuevos juicios, y el Estado lo documenta todo en archivos administrativos mientras la situación se complica.

 

Asesoramiento - Planificación - Implementación

Konrad Wolfenstein

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