El último análisis económico mundial antes de Navidad, con el deseo visionario de que todo volverá a estar bien
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Publicado el: 24 de diciembre de 2025 / Actualizado el: 24 de diciembre de 2025 – Autor: Konrad Wolfenstein

El último análisis económico mundial antes de Navidad, con el deseo visionario de que todo vuelva a estar bien – Imagen: Xpert.Digital
Entre la tregua navideña y la crisis económica mundial: una dosis de realidad para 2026
Olvídese de la normalidad: así de fundamental será el cambio en la economía mundial en 2026
Mientras el mundo se prepara para la Navidad de 2025 y el deseo de paz y normalidad es mayor que nunca, la realidad económica presenta un panorama difícil de categorizar. Estamos al final de un año que evitó la catástrofe prevista, solo para adentrarnos en una era de frágil estabilidad. El último gran análisis económico antes de Navidad revela un mundo en constante cambio: las principales economías han evitado la recesión, pero el precio son las grietas estructurales que ahora se hacen evidentes.
El año que viene, 2026, no se caracterizará por un retorno a la normalidad, sino por un reajuste fundamental de las relaciones de poder globales. Mientras que Estados Unidos, impulsado por un auge sin precedentes de la IA, amenaza con dejar atrás al resto del mundo desarrollado, China se enfrenta a una paradoja histórica de fuerte producción y bajo consumo. Mientras tanto, Europa, y Alemania en particular, experimentan un cambio radical bajo la presión de las realidades geopolíticas, una medida que hasta hace poco se consideraba un tabú en materia de política fiscal.
Pero más allá de las grandes cifras del producto interno bruto, la gente siente el cambio de primera mano: mercados laborales que ni despiden ni contratan a nadie; una inflación que estadísticamente está cayendo pero que sigue notándose en los bolsillos de la gente; y una brecha social que se ha ampliado a tal punto que amenaza la paz política.
Este análisis no es un lamento pesimista, sino una evaluación necesaria. Analiza la retórica del "todo saldrá bien" y muestra por qué la esperanza por sí sola no es una estrategia, y por qué 2026, a pesar de sus desafíos, o quizás incluso debido a ellos, será el año decisivo para definir el rumbo de nuestro futuro económico. Lea aquí lo que realmente nos espera.
Cuando la esperanza se topa con la dureza: una evaluación de la brecha entre la realidad económica y las ilusiones políticas
La economía mundial cierra 2025 con una curiosa mezcla de alivio e inquietud. Si bien las principales economías han evitado la recesión y los bancos centrales se están alejando cautelosamente de las políticas monetarias restrictivas, las distorsiones estructurales acechan bajo la superficie, extendiéndose mucho más allá de las fluctuaciones cíclicas. Se proyecta que el PIB mundial crecerá entre un 2,8 % y un 3,1 % en 2026, una cifra que parece sólida, pero que se encuentra significativamente por debajo del promedio prepandemia. Goldman Sachs pronostica un 2,8 %, mientras que el Fondo Monetario Internacional revisó su estimación al alza, al 3,1 %, tras la temida escalada de los conflictos comerciales, que se contuvo en el segundo semestre de 2025. Sin embargo, estas cifras ocultan una reestructuración fundamental de la geografía económica mundial, caracterizada por la fragmentación comercial, la disrupción tecnológica y el agotamiento fiscal.
Se proyecta que Estados Unidos superará a otras economías desarrolladas con una tasa de crecimiento del 2,6 %, impulsada por recortes de impuestos, inversiones masivas en inteligencia artificial y una política fiscal significativamente más flexible en comparación con Europa. La Reserva Federal ha reducido su tasa de interés de referencia a entre el 3,5 % y el 3,75 % hasta diciembre de 2025 y apunta a nuevos recortes moderados hasta mediados de 2026, con una tasa final prevista del 3 % al 3,25 %. La economía estadounidense se está beneficiando de un fenómeno inusual: la inteligencia artificial ya está realizando una contribución medible al crecimiento, con gastos de capital relacionados con IA que contribuyeron aproximadamente 1,1 puntos porcentuales al crecimiento del PIB en el primer semestre de 2025, más que el consumo privado. Esto marca un punto de inflexión estructural donde la inversión tecnológica se convierte en el componente dominante del crecimiento, mientras que los impulsores tradicionales, como el gasto en consumo, pierden importancia.
Sin embargo, el desarrollo económico de China revela una paradoja que se está convirtiendo en una prueba de estrés para la economía global. Se proyecta que la segunda economía más grande del mundo crecerá entre un 4,5 % y un 4,8 % en 2026, una desaceleración respecto al 5 % del año anterior. Por primera vez en décadas, el gobierno chino ha declarado que el fortalecimiento de la demanda interna es su principal prioridad en política económica, una notable admisión de debilidad estructural. La orientación exportadora que ha impulsado el éxito de China durante cuatro décadas está llegando a sus límites. Mientras las empresas chinas continúan inundando el mercado global con productos de alta calidad a precios bajos, la demanda interna se mantiene precariamente débil. El sector inmobiliario, que tradicionalmente representa alrededor de una cuarta parte de la producción económica de China, se encuentra en una crisis estructural que no puede resolverse ni siquiera con las medidas de estímulo más generosas. El gobierno chino se basa en estímulos al consumo, pensiones más altas y aumentos de ingresos, pero la confianza de los hogares se ha visto profundamente afectada. Goldman Sachs estima que el superávit por cuenta corriente de China asciende a casi el 1% del PIB mundial, el mayor superávit de un solo país en la historia económica documentada. Este superávit no es una expresión de fortaleza, sino más bien un síntoma de una economía que produce lo que no puede consumir.
Europa, sin embargo, se debate entre la expansión fiscal y la incapacidad de implementar reformas estructurales. Se proyecta que la eurozona crezca entre un 1,1% y un 1,6% en 2026, con Alemania desempeñando un papel central. La mayor economía de Europa está planeando su mayor paquete de estímulo fiscal desde la década de 1970 para 2026. Se prevé un déficit del 4,75% del PIB, con más de 100.000 millones de euros destinados a la descarbonización, las infraestructuras y la defensa. Este drástico cambio, considerado impensable durante mucho tiempo, refleja la constatación de que la ortodoxia fiscal se está convirtiendo en un obstáculo para el crecimiento en un mundo de crecientes tensiones geopolíticas y enormes necesidades de inversión. El Banco Central Europeo ha mantenido su principal tipo de refinanciación en el 2,15% y su facilidad de depósito en el 2%, lo que indica una pausa prolongada en los nuevos recortes de tipos de interés. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, habla de un "buen momento" en el que la política monetaria ha llegado, una frase que expresa tanto satisfacción como desconcierto.
Guerras comerciales y montañas de deuda: las nuevas realidades fiscales
Los conflictos comerciales que dominaron la economía global en 2025 no se han resuelto, sino que simplemente han entrado en una nueva fase. La tasa arancelaria promedio de EE. UU. ha aumentado de menos del 3 % a casi el 17 %, un nivel que recuerda al proteccionismo de la década de 1930. Sin embargo, la temida recesión global no se materializó, en parte debido a la aceleración masiva de las exportaciones en el primer semestre de 2025. Las empresas enviaron bienes a EE. UU. antes de que entraran en vigor los nuevos aranceles, lo que resultó en cifras comerciales distorsionadas. Se proyecta que el crecimiento del comercio mundial se desplome a solo el 0,5 % en 2026, una caída drástica desde el 2,5 % del año anterior. Esta fragmentación no es temporal, sino estructural. Las cadenas de suministro no solo se están desviando, sino que se están reconfigurando fundamentalmente. El concepto de "China más uno" se ha convertido en la nueva ortodoxia, con México, Vietnam, India y Europa del Este beneficiándose masivamente como ubicaciones de producción alternativas. El nearshoring, que en su día era un concepto académico, se habrá convertido en la estrategia dominante en 2026. Las empresas ya no optimizarán principalmente los costos, sino la resiliencia, incluso si esto presiona los márgenes.
La situación fiscal en las principales economías es más preocupante de lo que sugiere el discurso público. La deuda pública mundial se sitúa en el 97,6 % del PIB, un máximo histórico fuera de tiempos de guerra. Estados Unidos fue rebajado por Scope Ratings a AA- con perspectiva estable en octubre de 2025, y Francia también mantiene una calificación AA- con perspectiva negativa. El margen fiscal se ha agotado en la mayoría de las economías desarrolladas. Las restricciones estructurales del gasto debido al envejecimiento de la población, el aumento del gasto en defensa y los elevados pagos de intereses de la deuda existente dejan poco margen para una política anticíclica. La Unión Europea ha incorporado una notable flexibilidad a sus normas fiscales mediante la creación de una exención nacional para el gasto en defensa. Los Estados miembros pueden aumentar su gasto en defensa hasta un 1,5 % del PIB hasta 2028 sin que esto se considere un incumplimiento de los límites de déficit. Dieciséis Estados miembros de la UE ya están utilizando esta cláusula, lo que se traduce en un gasto adicional en defensa de aproximadamente 110 000 millones de euros. El Plan ReArm Europe moviliza un total de 800 000 millones de euros. No se trata de una excepción temporal, sino del inicio de una reasignación permanente de recursos públicos, desde las transferencias sociales a la seguridad y las infraestructuras.
La paradoja del mercado laboral y el auge de la IA
Los mercados laborales en las economías desarrolladas se encuentran en una situación inusual, caracterizada por un modelo de "poca contratación y cero despidos". En Estados Unidos, el desempleo se sitúa en el 4,4 %, el nivel más alto desde octubre de 2021, a pesar de un crecimiento económico moderado. La tasa de contratación ha caído a niveles no vistos durante las primeras etapas de la pandemia y tras la crisis financiera mundial. Quienes buscan empleo tardan, de media, 20 semanas más en encontrar empleo que en 2023. Al mismo tiempo, las empresas dudan en despedir personal por temor a no encontrar personal cualificado en un entorno incierto. El sector sanitario representa actualmente el 47,5 % del crecimiento total del empleo, una concentración extrema que pone de manifiesto la fragilidad del mercado laboral. Si este sector se tambalea, frenaría el impulso general del empleo. La Reserva Federal prevé que el desempleo aumente al 4,5 % a principios de 2026, antes de experimentar una ligera desaceleración. Un panorama similar se observa en Europa. La tasa de desempleo en el Reino Unido se sitúa en el 5,1 %, su máximo en cuatro años. Alemania no espera una mejora espectacular de su mercado laboral a pesar de su enorme programa de estímulo fiscal.
El papel de la inteligencia artificial en la economía global alcanzó un punto de inflexión en 2025. Lo que antes se consideraba una tecnología de futuro especulativa ahora contribuye de forma medible al crecimiento económico. Las inversiones privadas en IA en EE. UU. ascendieron a 109.100 millones de dólares en 2024, aproximadamente doce veces más que en China y veinticuatro veces más que en el Reino Unido. Estas inversiones se están destinando no solo al desarrollo de modelos, sino también, cada vez más, a infraestructuras de apoyo como centros de datos, fuentes de alimentación y expansión de redes. Los efectos a largo plazo en la productividad son difíciles de cuantificar, pero los modelos económicos sugieren que la IA podría impulsar el PIB en torno a un 12 % a largo plazo, mucho más que el efecto inmediato del 3 %. Se espera que el pico de aumento de la productividad se alcance unos catorce años después de su adopción generalizada, lo que significa que los mayores efectos no se harán visibles hasta la década de 2030. Sin embargo, a corto plazo, se presenta una situación paradójica: la IA aumenta el PIB sin aumentar proporcionalmente el empleo. EE. UU. experimentará un sólido crecimiento económico en 2025, acompañado de un bajo nivel de empleo, en parte debido al aumento de la productividad impulsado por la IA. Esta tendencia se intensificará en 2026 y planteará preguntas fundamentales sobre la distribución de las ganancias económicas.
Tendencias de inflación y divergencia de los mercados emergentes
La inflación, que dominó la agenda de política económica en 2022 y 2023, se ha calmado, pero sigue siendo más persistente de lo que esperaban los bancos centrales. A nivel mundial, se prevé que la inflación caiga al 3,6 % en 2026, tras alcanzar el 4,2 % en 2025. En Estados Unidos, se prevé una disminución del 3,2 % al 2,8 %, y en la eurozona, del 2 % al 1,9 %. Estas cifras se acercan al objetivo del 2 % de los bancos centrales, pero la inflación subyacente de precios, que excluye los precios volátiles de la energía y los alimentos, sigue siendo más persistente. En Estados Unidos, se espera que la inflación aumente al 3,5 % en el cuarto trimestre de 2025 antes de caer al 2,8 % en el cuarto trimestre de 2026. Esta trayectoria en forma de U refleja la presión temporal sobre los precios causada por los aranceles, que se suaviza en la segunda mitad de 2026. Turquía sigue siendo un caso atípico extremo, con tasas de inflación proyectadas en el 31,4 % en 2025 y el 18,5 % previstas en 2026, impulsadas por la drástica depreciación de la lira. Los bancos centrales se encuentran en una posición complicada. La Reserva Federal está recortando los tipos de interés con cautela, por temor a que una flexibilización excesivamente agresiva pueda desestabilizar las expectativas de inflación. El BCE, por otro lado, se muestra cauteloso, ya que considera que la inflación está cerca de su objetivo y considera innecesarios nuevos recortes. Los mercados emergentes presentan un panorama más matizado, con Brasil, México, India y Sudáfrica esperando continuos recortes en los tipos de interés, ya que sus tipos de interés reales se mantienen positivos.
Los mercados emergentes experimentarán un período de divergencia en 2026, rompiendo con los patrones históricos. Si bien el crecimiento promedio se sitúa entre el 3,5 % y el 4 %, subyacen profundas diferencias. Se proyecta que India crezca un 6,2 %, posicionándose como el claro ganador. El país se beneficia de una demografía favorable, inversiones masivas en infraestructura y la diversificación de las cadenas de suministro globales, que se alejan de China. La infraestructura digital de India es notablemente avanzada; en 2023, el país procesó aproximadamente el 46 % de todos los pagos globales en tiempo real. La estrategia "China + Uno" de las empresas globales está impulsando la inversión manufacturera en India, Vietnam y México. Goldman Sachs espera una rentabilidad del 13 % al 16 % en las inversiones de capital en mercados emergentes, significativamente superior a la de los mercados desarrollados. Sin embargo, estas oportunidades se distribuyen de forma desigual. Brasil se enfrenta a elecciones presidenciales en octubre de 2026, lo que podría provocar un cambio en la política económica. China, Brasil y Rusia están lastrando el promedio de los mercados emergentes, mientras que India, partes del Sudeste Asiático, el Norte de África y Europa del Este están creciendo a un ritmo superior al promedio.
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Economía 2026: Entre el miedo alemán al ahorro y la revolución silenciosa de la cadena de suministro
Geopolítica, comportamiento del consumidor y beneficios corporativos
Los riesgos geopolíticos se mantienen a un nivel que complica la planificación a largo plazo y aumenta las primas de riesgo. El conflicto entre Rusia y Ucrania no muestra indicios de una solución duradera. Las negociaciones están en curso, pero las posturas siguen siendo irreconciliables. Rusia exige la desmilitarización de Ucrania, mientras que Ucrania y Europa consideran que una Ucrania militarmente fuerte es necesaria para la estabilidad regional. Se prevé que los ataques a infraestructuras críticas por parte de ambos bandos se intensifiquen en 2026. Europa está cada vez más expuesta a las operaciones rusas en la zona gris, dirigidas a infraestructuras críticas e instalaciones de seguridad. En Oriente Medio, el alto el fuego en Gaza sigue siendo frágil, e Israel continúa sus operaciones militares en Siria, Líbano y Cisjordania. Las elecciones en Israel en octubre de 2026 añaden aún más incertidumbre. El impacto económico de estos conflictos no es catastrófico de inmediato, pero aumenta los costes de transacción de los negocios internacionales, intensifica los seguros y la logística, y conduce a decisiones de inversión defensivas. Las empresas están aferrándose a la liquidez, posponiendo proyectos a largo plazo y favoreciendo estrategias flexibles a corto plazo.
Los consumidores en las economías desarrolladas presentan un panorama heterogéneo, mostrando tanto resiliencia estadística como cautela psicológica. En EE. UU., el gasto de los consumidores se mantiene sólido, impulsado por un segmento de ingresos más altos que representa más de la mitad del gasto total. El 57 % de los consumidores busca activamente ofertas, lo que representa un aumento interanual de 23 puntos porcentuales. El comportamiento de gasto se ha vuelto estratégico: las personas están recortando gastos en algunas categorías para gastar más en otras que les importan. Las experiencias de alto precio, como cruceros, conciertos y eventos deportivos, siguen siendo demandadas, mientras que las marcas blancas están ganando terreno frente a las marcas premium en productos de uso diario. En Alemania, el panorama es más dramático. La confianza del consumidor se ha desplomado a -26,9, su nivel más bajo desde abril de 2024. La tasa de ahorro de los hogares alemanes ha alcanzado su máximo en diecisiete años, como reacción al temor a la inflación y a la incertidumbre en torno a las reformas de las pensiones. Este es un desarrollo problemático para una economía que depende del consumo para traducir su masivo programa de estímulo fiscal en crecimiento. La temporada navideña de 2025 fue decepcionante y el comienzo de 2026 indica una continua moderación por parte del consumidor.
Las ganancias corporativas se están desarrollando de manera notablemente robusta a pesar de las múltiples incertidumbres. El margen de beneficio neto del S&P 500 alcanzó un máximo histórico del 13,1 % en el tercer trimestre de 2025, el más alto desde que comenzaron los registros en 2009. Se espera un aumento adicional al 13,9 % para 2026, muy por encima del promedio de diez años del 11 %. Esta aparente contradicción con las condiciones desafiantes se explica por la agresiva reducción de costos, la automatización y la fijación estratégica de precios. Desde la pandemia, las empresas han ajustado fundamentalmente sus estructuras de costos, consolidado el espacio de oficinas, optimizado las plantillas e invertido en tecnologías que mejoran la eficiencia. Los aumentos de margen no se concentran en sectores individuales, sino que son evidentes en todas las industrias, lo que sugiere ganancias de eficiencia sistémicas. El sector financiero, el tecnológico y los servicios públicos están experimentando los mayores aumentos de margen. Esto plantea preguntas fundamentales sobre la distribución de las ganancias económicas. El crecimiento de los márgenes con salarios estancados significa que los frutos del crecimiento de la productividad fluyen principalmente a los propietarios del capital.
Cambio estructural: cadenas de suministro, bienes raíces y economía climática
La transformación de las cadenas de suministro globales de eficiencia a resiliencia estará prácticamente completa para 2026. El cincuenta y cinco por ciento de las empresas citarán la volatilidad económica como su mayor riesgo, seguida de los aranceles y las barreras comerciales con un 48 por ciento y la inestabilidad geopolítica con un 38 por ciento. La diversificación geográfica y de múltiples proveedores se habrán convertido en prácticas estándar. El concepto de justo a tiempo será obsoleto; las empresas mantendrán inventarios más altos y construirán capacidad redundante. Esto aumentará los costos de producción, pero también mejorará la resiliencia a los shocks. La deslocalización cercana se consolidará como la estrategia dominante. Para las empresas estadounidenses, esto significa reubicar la producción en México; para las empresas europeas, en Europa del Este. Las empresas chinas invertirán fuertemente en el sudeste asiático para eludir las barreras arancelarias. Estas reubicaciones no son ajustes tácticos a corto plazo, sino realineamientos estratégicos a largo plazo con las correspondientes inversiones de capital en fábricas, infraestructura y capacitación.
El sector inmobiliario muestra tendencias muy divergentes entre regiones. En Estados Unidos, la Asociación Nacional de Agentes Inmobiliarios pronostica un aumento del 14 % en las ventas de viviendas para 2026, impulsado por una ligera disminución de las tasas hipotecarias y un creciente parque inmobiliario. Se espera que la tasa hipotecaria promedio baje del 6,6 % al 6,3 %, lo que daría acceso a la propiedad de vivienda a aproximadamente 5,5 millones de hogares adicionales. Los precios de las viviendas aumentarán moderadamente, entre un 2 % y un 4 %, una desaceleración significativa en comparación con años anteriores. El mercado está pasando de un estado favorable para los vendedores a un estado equilibrado, en el que ni los compradores ni los vendedores tienen ventajas estructurales. Se espera que veintidós ciudades estadounidenses experimenten caídas de precios, concentradas en regiones que experimentaron aumentos excesivos de precios durante la pandemia. En China, sin embargo, la crisis de la vivienda se está profundizando. A pesar de la masiva intervención gubernamental, los precios de las viviendas siguen bajo presión y la confianza de los compradores se ve profundamente afectada. El sector inmobiliario, que tradicionalmente representa una cuarta parte de la producción económica de China, se está contrayendo estructuralmente, contrarrestando los esfuerzos por estimular la demanda interna.
La economía climática entrará en una fase en 2026 en la que el daño económico ya no será hipotético, sino cuantificable en la realidad. Estudios científicos estiman que la producción económica mundial será un 17 % menor para mediados de siglo de lo que habría sido sin un mayor cambio climático, lo que representa pérdidas de 32 billones de dólares. Este daño afectará desproporcionadamente a las regiones más pobres, exacerbando las desigualdades existentes. Al mismo tiempo, las inversiones en la transición energética se están acelerando. Las inversiones mundiales en energía alcanzaron aproximadamente 3,3 billones de dólares en 2025, de los cuales 2,2 billones se destinaron a tecnologías de energía limpia. Dos tercios de cada dólar invertido ya se destinan a energías renovables, vehículos eléctricos, redes eléctricas, almacenamiento y medidas de eficiencia. Europa está planeando un importante apoyo fiscal para el clima y las infraestructuras, y Alemania destinará más de 100 000 millones de euros a la descarbonización. El consumo de electricidad está aumentando drásticamente debido a los centros de datos, la electrificación y la inteligencia artificial, lo que aumenta la urgencia de ampliar la capacidad de energía renovable. La independencia energética se ha convertido en una prioridad estratégica, especialmente en Europa y Asia, donde se está abordando la necesidad de reducir la dependencia de los combustibles fósiles importados.
Líneas de falla sociales: desigualdad y salud mental
La desigualdad social está alcanzando dimensiones que amenazan la estabilidad política. El Informe Mundial sobre la Desigualdad 2026 revela crudamente que el 0,001 % más rico de la población mundial (menos de 60 000 multimillonarios) posee tres veces más riqueza que la mitad más pobre de la humanidad en conjunto. En casi todas las regiones, el uno por ciento más rico posee más riqueza que el 90 % más pobre. El gasto promedio en educación por niño en África subsahariana es de solo 200 €, en comparación con los 7400 € en Europa y los 9000 € en América del Norte, una proporción de uno a cuarenta, aproximadamente tres veces la brecha en el PIB per cápita. Estas disparidades consolidan una geografía de oportunidades que exacerba y perpetúa las jerarquías globales de riqueza. La brecha salarial de género persiste: las mujeres en todo el mundo ganan solo el 61 % de lo que ganan los hombres por hora, excluyendo el trabajo no remunerado. Cuando se incluyen el trabajo doméstico y el cuidado no remunerado, esta cifra se reduce al 32 %. En todas las regiones, las mujeres trabajan más horas que los hombres cuando se tiene en cuenta el trabajo no remunerado. Los sistemas políticos en las democracias occidentales se han fragmentado. Los patrones tradicionales de votación basados en clases, en los que las personas con bajos ingresos votaban a la izquierda y los ricos a la derecha, se han desmoronado. Los votantes con un alto nivel educativo, pero con bajos ingresos, tienden a inclinarse hacia la izquierda, mientras que los votantes con un nivel educativo más bajo, pero con ingresos más altos, tienden a inclinarse hacia la derecha. Esta fragmentación dificulta la formación de amplias coaliciones para la redistribución. La tributación progresiva se desploma en la cima: los centimillonarios y los multimillonarios suelen pagar proporcionalmente menos impuestos que la mayoría de la población.
La salud mental en el lugar de trabajo ha pasado de ser un problema marginal a un factor clave para la productividad. La Generación Z, que representa una proporción cada vez mayor de la fuerza laboral, prioriza explícitamente la salud mental al elegir un empleador. El 80% de los empleados de la Generación Z en Hong Kong prefiere modalidades de trabajo híbridas, una preferencia que está ganando terreno a nivel mundial. Las empresas están abandonando los programas tradicionales de asistencia al empleado y optando por soluciones integrales de salud mental que priorizan la atención intensiva, la medición basada en resultados y el acceso digital. La fragmentación de la vida laboral y personal causada por los modelos híbridos genera nuevos factores de estrés, siendo el aislamiento y la desdibujación de límites problemas comunes. Las empresas que ignoran la salud mental pierden terreno en la competencia por el talento. La justificación comercial para invertir en salud mental está ahora demostrada empíricamente: un menor ausentismo, una mayor productividad y una menor rotación de personal justifican con creces los costos.
Regulación, demografía y transformación digital
La regulación de las criptomonedas y los activos digitales alcanzará una fase de convergencia en 2026. El Reglamento Europeo de Mercados de Criptoactivos (MiCA) entrará en vigor, estableciendo estándares para los proveedores de servicios de criptoactivos, los emisores de monedas estables y los controles de abuso de mercado. Estados Unidos ha establecido un marco mediante la Ley GENIUS y la Ley CLARITY, que somete a las monedas estables a estándares similares a los de los instrumentos financieros tradicionales. El Marco de Información sobre Criptoactivos, liderado por la OCDE, permitirá el intercambio de información entre las autoridades fiscales a partir de 2027. Esta claridad regulatoria reduce las oportunidades de arbitraje entre jurisdicciones e integra las criptomonedas en el sistema financiero tradicional. La maduración de la regulación está atrayendo a inversores institucionales que anteriormente se veían disuadidos por la incertidumbre jurídica. Las monedas estables y las monedas digitales emitidas por bancos centrales están cobrando importancia, y Hong Kong ha establecido un régimen de licencias específico para los emisores de monedas estables. Bitcoin sigue siendo el ancla del mercado, mientras que las plataformas DeFi están cada vez más sujetas a la supervisión regulatoria.
El envejecimiento de la fuerza laboral en las economías desarrolladas y China representa uno de los desafíos económicos más fundamentales de las próximas décadas. La proporción de trabajadores de 55 a 64 años se ha duplicado desde el año 2000. Se proyecta que el tamaño de la población en edad laboral se reducirá hasta en un 10 por ciento en varios países para el año 2050. Una fuerza laboral de mayor edad y menor implica una menor producción económica, un crecimiento más lento, una escasez de mano de obra exacerbada en sectores críticos y una reducción de los ingresos fiscales. China ha elevado la edad de jubilación para los hombres de 60 a 63 años y para las mujeres de 55 a 58 años para abordar la crisis demográfica. La participación en el mercado laboral entre los trabajadores de mayor edad ha aumentado, pero muchos abandonan la fuerza laboral prematuramente. Las dislocaciones del mercado laboral afectan especialmente a los trabajadores de mayor edad: están desempleados durante períodos más largos, tienen menos probabilidades de encontrar un nuevo empleo y sufren mayores pérdidas salariales. La productividad de los trabajadores de mayor edad es ambivalente: la experiencia se yuxtapone con el declive de las capacidades físicas y cognitivas. La adaptabilidad a las nuevas tecnologías, especialmente la IA, varía considerablemente. La discriminación por edad sigue siendo una barrera importante.
Los informes ESG han pasado de ser una buena práctica voluntaria a una necesidad regulatoria. La Directiva de la UE sobre Informes de Sostenibilidad Corporativa exige a las grandes empresas que cotizan en bolsa que proporcionen información detallada sobre los aspectos ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) de sus operaciones. Esta información debe tratarse con el mismo rigor que la información financiera, un cambio de paradigma que traslada los criterios ESG del departamento de relaciones públicas a la sala de juntas. Los inversores exigen cada vez más datos ESG robustos para fundamentar las decisiones de asignación de capital. Las empresas con sólidos programas ESG, reservas transparentes y operaciones seguras están mejor posicionadas, ya que los reguladores favorecen las plataformas con licencia y bien reguladas. Si bien los costos de cumplimiento están aumentando, esto crea barreras de entrada para los actores menos capitalizados. Las áreas de crecimiento incluyen activos tokenizados, infraestructura DeFi regulada, prueba de identidad en cadena y soluciones de pago transfronterizas que cumplen con las nuevas normas de información y divulgación.
Para 2026, la transformación digital se acelerará más allá de la mera adopción de tecnología, hacia una reorganización fundamental de los modelos de negocio. La IA generativa, la hiperautomatización, la computación de borde, los gemelos digitales y la computación cuántica evolucionarán de proyectos piloto a sistemas de producción. El 90 % de las transacciones comerciales entre empresas podrían ser iniciadas y ejecutadas por sistemas de IA autónomos para 2028, lo que representa un volumen de negocio acumulado de más de 15 billones de dólares, administrado íntegramente por máquinas. Las arquitecturas de seguridad de confianza cero se convertirán en el estándar, a medida que la seguridad perimetral tradicional se vuelve obsoleta en entornos híbridos y de nube. Las redes 5G y sus sucesoras permitirán la conectividad masiva de dispositivos IoT y una comunicación ultrafiable y de baja latencia. AIOps revolucionará las operaciones de TI mediante el análisis de datos en tiempo real, la detección predictiva de fallos y la optimización automatizada del rendimiento. Las plataformas low-code y no-code democratizarán el desarrollo de software, permitiendo a los usuarios empresariales crear aplicaciones sin conocimientos profundos de programación. Estas tendencias se refuerzan mutuamente y crean un ecosistema en el que la competencia tecnológica se convierte en una cuestión de supervivencia.
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Basta de esperanza: por qué el deseo de normalidad ahora se está volviendo peligroso
El dilema energético y la necesidad de reformas
La transición energética alcanzará un punto crítico en 2026, donde los ambiciosos objetivos chocarán con las realidades físicas y económicas. El objetivo de 1,5 grados del Acuerdo de París se ha vuelto prácticamente inalcanzable; con las tasas de emisiones actuales, el presupuesto de carbono se agotará en menos de cuatro años. De continuar con las políticas actuales, se produciría un calentamiento de aproximadamente 2,8 grados, e incluso los escenarios más optimistas, con la plena aplicación de todas las contribuciones nacionales condicionales, solo alcanzarían 1,9 grados. Las emisiones en 2024 aumentaron cuatro veces más rápido que el promedio de la década de 2010, comparable a la de la década de 2000. Sin embargo, las inversiones en energías renovables se están acelerando. La participación de las renovables en la generación de electricidad está creciendo rápidamente, impulsada por la caída de los costos y la presión regulatoria. Los centros de datos para IA y almacenamiento de datos se están convirtiendo en los principales consumidores de electricidad, lo que, paradójicamente, genera tanto presión sobre las redes como incentivos para la inversión en capacidad renovable. Los acuerdos de compra de energía con empresas tecnológicas están financiando grandes parques solares y eólicos. La energía eólica marina, el almacenamiento de energía y el hidrógeno verde están evolucionando desde tecnologías de nicho hacia soluciones escalables. El desafío no reside en la tecnología en sí, sino en la velocidad de implementación y la voluntad política para superar los intereses de los combustibles fósiles.
La economía global se encuentra en una encrucijada en 2026, donde la estabilización a corto plazo y la transformación a largo plazo colisionan. Evitar una recesión tras años de múltiples shocks es un logro que no debe subestimarse. Sin embargo, esta estabilidad es frágil y ha tenido un alto precio. El margen fiscal está agotado, la deuda alcanza máximos históricos, las tensiones geopolíticas siguen sin resolverse y la desigualdad social alcanza niveles que desestabilizan los sistemas políticos. La esperanza de que todo vuelva a la normalidad no es más que una ilusión. Las distorsiones estructurales acumuladas en los últimos años requieren reformas fundamentales políticamente difíciles de implementar. La fragmentación del comercio mundial no es temporal, sino que marca una nueva era de nacionalismo económico. La concentración de la riqueza y los ingresos en la cima de la distribución no es el resultado de fuerzas inevitables del mercado, sino que refleja decisiones políticas deliberadas sobre los sistemas tributarios, la regulación y las transferencias sociales. La crisis climática se está acelerando, mientras que falta la voluntad política para tomar medidas drásticas. El progreso tecnológico, especialmente la IA, promete aumentos en la productividad, pero sin mecanismos institucionales para la distribución justa de esas ganancias, existe el riesgo de una mayor polarización entre el capital y el trabajo.
Los bancos centrales han agotado en gran medida sus instrumentos convencionales y no convencionales. Nuevos recortes de los tipos de interés pueden impulsar el crecimiento a corto plazo, pero no resuelven problemas estructurales como la baja productividad, la disminución de la fuerza laboral o la fragmentación de las cadenas de suministro. La política fiscal se ve presionada por prioridades contrapuestas: el envejecimiento de las sociedades exige un mayor gasto en sanidad y pensiones, las tensiones geopolíticas requieren inversión en defensa, la crisis climática exige un gasto masivo en infraestructura y es necesario reducir los déficits. Esta cuadratura del círculo es matemáticamente imposible; políticamente, serán necesarios compromisos que no satisfarán a nadie. La economía mundial crecerá en 2026, pero este crecimiento se distribuirá de forma desigual, robusto en algunas regiones y apenas perceptible en otras. La resiliencia del sistema es notable, pero no debe confundirse con la salud. Un organismo que funciona únicamente mediante estimulación permanente no es sano, sino dependiente. La visión de que todo vuelva a la normalidad implica un retorno a un estado anterior, pero ese estado era en sí mismo problemático, caracterizado por desequilibrios insostenibles que finalmente estallaron. Avanzar no conduce hacia atrás, sino más bien, a través de dolorosos ajustes, hacia un nuevo equilibrio cuyos contornos aún están borrosos.
Perspectivas: más allá de las ilusiones
El crecimiento de los mercados emergentes ofrece un atisbo de esperanza, pero incluso en este caso, los éxitos se distribuyen de forma desigual. India, Vietnam y partes de África muestran un crecimiento dinámico, pero los países sumidos en conflictos o que sufren una mala gestión autocrática se están quedando atrás. La diferenciación dentro del grupo de economías emergentes está aumentando, y el concepto de bloque homogéneo está perdiendo relevancia. China, otrora motor de la expansión global, se enfrenta a problemas estructurales que ninguna política económica generosa puede resolver. El superávit por cuenta corriente de China es sintomático de una economía que produce más de lo que puede consumir: un desequilibrio fundamental con consecuencias globales. Europa se enfrenta al reto de recuperar décadas de inversión desatendida, al tiempo que se enfrenta al envejecimiento de su población y a un panorama geopolítico persistentemente incierto. Alemania está llevando a cabo una notable corrección de rumbo con su masivo programa fiscal, pero aún está por verse si este estímulo será suficiente para resolver los problemas estructurales.
Los mercados laborales se encuentran en un estado de tenso estancamiento. Las empresas no contratan por incertidumbre sobre el futuro, pero tampoco despiden a empleados porque no quieren perder trabajadores cualificados. Quienes buscan empleo permanecen desempleados durante más tiempo y la movilidad laboral disminuye. Esta situación es insostenible. O bien la incertidumbre se disipa y la contratación vuelve a aumentar, o bien la incertidumbre se manifiesta en crisis reales que obligan a despidos. El statu quo de "poca contratación, ningún despido" es un equilibrio temporal, no un estado estable. La inteligencia artificial está cambiando la estructura de los mercados laborales a un ritmo mayor del que el discurso público reconoce. Las tareas rutinarias, tanto físicas como cognitivas, se están automatizando cada vez más. La capacidad de interactuar con los sistemas de IA y controlarlos se está convirtiendo en una habilidad clave. Sin inversiones masivas en reciclaje profesional y formación continua, el desempleo estructural amenaza, exacerbando las tensiones sociales.
Los conflictos comerciales no han hundido la economía global en una recesión, pero sí la han fragmentado, encarecido y vuelto más ineficiente. Las cadenas de suministro se han vuelto más largas, complejas y redundantes. Esto puede aumentar la resiliencia, pero reduce la eficiencia. Los beneficios de la globalización, que impulsaron el crecimiento durante décadas, se están revirtiendo parcialmente. El proteccionismo puede beneficiar a ciertas industrias a corto plazo, pero a largo plazo, empobrece a todos. Los aranceles impuestos en 2025 actúan como un impuesto al consumo, afectando principalmente a los hogares más pobres. La economía política del proteccionismo es perversa: ganancias concentradas para unos pocos productores versus costos difusos para muchos consumidores. Los intereses concentrados son políticamente movilizables, mientras que los costos difusos permanecen invisibles en las estadísticas. Solo cuando estos costos se hagan evidentes, cuando la inflación causada por los aranceles se haga notoria, habrá presión política para revertir el rumbo. Pero para entonces, el daño ya estará hecho.
La crisis climática es la mayor amenaza a largo plazo para la estabilidad económica, pero se ve eclipsada repetidamente por crisis a corto plazo. Los daños causados por fenómenos meteorológicos extremos aumentan considerablemente; sequías, inundaciones y olas de calor afectan a la agricultura, la infraestructura y la salud. Los costos de adaptación aumentan exponencialmente cuanto más se retrasa la acción decisiva. Las inversiones en energías renovables son impresionantes, pero aún no están reemplazando la capacidad de los combustibles fósiles con la suficiente rapidez. El consumo de electricidad aumenta más rápido, debido a la electrificación y la digitalización, que la capacidad de energía renovable. Paradójicamente, esto está prolongando la vida útil de las centrales eléctricas de combustibles fósiles que, de hecho, deberían ser desmanteladas. La transición energética es un desafío técnico, económico y, sobre todo, político. Los intereses de los combustibles fósiles son poderosos, están bien conectados y defienden agresivamente su posición. Sin presión regulatoria y precios claros del CO2, la transformación seguirá siendo demasiado lenta.
La desigualdad social no es solo una cuestión de justicia, sino también de eficiencia económica. La concentración extrema de la riqueza conduce a una demanda débil, ya que los ricos consumen una proporción menor de sus ingresos. Las inversiones en educación y atención médica para los segmentos más pobres de la población producirían altos rendimientos sociales, pero están infrafinanciadas. La polarización política alimentada por la desigualdad dificulta la formulación racional de políticas. Los movimientos populistas, tanto de izquierda como de derecha, son principalmente síntomas de inseguridad económica y percepción de injusticia. Sin una redistribución sustancial e inversión en bienes públicos, esta polarización aumentará. La progresividad fiscal colapsa en la cima, las ganancias de capital se gravan a un tipo inferior al de las rentas del trabajo y los paraísos fiscales facilitan la evasión fiscal legal. Estas estructuras no son naturales, sino creadas políticamente y pueden modificarse políticamente. Sin embargo, esto requiere voluntad política, que se ve obstaculizada por la fragmentación del electorado.
La crisis de salud mental es una pandemia silenciosa con enormes costos económicos. El agotamiento, la depresión y los trastornos de ansiedad reducen la productividad, aumentan el ausentismo y elevan los costos de la atención médica. Las empresas que ignoran esto pierden terreno en la competencia por el talento. La Generación Z expresa explícitamente sus necesidades y elige a sus empleadores en función del apoyo que brindan a la salud mental. Los modelos de trabajo híbridos ofrecen flexibilidad, pero también crean nuevas cargas debido al aislamiento y la difuminación de los límites entre el trabajo y la vida privada. La digitalización del trabajo permite la colaboración global, pero también genera disponibilidad constante y sobrecarga de información. Sin límites institucionales ni expectativas claras sobre la disponibilidad, el trabajo digital corre el riesgo de convertirse en una carga permanente. Invertir en salud mental no es un lujo, sino una necesidad económica en las economías basadas en el conocimiento.
Una última advertencia antes del festival
La economía global a finales de 2025 es más resiliente de lo que muchos temían, pero más frágil de lo que la mayoría espera. La visión de que todo volverá a la normalidad es, en el mejor de los casos, ingenua y, en el peor, peligrosa, ya que retrasa los ajustes necesarios. Los problemas estructurales acumulados durante décadas no se resolverán con ilusiones ni con medidas de estímulo temporales. Lo que se necesita son reformas fundamentales en los sistemas tributarios, la política social, el comercio, la política climática y la gobernanza. Estas reformas son políticamente difíciles porque desafían los intereses establecidos y requieren costos a corto plazo para obtener ganancias a largo plazo. Pero la alternativa, conformarse con el statu quo, conduce a una erosión gradual de la estabilidad económica y social, que eventualmente resulta en colapsos descontrolados.
La esperanza antes de la Navidad de 2025 de que todo mejorará el año venidero es comprensible, pero no se sustenta en los fundamentos económicos. El año 2026 traerá desafíos que exigirán adaptabilidad, valentía política y cooperación internacional. La fragmentación de la economía global continuará, las tensiones geopolíticas no desaparecerán, la crisis climática se agravará y las tensiones sociales aumentarán a menos que se tomen medidas sustanciales para reducir la desigualdad. Sin embargo, también existen oportunidades. El progreso tecnológico, en particular en inteligencia artificial y energías renovables, ofrece potencial para el aumento de la productividad y la descarbonización. Los mercados emergentes, especialmente India y partes del Sudeste Asiático, muestran un crecimiento dinámico. Europa intenta salir del estancamiento con el programa fiscal de Alemania. Estados Unidos está demostrando resiliencia económica a pesar de la polarización política.
La pregunta no es si la economía mundial crecerá en 2026; lo hará, aunque sea moderadamente. La pregunta es quién se beneficiará de este crecimiento, si es sostenible, si fortalece o debilita la cohesión social, y si sienta las bases para la prosperidad a largo plazo o exacerba las desigualdades existentes. Las respuestas a estas preguntas dependen de las decisiones políticas que se tomen en parlamentos, gobiernos y organizaciones internacionales. La economía proporciona las herramientas analíticas e identifica los cursos de acción, pero la elección entre estas opciones es política. El deseo visionario de un cambio de rumbo debe traducirse en medidas políticas concretas, sistemas tributarios progresivos, inversiones en educación e infraestructura, y cooperación internacional para abordar desafíos compartidos como el cambio climático y las pandemias. Sin esta traducción, el deseo sigue siendo lo que es: una esperanza sin fundamento, un consuelo sin efecto, una ilusión que oscurece la realidad. El análisis económico antes de la Navidad de 2025 no puede terminar con mensajes de celebración porque los datos simplemente no lo respaldan. Sólo puede terminar con un llamamiento: los desafíos son conocidos, los instrumentos están disponibles, el momento de actuar es ahora, antes de que la fragilidad del sistema escale hasta convertirse en crisis abiertas que no dejen otra opción.
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