
El fin del alcance orgánico: Por qué tu éxito en LinkedIn es una ilusión matemática – Imagen: Xpert.Digital
El "teatro de marionetas" de los expertos: cómo la burbuja del marketing se miente a sí misma
La ilusión de la visibilidad digital: cuando el capitalismo de rueda de hámster se convierte en autoengaño
La trampa del algoritmo: por qué se castiga la autenticidad y se recompensa la polarización
La economía de la atención del siglo XXI ha creado un mito que poco tiene que ver con la realidad. Mientras supuestos expertos en medios se entretienen con un gran espectáculo de marionetas, se está produciendo una redistribución económica fundamental que oculta un sistema altamente asimétrico bajo el pretexto de la democratización y la igualdad de oportunidades. El problema no radica en la falta de alcance, sino en una comprensión fundamentalmente errónea de cómo funciona realmente la creación de valor en esta nueva economía.
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La realidad del alcance orgánico y la ilusión de controlabilidad
Según análisis recientes, el alcance orgánico en plataformas como LinkedIn, Instagram, TikTok y otras está en clara disminución, aunque las cifras específicas varían según la red y el estudio. Por lo tanto, las siguientes cifras deben entenderse como directrices y puntos de referencia ilustrativos, no como estándares exactos e independientes de la plataforma.
En el período previo al tercer trimestre de 2025, diversos análisis indican que el alcance orgánico en algunas redes principales podría disminuir significativamente, hasta aproximadamente dos tercios, por debajo de los picos anteriores (por ejemplo, en LinkedIn y, en cierta medida, en metaplataformas), mientras que otros canales se verían menos afectados. Para las cuentas típicas de empresas o creadores, esto suele traducirse en una disminución del alcance promedio de aproximadamente el 10 % al 20 % en un año, aproximadamente entre 2024 y 2025. Un ejemplo práctico de esto: alguien que antes alcanzaba un promedio de alrededor de 10 000 visualizaciones por publicación ahora suele ver solo una fracción de esa cifra, por ejemplo, entre 3000 y 5000 visualizaciones, dependiendo de la plataforma, el nicho y la calidad de la publicación.
Lo que resulta particularmente sorprendente es la distribución desigual de este alcance: una pequeña proporción de cuentas —aproximadamente la más importante o un pequeño porcentaje— crece significativamente más rápido que el promedio general y recibe una cuota de visibilidad desproporcionadamente grande. Múltiplos específicos como "100 veces" o "150 veces" deben entenderse como aproximaciones ilustrativas basadas en conjuntos de datos individuales o cálculos de modelos, no en una métrica estandarizada globalmente. Sin embargo, el mecanismo subyacente es prácticamente indiscutible: los algoritmos priorizan el contenido que genera interacciones sólidas rápidamente, optimizado para el tiempo de permanencia y los ingresos publicitarios, reforzando así el efecto de "el ganador se lleva la mayor parte" en favor de los creadores que ya tienen un alto rendimiento.
LinkedIn destaca como una excepción, donde los perfiles personales aún pueden alcanzar entre un 20 % y un 30 % de alcance orgánico. Pero incluso en este caso, participar en este juego conlleva importantes costes ocultos. El hecho de que el alcance sea medible no responde a la pregunta crucial: ¿cuánto cuesta realmente generarlo? La mayoría de los expertos en medios se engañan a sí mismos cuando afirman que su visibilidad se debe a su experiencia. Ignoran obstinadamente que LinkedIn, Meta y TikTok han limitado deliberadamente el acceso a la atención de sus contactos existentes.
Lo irónico es que muchos de estos supuestos expertos se benefician al mismo tiempo de este sistema. Producen contenido a través del marketing digital y las redes sociales, mientras que ellos mismos están atrapados en las garras del mismo sistema que dicen comprender. Es un juego circular en el que los jugadores no se dan cuenta de que ellos mismos son las piezas del juego.
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La economía de plataformas como máquina de extracción perfecta
Los modelos de negocio de las principales plataformas de redes sociales se basan en una forma elegante de explotación, autojustificativa y perfectamente legal. Meta generó más de 160 000 millones de dólares en 2024, de los cuales entre el 97,5 % y el 98,3 % provino de la publicidad. En el primer trimestre de 2025, los ingresos aumentaron un 16 %, hasta alcanzar los 42 310 millones de dólares. Estas cifras no demuestran un crecimiento cíclico, sino un dominio sistémico sobre los canales alternativos de información y comunicación.
La plataforma ofrece herramientas gratuitas a usuarios y creadores de contenido. A cambio, recopila datos, crea perfiles de comportamiento y, sobre todo, contenido: no propio, sino de los usuarios y creadores de contenido de la plataforma. Este contenido generado por los usuarios es el verdadero producto: no se monetiza para beneficio de sus creadores, sino que se comercializa a los anunciantes. La plataforma no es un intermediario neutral, sino un sistema parásito que transforma la atención y el contenido de sus usuarios en espacio publicitario para los anunciantes y se queda con gran parte de los ingresos.
Lo que se consideraba "alcance orgánico" hace diez años ha sido reemplazado gradualmente por la publicidad. El contenido patrocinado creció del 5 % al 11 % del feed en Meta. Las publicaciones promocionadas de empresas aumentaron del 16 % al 25 %. Esto no es un cambio orgánico, sino una creación calculada de escasez para aumentar los precios de la publicidad.
Meta proyectó internamente que alrededor del diez por ciento de sus ingresos publicitarios para 2024 provendrían de anuncios de productos fraudulentos y prohibidos, pero niega públicamente que esta estimación refleje con precisión la situación real. Documentos internos sugieren que la compañía permite deliberadamente que algunos de estos anuncios riesgosos permanezcan en el sistema y cobra tarifas más altas por ellos, a la vez que refuerza el incentivo financiero para no bloquear a estos anunciantes de forma demasiado agresiva mediante medidas de protección internas. Económicamente, Meta se beneficia inicialmente de la publicación de estos anuncios, mientras que la mayor parte del daño directo recae en los usuarios y competidores legítimos; sin embargo, esto la expone a crecientes riesgos legales y de reputación.
Desde sus inicios, Facebook e Instagram se han centrado en generar atención como un producto. En 2024, el ingreso promedio por usuario fue de $13.12 a nivel mundial y de $68.44 en EE. UU. y Canadá. Esto es notable no por ser alto, sino porque demuestra que cada usuario que usa la plataforma gratuitamente tiene un valor de mercado medible. Una hora de tiempo de usuario, ya sea para crear o consumir contenido, se transforma en un activo comercializable.
La mayor innovación de estas plataformas reside en su estrategia de monetización para los creadores. TikTok suele pagarles significativamente menos de diez dólares por cada mil visualizaciones bajo su actual programa de Recompensas por Creatividad/Creadores; las estimaciones típicas oscilan entre 0,40 y 2 dólares por cada mil visualizaciones, con algunos valores atípicos para los vídeos de alto rendimiento. Instagram suele pagar solo centavos por cada mil visualizaciones de Reels a través de sus propios programas de bonificación y publicidad (a menudo, aproximadamente entre 0,01 y 0,10 dólares), mientras que cifras más altas, que alcanzan uno o dos dígitos, generalmente solo se logran mediante colaboraciones y patrocinios de marcas bien remunerados. Pero estas cifras ocultan el hecho de que las plataformas en realidad solo incentivan a una pequeña minoría a producir contenido. El incentivo financiero es lo suficientemente bajo como para no clasificarse como empleo, pero lo suficientemente alto como para motivar a millones de personas a trabajar gratis.
La psicología de la rueda de hámster: el ciclo de la explotación
Aquí reside la verdadera raíz psicológica del sistema. Los creadores de contenido se encuentran en una trampa específica. Tienen dos opciones poco atractivas: o invierten enormes cantidades de tiempo y energía en generar alcance orgánico, lo cual es poco realista dadas las probabilidades promedio, o pagan dinero real por publicidad. Ambas opciones conducen al mismo resultado: la plataforma se beneficia.
Los supuestos expertos en medios de LinkedIn son particularmente propensos a caer en esta trampa. Predican que la autenticidad y el valor añadido son la clave del alcance. Pero los algoritmos exigen algo completamente diferente: atractivo emocional, clickbait y controversia. El contenido con lenguaje moral o emotivo recibe entre un 17 % y un 24 % más de interacción por palabra que el contenido neutral. Por lo tanto, el sistema no premia la verdad ni el valor añadido, sino la provocación y la manipulación emocional.
Los expertos en medios de LinkedIn hacen exactamente lo que el algoritmo premia: reciclan información que ya ha circulado decenas de veces en todos los medios digitales. La presentan como nueva, como conocimiento interno, como un análisis propio. El algoritmo recompensa esto con alcance porque genera interacción. Sus seguidores ven que otros reaccionan y siguen esta publicación. Es un ciclo que se retroalimenta.
Pero este círculo no sirve a la verdad ni a la genuina difusión del conocimiento. Sirve al algoritmo. Y el algoritmo sirve al modelo de negocio. El sistema favorece a quienes ya tienen alcance porque reaccionan más rápido y, por lo tanto, generan interacción con mayor rapidez. Un nuevo creador de contenido tendría que conseguir un éxito viral para siquiera afianzarse. Para la persona promedio, es una tarea inútil.
Los expertos que predican esto se han convertido en parte de la mentira. Se ganan la vida asesorando sobre cómo ganar alcance, mientras que la realidad es que el alcance prácticamente se compra, no se gana. Venden la narrativa soñada del éxito autodidacta en un mundo donde el éxito depende del capital inicial y del alcance existente.
El género que sólo se entretiene a sí mismo
Un fenómeno fascinante en el panorama de los medios digitales es que un gran grupo de expertos en medios se dedica básicamente a su propio entretenimiento. Hay cientos, no, miles de cuentas en LinkedIn que comparten contenido a diario sobre marketing digital, growth hacking, alcance y visibilidad. Comentan las publicaciones de los demás, les dan "me gusta" y las comparten.
El verdadero público de este contenido no son clientes potenciales ni personas interesadas, sino otros expertos en medios y aspirantes a profesionales del marketing que buscan la misma trampa. Es un fenómeno de cámara de resonancia, donde personas con intereses similares intercambian su atención.
Se vuelve particularmente absurdo cuando les preguntas a estos expertos: ¿Has creado tu propia plataforma? ¿Tienes una lista de correo electrónico que funciona independientemente de LinkedIn? ¿Tienes un blog con tráfico orgánico de búsqueda? La respuesta suele ser no. Muchos de estos expertos dependen completamente de las plataformas que supuestamente dominan. Afirman que pueden alcanzar millones de suscriptores con solo pulsar un botón, pero ni siquiera pueden crear una audiencia modesta e independiente.
Esa es la característica que define a los charlatanes en este juego: venden su experiencia en algo que ni ellos mismos entienden. Son como asesores financieros sin dinero, entrenadores deportivos con sobrepeso o expertos en negocios que no dirigen un negocio exitoso.
Estas personas no crean. Seleccionan y replican. Toman información ya publicada, la reorganizan, añaden un comentario personal y la vuelven a publicar en LinkedIn. Al hacerlo, generan lo que la plataforma considera valioso: interacción. La interacción se mide, y esta métrica se convierte en alcance. Es un juego de métricas, no de veracidad ni de supuesta experiencia.
La inconmensurabilidad de los costos reales y la racionalización de las mentiras
Aquí radica la paradoja central: si bien gran parte del marketing digital es rastreable (impresiones, clics, conversiones, coste por adquisición), la inversión real de un creador de contenido es inconmensurable. Una hora de trabajo en LinkedIn no se registra. El agotamiento mental no se reporta. La tensión constante entre la autenticidad y la manipulación algorítmica permanece sin cuantificar.
Una persona que dedica dos horas al día a trabajar en LinkedIn podría generar 500 impresiones. Con una tarifa media por hora de 50 € (lo cual no es descabellado para un consultor), eso cuesta 100 € al día o 2000 € al mes. Esto equivale a 15 000 impresiones al mes. Eso supone unos 13 céntimos por impresión. En marketing digital, eso es un desastre. Un CPM (coste por mil) decente en LinkedIn está entre 30 y 50 $. Esto significa que el crecimiento orgánico cuesta tres veces más que la publicidad de pago.
Pero este cálculo no se realiza. En cambio, se afirma que solo hay que ser "constante" y "aportar valor añadido". Es una justificación del tiempo perdido.
Los expertos en marketing se engañan a sí mismos porque no tienen otra opción. No dicen: "Paga por visibilidad en LinkedIn", porque saben que muchos no pueden. Dicen: "Crea contenido auténtico", porque eso ofrece esperanza sin garantía alguna. Una esperanza donde, si no funciona, no es culpa de la plataforma, sino del individuo. Falta de consistencia, mala calidad, falta de una estrategia adecuada.
El sistema está psicológicamente perfecto. Responsabiliza al usuario. Este invierte tiempo y no recibe ningún resultado garantizado. Esto no es emprendimiento, es apostar con probabilidades extremadamente desfavorables.
Instagram, TikTok y compañía: la rueda de hámster del Estadio Olímpico
TikTok es un ejemplo extremo de esta dinámica. Gracias a los programas para creadores, las ganancias de muchas cuentas oscilan entre unos centavos y uno o dos dólares por cada mil visualizaciones. Un creador que alcanza las 100.000 visualizaciones al mes suele ganar solo entre dos y tres dígitos. Nadie puede construir un modelo de negocio estable solo con eso; en realidad, se trata de dinero para gastos personales. Instagram agrava esta dependencia porque los pagos directos por visualización apenas influyen, y el alcance debe monetizarse principalmente mediante acuerdos externos.
Instagram se centra cada vez más en los influencers. Los microinfluencers con entre 10 000 y 50 000 seguidores pueden ganar entre 300 $ y 1200 $ por publicación al colaborar con marcas. Sin embargo, esto se concentra en los más destacados. Una cuenta promedio de Instagram con 5000 seguidores es ignorada por las marcas.
El sistema está perfectamente escalonado. Recompensa a quienes ya tienen éxito. Consiguen mayor alcance, lo que facilita que las marcas los encuentren y, por lo tanto, consiguen mejores ofertas. Un recién llegado con 50 seguidores ni siquiera puede imaginar que las marcas lo consideren.
Lo especialmente malo es que existen mercados para seguidores falsos. Los creadores compran seguidores artificiales para simular credibilidad. Su contenido recibe entonces un trato preferencial del algoritmo porque se cumple la primera métrica visible. Observan un aumento de interacción porque miles de cuentas falsas reaccionan a su contenido. Es una completa farsa.
Y las plataformas lo saben. Podrían tomar medidas al respecto, pero no lo hacen, porque no les conviene. Más cuentas significan más fuentes de datos, más anunciantes y redes más complejas. Un sistema que tolera la artificialidad es más complejo y, por lo tanto, más difícil de entender.
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La locura de la explotación: la asimetría se convierte en la norma
El verdadero problema no reside en las malas decisiones individuales, sino en la estructura misma del sistema. Las plataformas tienen usuarios, y estos generan valor. Este valor es extraído y monetizado por la plataforma. El creador original de valor —el creador de contenido— recibe una mínima parte del valor generado.
Un creador que genere 100.000 visualizaciones podría fácilmente generar un valor de unos 3.000 $ desde la perspectiva de un anunciante, con un CPM de aproximadamente 30 $, como es habitual en muchos entornos publicitarios. Sin embargo, en plataformas como Instagram o TikTok, el creador suele ver solo una fracción de esto, por ejemplo, entre 100 $ y 500 $ en pagos directos. La diferencia reside principalmente en la plataforma, que argumenta que proporciona la infraestructura, aloja los vídeos, vende el espacio publicitario, gestiona la segmentación y procesa los pagos.
Pero ese es un argumento retorcido. La plataforma no construyó una infraestructura de video especialmente costosa. Construyó un sistema de emparejamiento. Y ese sistema de emparejamiento prospera gracias a los efectos de red: cuantos más creadores, más contenido, más razones para que los usuarios se queden y más espacio publicitario. El creador no es el beneficiario de este sistema; es el insumo, la materia prima.
Si los creadores pudieran monetizar directamente a sus seguidores, la plataforma quedaría obsoleta. Por lo tanto, la plataforma consolida su control: define quién puede ganar dinero, cuánto y bajo qué condiciones. Los creadores no pueden acceder a su audiencia para monetizarla de forma independiente.
LinkedIn Premium y el Programa de Monetización para Creadores son solo una distracción. Ofrecen ingresos mínimos para crear la ilusión de que la plataforma apoya a los creadores. Pero la verdadera monetización ocurre en otro lugar: LinkedIn obtiene ingresos de los anunciantes que pagan por usar la plataforma para llegar a las audiencias de los creadores.
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Aquí es donde entra en juego el error estratégico fundamental. En la teoría de la innovación, existe un concepto bien conocido: la ambidextría. Este concepto establece que las organizaciones deben dedicarse simultáneamente a la explotación (utilizar los recursos existentes) y a la exploración (buscar nuevas oportunidades) para sobrevivir a largo plazo.
Los profesionales de los medios en LinkedIn e Instagram operan en modo puramente de explotación. Intentan sacar el máximo provecho de su presencia y red existentes. Reciclan contenido, republican contenido y reelaboran ideas existentes para diferentes plataformas. El reciclaje de contenido se presenta como estratégicamente valioso. Pero es solo una redistribución de los recursos existentes.
Lo que falta es la exploración. El intento de aprovechar nuevos canales, crear plataformas independientes y construir modelos de venta directa al consumidor. La mayoría de estos expertos no tienen una lista de correo electrónico (o una pequeña). No tienen un canal de YouTube con contenido relevante. No tienen audiencia de podcast. No tienen un blog con tráfico de búsqueda orgánico. Se centran en una sola plataforma.
Eso es lo opuesto al verdadero emprendimiento. Un verdadero emprendedor diversificaría su audiencia a través de múltiples canales para ser más independiente. Pero eso requiere mucho tiempo y el algoritmo no lo recompensa de inmediato. Así que la persona se mantiene en la rutina y lo llama estrategia.
Lo irónico es que estos expertos asesoran a otros sobre crecimiento y escalabilidad. Sin embargo, ellos mismos son prisioneros de un sistema que premia la escalabilidad en la misma plataforma, pero no la diversificación ni la independencia.
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Todo el ecosistema: un juego con reglas invisibles
Al combinar las tres perspectivas (los creadores, las plataformas y el mercado), surge una imagen coherente. No se trata de un mercado carente de transparencia. Es un mercado con información asimétrica que favorece a la plataforma.
La plataforma conoce los algoritmos, los creadores no. La plataforma cambia constantemente las reglas para maximizar su monetización. Los creadores tienen que adaptarse constantemente sin saber si la adaptación funcionará.
El 95 % de los usuarios de LinkedIn reportan un alcance estancado o en declive. Esto no es una anomalía; es el resultado de un cambio deliberado en el algoritmo. La plataforma quiere que los creadores paguen por visibilidad. La reducción del alcance orgánico no es un error, sino una característica.
El sistema también está integrado verticalmente. Un nuevo competidor para LinkedIn sería prácticamente imposible hoy en día. LinkedIn tiene 900 millones de usuarios y domina por completo el segmento profesional B2B. TikTok dominaba el mercado de vídeos cortos hasta que China empezó a regular la plataforma. Instagram cuenta con los recursos de Facebook. YouTube tiene la infraestructura de Google.
Un nuevo participante no tendría ninguna posibilidad de contrarrestar estos efectos de red existentes. El mercado está prácticamente cerrado. Creadores, anunciantes y consumidores están atrapados en un sistema del que no pueden salir sin sacrificar sus inversiones.
Para los creadores, esto significa que han pasado generaciones creando seguidores en Instagram o LinkedIn. Estos seguidores no son transferibles. No pueden simplemente trasladar su audiencia a una nueva plataforma. La plataforma los tiene como rehenes.
La paradoja central: experiencia en un sistema que no necesita experiencia
La mayor paradoja reside en la autopercepción de estos expertos en medios. Se posicionan como expertos en visibilidad y crecimiento. Pero su experiencia no es transferible. Un verdadero experto en marketing usaría su experiencia para construir canales independientes. Un auténtico experto en alcance no dependería de que una plataforma reconociera su alcance.
En cambio, se observa lo contrario: los expertos en medios dependen excesivamente de las plataformas. Tienen que optimizar constantemente, adaptarse constantemente, y esperar constantemente que el algoritmo les favorezca. Eso no es experiencia, es dependencia.
Una persona con experiencia genuina en marketing digital podría generar más alcance con un blog, una lista de correo electrónico y sólidas habilidades de SEO que con la optimización para LinkedIn. Pero estas habilidades no son visibles de inmediato. Se desarrollan durante meses y años. El algoritmo de LinkedIn ofrece gratificación instantánea: unas cuantas respuestas, unos cuantos comentarios. Eso es psicológicamente mucho más adictivo que escribir una entrada de blog de 2000 palabras y esperar tres meses a que Google la posicione.
Así que los expertos prefieren la actividad adictiva pero subversiva. Optimizan las métricas inmediatas de la plataforma, no la independencia a largo plazo.
La mensurabilidad que no mide nada
Un argumento popular es: «LinkedIn es genial porque todo es medible». Pero es una trampa. Lo medible no es lo que cuenta. Las impresiones son medibles, pero la calidad de la impresión es inmensurable. Un usuario se desplaza rápidamente, ¿eso es una impresión? Un usuario se detiene, ¿eso también es una impresión? El sistema cuenta ambas por igual.
La interacción es medible, pero a menudo artificial. Una publicación con una opinión polarizada genera más interacción que una informativa y valiosa. Pero esto no mide la veracidad ni la utilidad; mide la capacidad de generar controversia.
El argumento del ROI también es erróneo. Se les indica a los profesionales del marketing que midan el ROI de LinkedIn. Monitorean cuántos clientes potenciales provienen de LinkedIn y dividen esa cifra entre el tiempo invertido. Sin embargo, el cálculo no considera la carga psicológica, los costos de oportunidad (ese tiempo podría haberse invertido en otras cosas) ni la dependencia que se desarrolla.
Un emprendedor freelance que dedica cuatro horas al día a LinkedIn en lugar de cuatro horas a su propio blog, tendría un blog funcional con alcance pasivo al cabo de dos años. En cambio, tendría seguidores en LinkedIn que desaparecerían cuando el algoritmo cambiara.
La medición es precisa, pero engañosa. Le dice a la persona: "¡Mira, tu estrategia funciona!", pero al mismo tiempo omite: "Pero solo funciona porque la plataforma lo permite, y solo mientras la plataforma lo permita".
La naturaleza de laboratorio de la producción de contenidos
Otro factor de costo invisible es la tensión psicológica que supone la producción de contenido en redes sociales. Los creadores de contenido están bajo vigilancia constante. Su rendimiento se clasifica numéricamente. Saben que cada publicación está clasificada y que las clasificaciones determinan su visibilidad. Este es un entorno de trabajo panóptico.
Los estudios demuestran que el 78 % de los creadores a tiempo completo sufren de agotamiento. Esto no es sorprendente. Trabajan en un sistema donde el descanso es imposible. El algoritmo nunca duerme. Si alguien deja de publicar, pierde visibilidad inmediatamente. En el marketing en redes sociales no hay fines de semana. No hay descansos.
Esta es una nueva forma de precariedad que no se refleja en los conceptos tradicionales de la economía colaborativa. Un repartidor de Uber al menos tiene un principio y un final claros para cada viaje. Un creador de contenido tiene una jornada laboral que, en teoría, nunca termina.
Y estas plataformas ofrecen "recursos de salud mental" como si el agotamiento pudiera solucionarse con unos cuantos videos de meditación, en lugar de cambiar la estructura subyacente. En resumen: las plataformas crean un problema estructural, luego ofrecen apoyo superficial de salud mental, pero no cambian el sistema que produce el agotamiento en primer lugar.
El problema del género: cámara de eco y autoafirmación
Volviendo al problema central: el género de los expertos en medios se entretiene solo. Esto no es intrínsecamente dañino, pero es sintomático del aislamiento de este grupo. Se comunican consigo mismos sobre temas que les preocupan.
Es como un grupo de consultores de marketing que se asesoran mutuamente sobre la mejor manera de vender consultoría de marketing. Es un bucle de Möbius. El punto final del sistema es él mismo.
Un ecosistema verdaderamente informativo estaría dominado por usuarios que dicen: "Esto no me funciona". Pero estos usuarios tienen menos incentivos para publicar. Son menos visibles. Quienes son visibles son aquellos a quienes les "funcionó", o quienes afirman que sí.
Este es un problema clásico de sesgo de supervivencia. El camino hacia la visibilidad pasa por la visibilidad misma. Quienes no lo logran son invisibles. Así, el mundo solo ve a quienes han triunfado.
Pero eso no significa que el sistema funcione. Solo significa que recompensa a quienes sí lo hacen. La tasa de supervivencia puede ser terrible.
La economía del reciclaje de la información
Un fenómeno particularmente interesante es cómo se gestiona la información en las redes sociales. Una idea surge de algún lugar, quizás en un artículo, un podcast o una conferencia. Luego, alguien la retoma y la publica en LinkedIn. Unos días después, otra persona ve esta publicación de LinkedIn y escribe un artículo en Medium al respecto. Otro creador crea un video de TikTok al respecto. Un cuarto escribe un artículo para un boletín informativo.
Esto no es generación de conocimiento, sino circulación de conocimiento. La información circula, siendo constantemente digerida y reempaquetada, pero sin expandirse realmente. Los "expertos en medios" desempeñan el papel de circuladores. No son fuentes, sino filtros. Seleccionan lo que se hace visible del vasto flujo de información dentro de su burbuja de filtros.
Eso está bien si quienes difunden esta información son honestos. Se vuelve problemático cuando se presentan como expertos. Un verdadero experto genera nuevas perspectivas, en lugar de simplemente reciclar ideas conocidas con nuevas palabras.
Las plataformas premian la difusión de ideas más que la invención de nuevas. El contenido que alguien simplemente redistribuye o republica suele alcanzar mayor difusión que las ideas verdaderamente originales, que inicialmente reciben poca atención. Esto crea un sistema de incentivos en el que la falta de originalidad es más lucrativa que la innovación genuina.
El precariado en formato digital
Un último punto: Los creadores de contenido representan una nueva forma de precariedad. No son empleados tradicionales con contratos y prestaciones. Tampoco son verdaderos emprendedores con activos e independencia. Son precarios en el sentido clásico: inseguros, flexibles y fácilmente reemplazables.
Y, como en el empleo precario clásico, se les dice que la inseguridad es una característica, no un defecto. Son «flexibles». Pueden gestionar su propio tiempo. Son «independientes». Son «emprendedores».
La realidad es que son empleados de una plataforma que se niega a clasificarlos como tales. La plataforma puede cambiar sus algoritmos y, por lo tanto, reducir sus ingresos a cero. Pueden ser desmonetizados sin causa ni recurso. Carecen de poder de negociación.
Un negocio real tendría la diversificación como principio fundamental. Un creador de contenido que depende de una sola plataforma no tiene negocio. Eso es apostar.
Los mejores creadores (el 1% que realmente gana dinero) lo saben. Crean cursos, productos, boletines informativos. Diversifican. Pero eso solo es posible si se cuenta con suficiente capital inicial. El creador promedio ni siquiera llega tan lejos.
El término "precariado" se refiere a un grupo social de personas cuyas condiciones de vida y trabajo son inseguras, están desprotegidas y se caracterizan por la pobreza o el riesgo de pobreza. Entre sus características típicas se incluyen empleos inestables o mal remunerados, falta de seguridad social y limitadas oportunidades de progreso, lo que significa que las personas afectadas a menudo viven por debajo del nivel socialmente aceptado de ingresos, protección e integración social.
Un sistema sin salida
La situación, en esencia, es un sistema sin salida evidente. Las plataformas monopolizan la red. Los creadores dependen del alcance que solo ellas ofrecen. Los anunciantes dependen de las audiencias de los creadores para alcanzar sus objetivos. El ciclo se completa.
Y dentro de este círculo vicioso, hay un subgrupo —los expertos en medios— que juegan un juego particular. Ganan dinero explicando a otros cómo triunfar dentro del sistema. Ellos mismos dependen tanto del sistema que no se dan cuenta de que les están vendiendo una ilusión.
Las marionetas en LinkedIn no prueban que el sistema funcione. Prueban su sofisticación. El sistema ha logrado convencer a la gente de que su dependencia es independencia. Que su explotación es emprendimiento. Que su inseguridad es flexibilidad.
Este es el verdadero logro de la economía de la atención: no solo ha monetizado la atención, sino que ha distorsionado la autopercepción. Las personas se creen exitosas cuando la plataforma les da visibilidad. Se creen expertas cuando han aprendido a alimentar el algoritmo.
La locura de la rueda de hámster no reside en el esfuerzo físico. Reside en la deformación psicológica. La gente se entrena para ser dependiente y a eso le llaman éxito.
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