
China sugiere una excepción al veto de suministro a Nexperia: Cuando un fabricante de chips se convierte en rehén de los juegos de poder geopolíticos – Imagen: Xpert.Digital
¿Años de ahorro excesivo en los lugares equivocados? ¿Por qué la estrategia justo a tiempo se está convirtiendo en una pesadilla?
La crisis de los semiconductores pone de manifiesto la vulnerabilidad estructural de la industria automovilística alemana en la competencia tecnológica global.
La noticia sorprendió a muchos a finales de octubre de 2025: China insinuó excepciones a la interrupción del suministro de Nexperia, tras semanas de incertidumbre en torno al suministro de chips semiconductores críticos que habían paralizado a la industria automotriz europea. Tras este anuncio aparentemente técnico subyace una crisis económica multifacética que no solo pone de manifiesto las debilidades estructurales de las cadenas de suministro globales, sino que también plantea interrogantes fundamentales sobre el futuro de la industria alemana. El caso de Nexperia se está convirtiendo en un ejemplo paradigmático de cómo las tensiones geopolíticas, las dependencias tecnológicas y las estrategias corporativas pueden colisionar en una economía globalizada, con consecuencias potencialmente devastadoras para uno de los sectores industriales más importantes de Europa.
Anatomía de una crisis predecible
Para comprender las dimensiones económicas de la crisis de Nexperia, primero hay que entender el papel de la empresa en la cadena de valor global de los semiconductores. Nexperia no es un fabricante de chips cualquiera. Con sede en Nimega, Países Bajos, la empresa se encuentra entre los mayores productores mundiales de los denominados semiconductores discretos y chips tradicionales. Estos componentes —diodos, transistores, dispositivos lógicos— pueden ser tecnológicamente menos espectaculares que los procesadores de vanguardia para inteligencia artificial o teléfonos inteligentes, pero constituyen la base de prácticamente todos los sistemas de control electrónico de los vehículos modernos.
La importancia de estos componentes, aparentemente insignificantes, es fundamental. Un automóvil moderno promedio contiene varios cientos, a veces hasta quinientos, componentes Nexperia. Estos regulan voltajes, amplifican señales, controlan las luces indicadoras LED, coordinan los sistemas de bolsas de aire y garantizan que, cuando el conductor activa las luces de emergencia, todas se iluminen en la secuencia prevista. Se estima que Nexperia controla aproximadamente el cuarenta por ciento del mercado mundial de semiconductores estándar para la industria automotriz. Esta posición en el mercado convierte a la empresa en un eslabón indispensable en las cadenas de suministro de prácticamente todos los fabricantes de automóviles del mundo.
Los orígenes de la compañía se remontan al grupo holandés Philips, del cual su división de semiconductores se escindió posteriormente como NXP Semiconductors. En 2016, inversores financieros chinos vendieron la división de semiconductores estándar de NXP por 2750 millones de dólares. Desde 2017, la compañía opera de forma independiente como Nexperia. El punto de inflexión decisivo se produjo en 2018, cuando el grupo tecnológico chino Wingtech Technology adquirió una participación mayoritaria en Nexperia por 3600 millones de dólares. Wingtech, que también fabrica componentes para teléfonos inteligentes de Huawei y Xiaomi, obtuvo así acceso al lucrativo mercado automotriz y a la tecnología de semiconductores europea.
Esta adquisición podría haberse examinado críticamente incluso entonces. En cambio, el Comité de Inversión Extranjera de Estados Unidos aprobó la transacción a pesar de las crecientes tensiones geopolíticas. No fue sino hasta más tarde, en diciembre de 2024, que Wingtech fue incluida en la Lista de Entidades del gobierno estadounidense, una lista negra de empresas acusadas de violar los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos. La acusación: Wingtech intentaba sistemáticamente adquirir tecnologías críticas para la industria de defensa de Estados Unidos y sus aliados.
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El efecto dominó de la intervención estatal
El detonante inmediato de la crisis actual fue la decisión del gobierno neerlandés de tomar el control de Nexperia el 30 de septiembre de 2025. Esta medida, que se hizo pública el 12 de octubre, se tomó invocando la Ley de Disponibilidad de Productos Básicos, un instrumento de la época de la Guerra Fría que nunca antes se había utilizado. La justificación fue que existían claros indicios de graves deficiencias en el gobierno corporativo, lo que suponía una amenaza para la continuidad y la protección de importantes conocimientos tecnológicos en territorio neerlandés y europeo.
Tras el lenguaje diplomático se escondía una situación dramática. Los informes indicaban que Zhang Xuezheng, entonces director ejecutivo de Nexperia, había comenzado sistemáticamente a transferir propiedad intelectual y capacidad de producción a China. Los diseños de chips y la configuración de las máquinas de la planta de Manchester ya se habían trasladado a China. Los planes incluían el despido del 40 % de la plantilla europea, el cierre de un centro de investigación y desarrollo en Múnich y el traslado de equipos de la planta de producción de Hamburgo. El poder judicial neerlandés destituyó a Zhang de su cargo y congeló todas las acciones de la empresa, una medida drástica que, según el Ministerio de Asuntos Económicos, solo era admisible con pruebas contundentes.
La reacción de Pekín fue inmediata. El Ministerio de Comercio chino impuso al instante una prohibición a las exportaciones de productos Nexperia procedentes de sus fábricas chinas. Esta medida afectó gravemente a la industria automovilística europea, ya que el modelo de producción de Nexperia se basa en la división global del trabajo: las obleas —los finos discos de silicio a partir de los cuales se fabrican los chips— se producen en Europa, concretamente en Hamburgo y Mánchester. Sin embargo, aproximadamente el 70 % del procesamiento final —es decir, el corte, el empaquetado y las pruebas de los chips— se lleva a cabo en China, concretamente en la planta de Dongguan, en la provincia sureña china de Guangdong. El 30 % restante se fabrica en Filipinas y Malasia.
La prohibición china a las exportaciones provocó el colapso de esta cadena de suministro meticulosamente calibrada en cuestión de días. Las obleas producidas en Europa ya no podían enviarse a China para su posterior procesamiento. Al mismo tiempo, dejaron de llegar chips terminados a Europa procedentes de China. La producción mundial de semiconductores de Nexperia se desplomó aproximadamente un 70 %. Los almacenes de mayoristas y distribuidores se vaciaron en pocos días. Los intermediarios de semiconductores comenzaron a vender los chips restantes a precios exorbitantes; en algunos casos, cien veces superiores al precio original, que normalmente es de apenas unos céntimos por componente.
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El talón de Aquiles estructural de la industria automotriz
La gravedad de la situación se hace evidente al considerar las estructuras de producción específicas de la industria automotriz. Durante décadas, el sector se ha basado en el principio de producción justo a tiempo, un concepto desarrollado originalmente por Toyota para minimizar los costos de almacenamiento y optimizar el uso del capital. En este sistema, los componentes y materiales se entregan únicamente cuando son necesarios para la fabricación. Un vehículo moderno contiene aproximadamente 40 000 piezas individuales, y la entrega coordinada de todos estos componentes en el momento preciso se considera una obra maestra de la logística.
Esta eficiencia, sin embargo, tiene un precio: niveles de inventario extremadamente bajos y una dependencia máxima del buen funcionamiento de las cadenas de suministro. Si falta un componente crítico, toda la línea de producción se paraliza. Este era precisamente el escenario que amenazaba con desarrollarse en octubre de 2025. Bosch, el mayor proveedor de la industria automotriz a nivel mundial, se considera especialmente resiliente y bien organizado dentro del sector. Por ello, resultó aún más alarmante la noticia de que Bosch, precisamente esta empresa, había registrado a más de mil empleados de su planta de Salzgitter en régimen de suspensión temporal de empleo. Los expertos en chips describieron a Bosch como un sismógrafo para la industria: si incluso esta corporación ya no podía obtener chips de Nexperia, demostraba que la cadena de suministro estaba, en efecto, al borde del colapso.
Otros proveedores, como ZF Friedrichshafen, Continental y Mahle, también crearon grupos de trabajo para analizar opciones de abastecimiento alternativas. Los propios fabricantes de automóviles —Volkswagen, BMW y Mercedes-Benz— intentaron inicialmente restar importancia a la situación. Según comunicados oficiales, la producción continuaba según lo previsto. Sin embargo, el director financiero de Volkswagen, Arno Antlitz, resumió concisamente la precaria situación: estaban asegurando la producción día a día y semana a semana. Volkswagen sufría escasez de aproximadamente 2000 semiconductores y componentes electrónicos diferentes. Mercedes-Benz declaró haber asegurado suministros a corto plazo, sin especificar qué significaba «corto plazo». BMW seguía de cerca la situación.
El lenguaje cauto ocultaba la gravedad de la situación. Expertos en semiconductores advirtieron que, sin una solución política y la reanudación de los envíos desde China, las primeras líneas de producción de Volkswagen se paralizarían a mediados de noviembre. Un gerente de compras de un proveedor de la industria automotriz declaró al periódico Handelsblatt que la situación recordaba al desastre de Fukushima en 2011, cuando las cadenas de suministro globales colapsaron de la noche a la mañana. Entonces, como ahora, los almacenes se vaciaron en cuestión de días. Su sombría predicción: si no hay una solución política, la cadena de suministro colapsará por completo en noviembre.
Los costos económicos de la dependencia
La crisis de Nexperia pone de manifiesto los costes estructurales de una estrategia de producción que prioriza la eficiencia sobre la resiliencia. Tras la crisis de los chips durante la pandemia de COVID-19 (2020-2022), la industria automotriz tenía previsto replantear su enfoque. En aquel momento, los confinamientos en Asia, el cierre de fábricas y el aumento repentino de la demanda de componentes electrónicos provocaron una grave escasez de semiconductores. Las plantas automotrices se vieron obligadas a detener temporalmente la producción. Posteriormente, la Asociación Alemana de la Industria Automotriz (VDA) destacó que el sector había aprendido de sus errores y que fortalecería sus cadenas de suministro. Se implementaron diversas medidas: aumento de inventarios, transición de la producción justo a tiempo a la producción de reserva y ampliación de las redes de proveedores.
Sin embargo, los cambios estructurales no se materializaron en gran medida. Toyota ofrece un ejemplo: la corporación japonesa fue la única que, antes de la pandemia, ya había comenzado a acumular mayores inventarios en el sector de los semiconductores y a firmar contratos a largo plazo con fabricantes de chips. Esto requirió capital adicional y contradecía la lógica de la producción ajustada; pero cuando estalló la crisis de los chips en 2020, Toyota pudo producir durante más tiempo que sus competidores. La mayoría de los demás fabricantes y proveedores evitaron los costos adicionales de tales medidas preventivas. Tras la remisión de la pandemia, muchos volvieron a sus prácticas anteriores.
Las consecuencias ya son evidentes. Cada día de paralización de la producción genera pérdidas millonarias para las automotrices. A esto se suman los costos indirectos: no se pueden cumplir las fechas de entrega acordadas contractualmente, los clientes se pasan a la competencia y se pierde cuota de mercado. Los proveedores se ven obligados a implementar reducciones de jornada o incluso a despedir personal. Los costos económicos se multiplican a lo largo de toda la cadena de valor. En Alemania, aproximadamente 3,2 millones de empleos dependen directa o indirectamente de la industria automotriz. Una interrupción prolongada de la producción no solo afectaría a las empresas, sino que también desestabilizaría regiones enteras.
El impacto es particularmente grave en las regiones que dependen en gran medida de la industria automotriz. Ciudades como Salzgitter, donde el catorce por ciento de los empleos dependen de los motores de combustión, y el distrito de Saarpfalz ya se encuentran bajo una enorme presión debido a la transición a la electromovilidad. Una crisis adicional en el sector de los chips está agravando la ya tensa situación. La Asociación Alemana de la Industria Automotriz (VDA) advirtió explícitamente que la situación podría derivar en importantes restricciones de producción o incluso en paralizaciones de la misma en un futuro próximo si no se resuelven con prontitud los problemas con los chips de Nexperia.
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La geopolítica como riesgo empresarial
La crisis de Nexperia está intrínsecamente ligada a la competencia tecnológica global entre Estados Unidos y China. Este conflicto se ha intensificado considerablemente en los últimos años, evolucionando desde aranceles comerciales hasta una rivalidad sistémica integral. Los semiconductores son el eje central de esta disputa, ya que constituyen la base de prácticamente todas las tecnologías modernas, desde la inteligencia artificial y los sistemas de armamento militar hasta las redes de telecomunicaciones.
Estados Unidos ha intentado sistemáticamente restringir el acceso de China a la tecnología de semiconductores de vanguardia. Los controles a la exportación prohíben la venta de equipos avanzados para la fabricación de chips a China. Empresas como Nvidia se enfrentan a restricciones para exportar sus aceleradores de IA más potentes a China. La empresa neerlandesa ASML, que fabrica las únicas máquinas del mundo para producir chips avanzados mediante luz ultravioleta extrema, tiene prohibido suministrarlos a China. Estas restricciones tienen como objetivo frenar el avance tecnológico de China y garantizar la superioridad militar y tecnológica de Estados Unidos.
China responde a esta estrategia con un enfoque doble: por un lado, inversiones masivas en el desarrollo de una industria de semiconductores independiente y, por otro, contrasanciones selectivas en áreas donde China ejerce una posición dominante. Estas incluyen los elementos de tierras raras, de los cuales China controla más del 90 % de la producción mundial, así como ciertos segmentos de la fabricación de semiconductores. Los chips heredados, como los producidos por Nexperia, constituyen un ejemplo de ello. China produce aproximadamente un tercio de todos los semiconductores heredados del mundo y ha anunciado planes para incrementar considerablemente sus inversiones en este sector. Un fondo de inversión estatal de 40 000 millones de dólares tiene como objetivo fortalecer aún más la producción nacional.
El caso Nexperia ilustra claramente cómo las empresas europeas se encuentran atrapadas en el fuego cruzado de este conflicto. El gobierno neerlandés sostiene que su decisión no está dirigida contra China, sino que tiene como único objetivo proteger la seguridad nacional y salvaguardar la experiencia tecnológica europea. Sin embargo, documentos judiciales demuestran que el gobierno estadounidense ejerció una enorme presión sobre los Países Bajos. Washington exigió esta medida para impedir que más tecnología de semiconductores fluyera hacia China. Los Países Bajos cedieron ante esta presión, con la consecuencia de que China respondió de inmediato imponiendo una prohibición a las exportaciones.
Esta dinámica plantea un dilema fundamental a la economía europea. Europa depende tanto de la tecnología estadounidense como de la capacidad productiva y las materias primas chinas. A diferencia de Estados Unidos, Europa no puede simplemente desvincularse de China. La importancia de China como mercado es demasiado grande y las interconexiones, demasiado estrechas. Para la industria automotriz alemana, China es, con diferencia, el mercado individual más importante. Volkswagen, BMW y Mercedes-Benz generan allí una parte sustancial de sus beneficios. Una desvinculación total supondría pérdidas enormes. Al mismo tiempo, Europa no puede permitirse dañar las relaciones transatlánticas ni ser percibida como un socio poco fiable en la alianza occidental.
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Resiliencia en lugar de eficiencia: así es como Europa necesita replantearse sus cadenas de suministro.
Los fracasos estratégicos de la política
La crisis de Nexperia plantea la cuestión de por qué Europa es tan vulnerable. Una razón clave reside en la fragmentación y la indecisión estratégica de la política industrial europea. Mientras que Estados Unidos y China invierten cientos de miles de millones de dólares en sus industrias de semiconductores y persiguen objetivos estratégicos claramente definidos, Europa se está quedando rezagada. La Ley Europea de Chips, que entró en vigor en 2023, moviliza 43 000 millones de euros en inversión pública y privada, pero los expertos consideran que el programa es insuficiente.
El objetivo declarado de la Ley de Chips —alcanzar una cuota de mercado global del 20 % para 2030— es considerado por muchos poco realista y demasiado vago. Un informe de 2025 del Tribunal de Cuentas Europeo criticó este objetivo por no definir claramente las prioridades sobre dónde y por qué Europa debería ser líder en la cadena de valor de los semiconductores. La Semicon Coalition, una coalición de partes interesadas de los 27 Estados miembros de la UE, solicita una revisión de la Ley de Chips con objetivos estratégicos más precisos: prosperidad mediante un ecosistema europeo de semiconductores competitivo, indispensabilidad a través del liderazgo tecnológico en puntos críticos de control en la cadena de valor global y resiliencia mediante un suministro fiable de semiconductores de confianza.
El problema no es únicamente financiero. Estados Unidos aporta 53.000 millones de dólares en subvenciones directas a través de la Ley CHIPS, además de 75.000 millones en préstamos y exenciones fiscales. Los expertos estiman que China invierte considerablemente más. Pero el verdadero desafío reside en la coordinación. Europa no es un espacio económico unificado, sino una unión de 27 estados con intereses a menudo contrapuestos. Alemania, muy dependiente de la industria automovilística, tiene prioridades distintas a las de, por ejemplo, Malta o Estonia. Esta fragmentación dificulta una respuesta política industrial coherente y ágil.
En octubre de 2025, el gobierno alemán adoptó una estrategia de microelectrónica destinada a fortalecer el ecosistema alemán de este sector, reducir las dependencias y sentar las bases para la soberanía tecnológica. Sin embargo, estos documentos estratégicos demuestran principalmente una cosa: que el problema se ha reconocido. Su implementación lleva años, si no décadas. Las nuevas fábricas de chips —las llamadas fabs— requieren inversiones multimillonarias y varios años de construcción. Si bien Intel anunció la construcción de una gigafábrica en Magdeburgo, pasarán varios años antes de que entre en funcionamiento. E incluso entonces, Europa no logrará la independencia de los proveedores asiáticos de la noche a la mañana.
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La fragilidad de los esfuerzos de diversificación
Un concepto clave en el debate actual es la diversificación. Se espera que las empresas amplíen sus cadenas de suministro, reduzcan su dependencia de proveedores o regiones específicas y aumenten su capacidad de almacenamiento. Una encuesta realizada por la Cámara de Industria y Comercio Alemana muestra que muchas empresas alemanas están expandiendo sus redes de proveedores y adoptando estrategias de «China Plus One», es decir, estableciendo nuevas sedes fuera de China. Sin embargo, la misma encuesta revela que el 85 % de las empresas se enfrentan a importantes desafíos para diversificarse.
El mayor desafío reside en encontrar proveedores alternativos adecuados. Con componentes tan especializados como los semiconductores, un cambio rápido suele ser imposible. Si bien los chips de Nexperia no son tecnológicamente complejos, con frecuencia se diseñan específicamente para ciertas aplicaciones. Una pieza de repuesto debe ser homologada, un proceso que puede durar meses, a veces incluso trimestres. Es necesario realizar pruebas, obtener certificaciones y adaptar los procesos de producción. Todo esto resulta inútil en una crisis aguda.
Luego están los costes. La diversificación implica mayores gastos operativos: hay que coordinar a múltiples proveedores, realizar controles de calidad para cada uno y se pierden los descuentos por volumen. Muchas empresas informan de un aumento significativo de los costes debido a la diversificación. Sobre todo en un momento en que la industria automovilística alemana ya se encuentra bajo presión —debido a la transformación hacia la electromovilidad, la creciente competencia de China y la disminución de la demanda en mercados clave—, resulta difícil asumir costes adicionales.
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China como competidor sistémico y socio indispensable
La crisis de Nexperia ejemplifica el dilema central de la política económica europea, y especialmente la alemana, hacia China. Por un lado, China es percibida cada vez más como un competidor sistémico cuyo gobierno está dispuesto a utilizar las interdependencias económicas como arma política. La prohibición china a la exportación de chips de Nexperia es un ejemplo paradigmático de política exterior económica: la instrumentalización de las interdependencias económicas para alcanzar objetivos políticos. El mensaje para los Países Bajos y Europa es inequívoco: si actúan en contra de nuestros intereses, pagarán un alto precio económico.
Por otro lado, China es indispensable para la economía europea, no solo como mercado de ventas, sino también como centro de producción y proveedor. La industria automotriz alemana ha expandido enormemente su presencia en China durante décadas. Volkswagen opera numerosas plantas allí y genera una parte significativa de sus ingresos en el mercado chino. BMW y Mercedes-Benz tienen una presencia similar. Desvincularse de China supondría pérdidas multimillonarias para estas empresas y podría poner en peligro su competitividad global.
Esta dualidad de China, como amenaza y oportunidad a la vez, conduce a una política de reducción de riesgos en lugar de una desvinculación total. Mientras que Estados Unidos, bajo el mandato del presidente Biden y posteriormente bajo el de Trump, adoptó una postura más firme y buscó una amplia desvinculación, Europa optó por un enfoque más moderado. Se pretende reducir las dependencias, pero no eliminarlas por completo. El problema: reducir los riesgos es más fácil decirlo que hacerlo. En sectores críticos como las tierras raras o ciertos segmentos de semiconductores, China es tan dominante que no existen alternativas a corto plazo.
En el caso de Nexperia, el gobierno chino reaccionó con una táctica notable. Si bien inicialmente impuso una prohibición de exportaciones y criticó duramente a los Países Bajos, el Ministerio de Comercio indicó a finales de octubre que eran posibles excepciones. Declaró que estudiaría detenidamente la situación de las empresas afectadas y aprobaría las exportaciones, siempre que se cumplieran las condiciones pertinentes. Los detalles de estas condiciones se omitieron deliberadamente, una táctica clásica para mantener la máxima flexibilidad y sostener la presión.
Estas insinuaciones bastaron para lograr cierta distensión. La industria automotriz respiró aliviada a corto plazo. Sin embargo, el problema fundamental persiste. China ha demostrado su capacidad para interrumpir cadenas de suministro críticas en cualquier momento. Esta demostración de fuerza no se olvidará. Al mismo tiempo, Europa ha mostrado su disposición a actuar contra los intereses chinos, aunque de forma limitada, pero solo bajo la fuerte presión de Estados Unidos y a un costo económico considerable.
La transformación estructural como crisis generalizada
La crisis de los chips está afectando a la industria automovilística alemana en un momento en que ya se enfrenta a la mayor transformación de su historia. La transición de los motores de combustión a la electromovilidad, la integración de software cada vez más complejo, el desarrollo de sistemas de conducción autónoma, las exigencias más estrictas en materia de ESG (ambientales, sociales y de gobernanza), el aumento de los precios de la energía y las materias primas, y la escasez de mano de obra cualificada: todos estos factores ejercen presión simultánea sobre el sector. A esto se suma la creciente competencia de China, donde empresas como BYD, NIO y XPeng están irrumpiendo en el mercado europeo con vehículos eléctricos tecnológicamente avanzados y a precios atractivos.
Estudios del Instituto Alemán de Economía muestran que hasta 3,2 millones de empleos en Alemania dependen directa o indirectamente de la industria automotriz. Treinta y seis regiones se ven particularmente amenazadas por la eliminación progresiva de los motores de combustión interna. El empleo relacionado con estos motores ha disminuido alrededor de un once por ciento desde 2021. Fabricantes como Bosch, ZF Friedrichshafen, Continental, Schaeffler y Mahle han recortado decenas de miles de puestos de trabajo o han anunciado planes para hacerlo en los últimos años.
En este contexto, la crisis de Nexperia supone un golpe adicional para un sistema ya debilitado. Las empresas que deben invertir fuertemente en electrificación, mientras lidian con una demanda a la baja y ajustan sus estructuras de costes, difícilmente pueden permitirse pérdidas de producción adicionales por la escasez de semiconductores. La crisis revela que la industria es estructuralmente demasiado vulnerable para gestionar con éxito la transformación necesaria cuando las perturbaciones externas desestabilizan las cadenas de suministro.
Lecciones para un futuro más resiliente
La crisis de Nexperia debería servirnos de advertencia. Se pueden extraer varias lecciones. En primer lugar, la producción justo a tiempo, en su forma extrema, resulta demasiado arriesgada en un mundo geopolíticamente inestable. Cierto grado de redundancia, mayores niveles de inventario de componentes críticos y la diversificación de proveedores no son lujos, sino necesidades económicas. Las ventajas de costes a corto plazo de la producción ajustada se ven superadas por los riesgos de interrupciones catastróficas.
En segundo lugar, la autonomía estratégica en tecnologías críticas es esencial. Europa no puede permitirse depender por completo de actores no europeos en materia de semiconductores, tierras raras, tecnologías de baterías u otras tecnologías clave. Desarrollar su propia capacidad de producción es costoso y requiere mucho tiempo, pero es inevitable. La Ley Europea de Chips es un comienzo, pero debe ser mucho más ambiciosa.
En tercer lugar, los riesgos geopolíticos deben integrarse sistemáticamente en las decisiones empresariales. Durante mucho tiempo, estas consideraciones se consideraron secundarias a la optimización de costes y la eficiencia. Eso ya es historia. Las empresas necesitan sistemas de gestión de riesgos sólidos que aborden no solo los riesgos de mercado y financieros, sino también los escenarios geopolíticos.
Cuarto: Es preciso superar la fragmentación de la política industrial europea. Europa solo podrá competir con Estados Unidos y China si actúa como un espacio económico unificado. Esto exige voluntad política, inversiones conjuntas y la disposición a anteponer estrategias europeas integrales a los intereses nacionales particulares.
Quinto: Es necesario reajustar el equilibrio entre la integración económica y la independencia estratégica. La desvinculación total no es ni posible ni deseable, pero deben reducirse las dependencias unilaterales. Esto se aplica tanto a las relaciones con China como a la dependencia de la tecnología estadounidense.
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La incertidumbre estructural como la nueva normalidad
Las señales procedentes de China de que está considerando excepciones a la prohibición de suministro de Nexperia ofrecen un alivio a corto plazo, pero no resuelven el problema estructural. La crisis de Nexperia no será la última de su tipo. Es más probable que las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China aumenten que disminuyan. Otros sectores tecnológicos —inteligencia artificial, computación cuántica, biotecnología— se convertirán en escenarios de rivalidad estratégica. Las empresas europeas se verán repetidamente atrapadas en el fuego cruzado.
Para la industria automotriz alemana, esto implica una reestructuración estratégica fundamental. El sector debe gestionar simultáneamente varias transformaciones: tecnológicamente, hacia la electromovilidad y los servicios digitales; estructuralmente, hacia cadenas de suministro más resilientes; y geopolíticamente, hacia una mayor independencia. Esta triple transformación requiere inversiones masivas, apoyo político y, sobre todo, tiempo, un recurso escaso dada la urgencia de los problemas.
La crisis de Nexperia también demuestra que el debate sobre política industrial debe ir más allá de los meros programas de subvenciones. Aborda cuestiones fundamentales de la arquitectura económica: ¿Cómo organizamos las cadenas de valor en un mundo donde la eficiencia ya no puede ser el único objetivo? ¿Cuánta autonomía estratégica necesitamos y qué costes estamos dispuestos a asumir por ella? ¿Cómo configuramos las relaciones con países que son a la vez socios y competidores sistémicos?
Estas cuestiones no pueden resolverse con soluciones tecnocráticas. Requieren decisiones políticas que ponderen valores, intereses y prioridades. La crisis de Nexperia ha demostrado que la ilusión de una globalización puramente económica y apolítica ha llegado a su fin. Economía y geopolítica están inextricablemente unidas. Para la industria alemana, que durante décadas se ha beneficiado de los mercados abiertos y la división global del trabajo, esta constatación representa un punto de inflexión fundamental.
Los próximos años demostrarán si Europa y Alemania son capaces de superar estos desafíos. La crisis de Nexperia debe entenderse como una advertencia: la vulnerabilidad es real y las consecuencias, potencialmente devastadoras. Solo con previsión estratégica, acción coordinada y la voluntad de sacrificar las ganancias de eficiencia a corto plazo en aras de la resiliencia a largo plazo se podrá garantizar la base industrial de Europa. De lo contrario, se avecina una progresiva desindustrialización en la que las empresas europeas se convertirán en peones de juegos de poder geopolíticos, sin los medios para forjar su propio destino.
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