La reorientación de Canadá a la sombra del principio “Estados Unidos primero”: una nación que se redefine
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Publicado el: 15 de septiembre de 2025 / Actualizado el: 15 de septiembre de 2025 – Autor: Konrad Wolfenstein
El reajuste de Canadá a la sombra del lema "América Primero": Una nación se redefine – Imagen: Xpert.Digital
La liberación silenciosa de Canadá: cómo el país está aprendiendo a vivir sin Estados Unidos
### Más que una simple disputa: Por qué Canadá ya no confía ciegamente en EE. UU. y qué significa eso para nosotros ### Cuando el vecino se convirtió en una amenaza: El cambio radical de Canadá desde la era Trump ### ¿América primero, Canadá solo? Cómo un presidente cambió para siempre la alianza más estrecha del mundo ###
De socio a prioridad: cómo Canadá se vio obligado a reinventar su propia seguridad.
Durante décadas, la relación entre Canadá y Estados Unidos se consideró la referencia de oro en las alianzas internacionales: una profunda y casi evidente interrelación de economía, seguridad y cultura, simbolizada por la frontera sin defensas más larga del mundo. Sin embargo, esta base de cooperación y previsible asimetría se vio profundamente afectada por la presidencia de Donald Trump y su doctrina de "América Primero". Lo que siguió no fue una disputa diplomática común, sino una conmoción tectónica que llevó a Ottawa a comprender que la dependencia de su vecino del sur representa una vulnerabilidad existencial.
El ataque se produjo en todos los frentes: una renegociación agresiva del TLCAN, la imposición de aranceles punitivos al acero y al aluminio bajo el humillante pretexto de la "seguridad nacional", y la incesante presión política sobre los aliados, que puso en tela de juicio décadas de certidumbre. La animosidad personal entre los jefes de Estado y el drástico declive de la opinión pública canadiense hacia Estados Unidos fueron solo los síntomas visibles de un profundo distanciamiento que debilitó la confianza hasta sus cimientos.
Esta conmoción obligó a Canadá a emprender una reorientación estratégica que va mucho más allá de la gestión de crisis a corto plazo. En respuesta al proteccionismo, el gobierno inició una política deliberada de diversificación económica, firmó acuerdos comerciales innovadores con Europa (CETA) y el Pacífico (CPTPP), y definió los mercados globales como una necesidad nacional. Al mismo tiempo, las dudas sobre la garantía de seguridad estadounidense llevaron a las mayores inversiones en defensa continental en generaciones y a un renovado enfoque en la soberanía en el Ártico. El siguiente texto analiza este cambio de paradigma y muestra cómo la era Trump obligó a Canadá a evolucionar de un socio dependiente a un actor estratégicamente más autónomo que debe redefinir su lugar en el mundo.
La era pre-Trump: una base de cooperación y competencia
Para comprender la magnitud de la disrupción provocada por la administración Trump, es fundamental examinar el estado de las relaciones entre Canadá y Estados Unidos antes de 2017. Esta era se caracterizó por una profunda interdependencia, pero no exenta de desafíos persistentes. Esta "normalidad" establecida proporciona el contexto crucial en el que la disrupción posterior se presenta como una ruptura histórica.
Integración económica bajo el TLCAN: Prosperidad con puntos de fricción
La base de las relaciones económicas bilaterales fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que entró en vigor en 1994 y se basó en el anterior Tratado de Libre Comercio entre Canadá y Estados Unidos (TLCAN-CUSFTA) de 1989. El TLCAN creó la mayor zona de libre comercio del mundo y propició la triplicación del comercio de bienes entre Canadá y Estados Unidos, así como una decuplicación del comercio con México. Sectores clave como la industria automotriz y la energética alcanzaron una alta integración, con complejas cadenas de suministro transfronterizas en las que los componentes cruzaban la frontera varias veces antes de llegar al ensamblaje final. Alrededor del 70 % de las exportaciones canadienses de bienes a Estados Unidos se utilizaron como intermediarios para productos estadounidenses, lo que subraya la profunda interdependencia de esta relación.
Para la economía canadiense, el resultado del TLCAN fue en gran medida positivo, aunque complejo. El acuerdo impulsó el aumento de la productividad en la manufactura, abrió nuevas oportunidades de exportación y atrajo una importante inversión extranjera. Al mismo tiempo, condujo a una mayor concentración del comercio canadiense con Estados Unidos, cuya participación en las exportaciones totales aumentó del 74 % al 85 %. Algunos análisis también señalaron efectos negativos en el empleo en ciertos sectores y una mayor presión de reestructuración sobre las empresas canadienses para mantener su competitividad. Sin embargo, en general, el TLCAN proporcionó un entorno comercial predecible y estable que impulsó la prosperidad canadiense.
Esta estrecha relación, sin embargo, no estuvo exenta de conflictos. La disputa sobre las exportaciones de madera blanda fue un claro ejemplo de estas tensiones recurrentes. En el centro del conflicto se encontraba la afirmación estadounidense de que las provincias canadienses subsidiaban su industria maderera al fijar precios artificialmente bajos para la madera procedente de bosques estatales (los llamados "derechos de tala"). Esto dio lugar a un ciclo recurrente de aranceles estadounidenses, demandas canadienses ante los organismos del TLCAN y la OMC, y acuerdos negociados como el Acuerdo sobre la Madera Blanda (SLA) de 2006. La expiración de este acuerdo en 2015 sentó las bases para la siguiente confrontación, justo cuando el panorama político estadounidense comenzaba a cambiar drásticamente.
Otro ejemplo de fricción bilateral fue la controversia del oleoducto Keystone XL. El proyecto, cuyo objetivo era transportar crudo de arenas petrolíferas canadienses a refinerías estadounidenses, se convirtió en un foco de activismo ambiental y un tema de gran relevancia política en Estados Unidos. El rechazo del presidente Barack Obama al oleoducto en 2015, a pesar del apoyo del gobierno canadiense, puso de manifiesto cómo la dinámica política interna estadounidense podía eclipsar intereses económicos compartidos y generar tensiones significativas.
La relación anterior a 2017 puede describirse como una de "asimetría gestionada". Canadá dependía en gran medida del mercado estadounidense, pero esta dependencia se gestionaba mediante un sistema predecible y basado en normas (TLCAN, OMC). Disputas como el conflicto de la madera blanda, si bien ásperas, se negociaron y resolvieron en última instancia dentro de este marco establecido. Este proceso, si bien a menudo frustrante para Canadá, proporcionó un grado crucial de estabilidad. Sin embargo, la profunda integración económica también generó vulnerabilidades que no se reconocieron plenamente en Canadá hasta que se explotaron. La eficiencia de las cadenas de suministro transfronterizas fue una fortaleza durante los períodos de cooperación, pero demostró ser una debilidad crítica ante la amenaza de aranceles y disrupciones, dejando a Canadá extremadamente vulnerable a la presión económica.
Un paraguas de defensa común: NORAD, la OTAN y los “Cinco Ojos”
La alianza en materia de seguridad y defensa entre Canadá y Estados Unidos no tuvo precedentes históricos. Su núcleo fue el Comando de Defensa Aeroespacial de América del Norte (NORAD), establecido en 1958 durante la Guerra Fría y que sigue siendo el único comando militar binacional del mundo. Su misión es proporcionar alertas aeroespaciales y controlar el espacio aéreo del continente, bajo la dirección de un comandante estadounidense y un adjunto canadiense, quienes reportan a los jefes de estado y de gobierno de ambos países. Originalmente concebido para la defensa contra los bombarderos soviéticos, la misión del NORAD evolucionó para incluir la vigilancia de misiles balísticos y, tras el 11 de septiembre de 2001, la defensa contra amenazas aéreas más generales. El gobierno del primer ministro Stephen Harper declaró permanente el acuerdo con el NORAD en 2006 y lo amplió para incluir un componente de alerta marítima.
Como miembro fundador de la OTAN, Canadá ha sido siempre un socio fiable en misiones de seguridad colectiva. Si bien las contribuciones canadienses fueron valoradas, el gasto en defensa, consistentemente inferior a la directriz de la OTAN del 2% del producto interior bruto, fue fuente de fricción recurrente, aunque mayormente interna. El nivel más profundo de cooperación se dio en el seno de la alianza "Cinco Ojos", una comunidad de inteligencia que incluye al Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda, además de Estados Unidos y Canadá. Esta alianza simboliza la confianza excepcional que constituye la base de la relación de seguridad.
Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, la cooperación en seguridad fronteriza se intensificó enormemente. Esto dio lugar a iniciativas como el Acuerdo de Tercer País Seguro (STCA) de 2002 para regular las solicitudes de asilo en la frontera común, y la iniciativa "Más allá de la Frontera" de 2011, bajo el mandato de Harper y Obama. Esta última tenía como objetivo crear un perímetro de seguridad común, facilitando al mismo tiempo el comercio y los viajes legítimos.
Esta arquitectura de seguridad se basaba en un pacto implícito: Canadá recibía un acceso sin precedentes al aparato de defensa e inteligencia estadounidense. A cambio, Canadá ofrecía a Estados Unidos profundidad estratégica y protección segura del flanco norte, así como contribuciones fiables, aunque con fondos modestos, a la alianza. Este pacto presuponía una comprensión compartida de las amenazas y respeto mutuo, premisas que posteriormente serían cuestionadas. Incluso antes de la era Trump, se había reconocido la necesidad de modernizar el NORAD, ya que el panorama de amenazas evolucionaba a un ritmo mayor que la infraestructura de defensa. El Sistema de Alerta Norte estaba obsoleto y nuevas amenazas, como los misiles hipersónicos, aparecían en el horizonte. Sin embargo, inicialmente faltaron la voluntad política y los recursos financieros para una reforma integral.
Proximidad cultural y corrientes políticas: la opinión pública antes de 2017
Las relaciones políticas en la cúpula se vieron condicionadas por las respectivas personalidades. El periodo 2000-2016 abarcó la tensa relación entre el liberal Jean Chrétien y el republicano George W. Bush, que culminó en la disputa sobre la guerra de Irak de 2003, cuando Canadá se negó a participar sin un mandato de la ONU. A esto le siguió la relación más pragmática y práctica entre el conservador Stephen Harper y Bush y el demócrata Barack Obama, centrada en la cooperación en seguridad y la resolución de disputas comerciales. La culminación de la armonía personal fue la estrecha amistad entre Justin Trudeau y Barack Obama, que marcó un período de gran cordialidad en las relaciones bilaterales.
La opinión pública canadiense reflejó estas tendencias políticas. El índice de aprobación, tradicionalmente alto, de Estados Unidos cayó significativamente durante la presidencia de George W. Bush, en particular debido a la guerra de Irak. Con Obama, los índices se recuperaron y volvieron a alcanzar niveles muy altos, en gran medida gracias a su popularidad personal. Esto revela un aspecto central de la percepción canadiense: las actitudes hacia Estados Unidos dependen en gran medida de la persona que ocupa la Casa Blanca. Las encuestas han demostrado que los canadienses distinguen entre el pueblo estadounidense, al que generalmente aprecian, y el gobierno actual, al que critican.
A pesar de los estrechos vínculos, durante este período se hizo evidente una creciente divergencia cultural y de valores. Diversos estudios sugerían que canadienses y estadounidenses discrepaban en cuestiones de liberalismo social, el papel del gobierno y las actitudes hacia la autoridad. Este cambio social subyacente intensificaría significativamente la reacción política y emocional en Canadá ante la elección de Donald Trump. El conflicto entre Chrétien y Bush por la guerra de Irak sentó un precedente importante. Demostró que Canadá estaba dispuesto y era capaz de distanciarse de Estados Unidos en un asunto clave de política exterior a pesar de la intensa presión. El hecho de que las temidas consecuencias económicas no se materializaran en ese momento fue una lección crucial. Este acto de independencia política sirvió como un ancla histórica para el posterior gobierno de Trudeau cuando se enfrentó a su propia, aún mayor, presión por parte de Washington.
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La presidencia de Donald Trump marcó una ruptura fundamental con el pasado. Su doctrina de "Estados Unidos Primero" sustituyó la política tradicional de alianzas por un enfoque transaccional que desafió décadas de certezas y obligó a Canadá a reevaluar radicalmente su postura.
El ataque al libre comercio: la renegociación del TLCAN y la guerra arancelaria
La administración Trump calificó el TLCAN como el "peor acuerdo de la historia" e inició una renegociación agresiva. La estrategia inicial de Canadá de participar constructivamente en la modernización del acuerdo se topó con una serie de exigencias estadounidenses que Ottawa percibió como "píldoras venenosas". Estas incluían una "cláusula de caducidad" que habría expirado automáticamente el acuerdo después de cinco años, la abolición del sistema canadiense de gestión del suministro de productos lácteos y la eliminación del mecanismo de solución de controversias del Capítulo 19, crucial para Canadá.
El conflicto se intensificó en 2018 cuando Estados Unidos impuso aranceles del 25% al acero y del 10% al aluminio de Canadá, alegando motivos de seguridad nacional en virtud de la Sección 232 de la Ley de Expansión Comercial de 1962. Esta medida supuso una afrenta particular para Canadá. La insinuación de que Canadá, su aliado militar más cercano, representaba una amenaza para la seguridad de Estados Unidos se percibió como absurda e insultante, y destruyó los cimientos de la confianza. El uso de la justificación de la seguridad nacional fue el verdadero punto de inflexión. Transformó una disputa comercial en un desafío fundamental para la propia alianza. Si bien los conflictos anteriores, como el de la madera blanda, habían sido de naturaleza comercial, la invocación de la Sección 232 puso en tela de juicio toda la base de la asociación e hizo de la diversificación económica un imperativo de seguridad nacional para Canadá.
La respuesta de Canadá fue rápida, decisiva y estratégica. El 1 de julio de 2018, Día de la Independencia de Canadá, entraron en vigor aranceles de represalia por el mismo monto sobre productos estadounidenses por un valor de 16.600 millones de dólares canadienses. La lista de productos afectados se seleccionó cuidadosamente para ejercer la máxima presión política en estados y distritos electorales clave de EE. UU., minimizando al mismo tiempo el daño a la economía canadiense. Esta estrategia fue una lección de política exterior de potencia media. Incapaz de ganar una guerra comercial a gran escala, Canadá recurrió a una presión asimétrica y focalizada para infligir daños políticos, en lugar de los puramente económicos, influyendo así en los cálculos políticos internos de EE. UU.
Las negociaciones culminaron en el Tratado Canadá-Estados Unidos-México (T-MEC). Canadá se vio obligado a hacer concesiones, en particular en lo que respecta al acceso a su mercado lácteo, pero logró preservar intereses clave, en particular el mecanismo de solución de controversias y una cláusula de salvaguardia contra futuros aranceles a los automóviles. Los aranceles al acero y al aluminio se eliminaron en mayo de 2019 como parte del proceso de ratificación. Sin embargo, la guerra arancelaria tuvo importantes consecuencias económicas. Las exportaciones canadienses de acero y aluminio colapsaron, las cadenas de suministro se interrumpieron y los costos para las empresas de ambos lados de la frontera aumentaron. El episodio generó una profunda incertidumbre en las inversiones y dejó dolorosamente clara la vulnerabilidad económica de Canadá a las medidas unilaterales de Estados Unidos.
Aranceles de represalia de Canadá a productos estadounidenses (ejemplos seleccionados, 2018)
En 2018, Canadá impuso aranceles de represalia a determinados productos estadounidenses: varios productos de acero, como tuberías y láminas, estaban sujetos a un arancel del 25% para ejercer presión general sobre la industria siderúrgica estadounidense; varios productos de aluminio, como barras y láminas, estaban sujetos a un arancel del 10% con el objetivo de afectar a la industria del aluminio estadounidense; productos alimenticios como yogur, jarabe de arce, pizza y encurtidos estaban sujetos a un arancel del 10%, lo que se consideraba una presión específica sobre estados como Wisconsin (Paul Ryan), Vermont y otros; bebidas como el whisky y el jugo de naranja también estaban sujetos a un arancel del 10%, con la vista puesta en estados como Kentucky (Mitch McConnell) y Florida; y varios bienes de consumo, incluidas cortadoras de césped, naipes y sacos de dormir, fueron gravados con un 10% para afectar a las regiones de producción en varios estados de EE. UU.
Los aranceles de represalia de Canadá a los productos estadounidenses en 2025
La estrategia aduanera de Canadá hacia Estados Unidos experimentó un cambio fundamental en 2025. Tras intensas disputas comerciales y varias escaladas, tanto Canadá como Estados Unidos ajustaron significativamente sus enfoques.
Situación aduanera actual (septiembre de 2025)
Tarifas derogadas
A partir del 1 de septiembre de 2025, Canadá ha eliminado la mayoría de sus aranceles de represalia sobre los productos estadounidenses que cumplen con el T-MEC. Esto afecta a productos por un valor de más de 30 000 millones de dólares canadienses, entre ellos:
- Comida: Jugo de naranja, mantequilla de maní, diversos productos agrícolas.
- Bebidas: Whisky, licores, cerveza.
- Bienes de consumo: lavadoras, frigoríficos, ropa, zapatos.
- Otros bienes: motocicletas, artículos de papel, cosméticos.
Tarifas existentes
Sin embargo, Canadá mantiene aranceles estratégicamente importantes:
Productos de acero y aluminio: 50% (aumentó del 25% en junio de 2025)
- Incluye diversos productos de acero como tubos, láminas, tornillos y pernos.
- Varillas, láminas y derivados de aluminio
- Valor comercial: 15.600 millones de dólares canadienses
Vehículos y autopartes: 25%
- Automóviles de pasajeros, camionetas ligeras y autopartes que no cumplen con el T-MEC
- Valor comercial: más de 20 mil millones de dólares canadienses
Bienes que no cumplen con el T-MEC: 35 % (aumentó del 25 % en agosto de 2025)
- Todos los productos estadounidenses no cubiertos por el acuerdo CUSMA
Realineamiento estratégico
Las exenciones del T-MEC como punto de inflexión
La decisión de eximir de aranceles a los productos que cumplen con el T-MEC refleja un reajuste estratégico. El primer ministro Mark Carney enfatizó que «Canadá y Estados Unidos han restablecido el libre comercio para la gran mayoría de nuestros productos». Aproximadamente el 85% del comercio entre Canadá y Estados Unidos está nuevamente libre de aranceles.
Centrarse en sectores estratégicos
Canadá centra actualmente su política aduanera en tres áreas estratégicas:
- industria siderúrgica
- industria del aluminio
- Sector automotriz
Este enfoque tiene como objetivo mantener la presión política sobre estados e industrias específicas de EE. UU. mientras se normaliza el comercio bilateral.
Objetivos políticos e impactos regionales
Objetivos originales (2018 y 2025)
Los aranceles de represalia originales de 2018 y su reimposición en 2025 apuntaban a regiones políticamente sensibles:
- Wisconsin: Aranceles sobre el yogur y los productos agrícolas
- Kentucky: A través de aranceles al whisky (el estado natal de Mitch McConnell)
- Florida: A través de aranceles al jugo de naranja
- Vermont: aranceles al jarabe de arce
Estrategia actual (2025)
Las tarifas restantes se centran en:
- Michigan y Ohio: centros de la industria automotriz
- Pensilvania e Indiana: estados productores de acero
- Washington y Oregón: Industria del aluminio
Dinámica y perspectivas de la negociación
Negociaciones intensas
Tras una llamada telefónica entre Carney y Trump en agosto de 2025, ambos países intensificaron sus negociaciones. Canadá manifestó su disposición a hacer más concesiones en materia de acero, aluminio y automóviles, dependiendo del progreso de las negociaciones.
Revisión del T-MEC 2026
La revisión del T-MEC, prevista para 2026, ya se avecina. Ambos países aprovechan las negociaciones arancelarias actuales para preparar esta revisión más exhaustiva del tratado de libre comercio.
Impacto económico
A pesar de las tensiones comerciales persistentes, la evolución actual indica un cambio de rumbo pragmático. El restablecimiento del comercio libre de aranceles para el 85 % del comercio bilateral reduce significativamente las cargas económicas, mientras que los aranceles selectivos siguen siendo una herramienta de negociación.
La Estrategia Aduanera 2025 de Canadá demuestra una evolución desde amplias medidas de represalia a herramientas estratégicas específicas que mantienen la presión política al tiempo que protegen las bases económicas de la integración norteamericana.
La prueba de estrés de la Alianza: Presión sobre la OTAN y el Ártico
Paralelamente a la guerra comercial, la administración Trump ejerció una incesante presión pública sobre Canadá para que aumentara su gasto de defensa hasta alcanzar el objetivo de la OTAN del 2% del PIB. Estas exigencias, a menudo formuladas en tono áspero, plantearon al gobierno de Trudeau un dilema entre los compromisos de la alianza y las prioridades nacionales. Si bien Canadá aumentó su gasto de defensa durante este período, se mantuvo por debajo del objetivo, lo que generó tensiones persistentes. La presión estadounidense tuvo un efecto paradójico: en lugar de simplemente forzar el cumplimiento, su estilo abrasivo reforzó el deseo de Canadá de una mayor independencia estratégica. Puso de relieve los riesgos de una dependencia excesiva de un único aliado impredecible.
Al mismo tiempo, la imprevisibilidad del gobierno estadounidense generó nuevas preocupaciones sobre la defensa continental. Si bien la cooperación directa continuó a través del NORAD, el contexto estratégico cambió. La creciente presencia de Rusia y China en el Ártico, sumada a un socio poco fiable en Washington, reforzó los planes canadienses de modernización militar en el Norte. El Ártico se perfilaba como un escenario donde los intereses canadienses y estadounidenses podrían divergir. Si bien ambos países comparten el interés en defender el continente, el enfoque de Canadá en la soberanía y la protección ambiental podría chocar con un enfoque estadounidense más agresivo y orientado a los recursos.
El terremoto emocional: tensiones políticas y opinión pública
La relación entre el primer ministro Trudeau y el presidente Trump fue difícil y públicamente tensa desde el principio. Desde el famoso apretón de manos vacilante en su primera reunión hasta los ataques personales de Trump tras la cumbre del G7 de 2018 en Quebec, en la que calificó a Trudeau de "deshonesto" y "débil", la animosidad personal reflejó el deterioro de las relaciones oficiales.
Estas tensiones provocaron un drástico declive en la opinión pública canadiense hacia Estados Unidos. Los índices de aprobación de Estados Unidos y su presidente cayeron a mínimos históricos. Una encuesta de 2020 reveló que solo el 35 % de los canadienses tenía una opinión favorable de Estados Unidos. La confianza en el presidente estadounidense se redujo a tan solo el 16-17 %. Por primera vez, la mayoría de los canadienses consideraba a Estados Unidos la mayor amenaza para su país. Este declive no fue solo una reacción a políticas individuales, sino a la percepción de una violación de valores compartidos. La retórica y el enfoque unilateral de Trump contrastaban marcadamente con la cultura política canadiense, que valora el multilateralismo, la apertura y la gobernanza predecible.
La política migratoria estadounidense también tuvo un impacto directo en Canadá. La dura retórica de la administración Trump y acciones como la amenaza de revocar el TPS (Estado de Protección para Personas con Discapacidad) para los haitianos provocaron un aumento repentino de los cruces fronterizos irregulares hacia Canadá, especialmente en lugares como Roxham Road en Quebec. Esta afluencia de solicitantes de asilo ejerció una presión considerable sobre los recursos canadienses y desencadenó un intenso debate interno sobre el futuro del Acuerdo de Tercer País Seguro. Esta crisis migratoria demostró de forma muy tangible que Canadá no podía aislarse de las consecuencias de la política interna estadounidense. La frontera se convirtió en un foco de inestabilidad, obligando a Canadá a responder a un problema que no había creado.
La opinión pública canadiense sobre el liderazgo estadounidense en años seleccionados muestra los siguientes valores: 2016 — bajo el presidente estadounidense Barack Obama, la aprobación fue del 61% (promedio), sin desaprobación reportada (fuente: Gallup). 2018 — bajo el presidente Donald Trump, la aprobación fue del 16% (fuente: Gallup). 2020 — para Donald Trump, hay dos mediciones disponibles: según Gallup, la aprobación fue del 17%, la desaprobación se reporta en el 79% (valor de 2025); según Pew Research, la calificación de favorabilidad fue del 35%, la desaprobación fue del 64% (valor de 2025). 2021 — bajo el presidente Joe Biden, la aprobación fue del 41% (promedio; fuente: Gallup).
La respuesta estratégica de Canadá: la búsqueda de autonomía
Las conmociones de la era Trump desencadenaron un reajuste estratégico fundamental en Canadá. No se trató de ajustes temporales, sino de cambios fundamentales en la política exterior y económica canadiense, con el objetivo de lograr una mayor autonomía.
La diversificación económica está a la orden del día: CETA y CPTPP
En respuesta directa al proteccionismo estadounidense y la incertidumbre asociada, el gobierno canadiense adoptó una estrategia explícita de diversificación de las exportaciones. El objetivo declarado era aumentar las exportaciones a los mercados extranjeros en un 50 % para 2025, reduciendo así la extrema dependencia del país del mercado estadounidense. Esta estrategia se presentó no solo como una oportunidad económica, sino como una "necesidad nacional".
Dos pilares centrales de esta estrategia fueron los principales acuerdos comerciales multilaterales. El Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA) con la Unión Europea otorgó a Canadá un acceso privilegiado a uno de los mercados más grandes del mundo. Aún más significativa fue la decisión de Canadá, tras la retirada de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico (TPP) original, de mantener el acuerdo e impulsarlo como el Acuerdo Integral y Progresivo para la Asociación Transpacífica (CPTPP). Esta medida otorgó a las empresas canadienses una ventaja competitiva en otros diez países de la Cuenca del Pacífico, incluyendo mercados clave como Japón. Esto convirtió a Canadá en el único país del G7 con acuerdos de libre comercio con todos los demás socios del G7.
La búsqueda del CETA y el CPTPP fue un claro contrapeso estratégico al proteccionismo estadounidense. Fue una decisión tanto geopolítica como económica destinada a señalar al mundo —y a Washington— que Canadá tenía alternativas. Esta estrategia de diversificación representa el cambio más significativo en la política comercial canadiense desde el tratado de libre comercio original con Estados Unidos en 1989. Se trata de un intento consciente de revertir la tendencia de décadas de creciente integración norteamericana y de cambiar el eje económico de una orientación puramente norte-sur a una base más global y multidireccional. Paralelamente, se realizaron esfuerzos para fortalecer la economía nacional mediante la reducción de las barreras comerciales interprovinciales y mediante políticas de "Compra canadiense" en la contratación pública.
Modernización militar y nuevas alianzas
La constatación de que las garantías de seguridad estadounidenses ya no podían darse por sentadas llevó a una reevaluación de la política de defensa canadiense. En 2022, el gobierno anunció una inversión masiva de 38.600 millones de dólares canadienses a lo largo de 20 años para modernizar el NORAD, la mayor inversión en defensa continental en una generación. El plan incluye nuevos sistemas de radar sobre el horizonte para el Ártico, estructuras de mando y control modernizadas, y nuevos sistemas de armas aire-aire. Esta inversión está directamente relacionada con el objetivo de fortalecer la soberanía canadiense en el Ártico. En un mundo con un socio estadounidense menos predecible y adversarios más agresivos, la capacidad de monitorear y controlar el propio territorio del norte se convirtió en una prioridad absoluta.
Al mismo tiempo, Canadá buscó deliberadamente estrechar lazos de seguridad con sus aliados europeos como contrapeso a su dependencia de Estados Unidos. Esto incluyó la firma de una "Asociación de Seguridad y Defensa" con la UE e insinuó un trato preferencial a los proveedores europeos en futuras adquisiciones militares, como aviones de combate. Este giro hacia Europa es una clásica estrategia de cobertura. Proporciona a Canadá alianzas alternativas, acceso a tecnología militar y apoyo diplomático, reduciendo así el aislamiento y la dependencia del país de Washington.
Una nueva política exterior para un mundo cambiado
Los cambios económicos y militares se enmarcan en una nueva doctrina de política exterior de "autonomía estratégica". El objetivo de Canadá es pasar de una posición de dependencia a una de influencia, actuando como un actor independiente que Estados Unidos no puede ignorar ni anular. Una herramienta clave para ello es el mayor uso del multilateralismo, no por idealismo, sino como un medio pragmático para influir en el comportamiento de las grandes potencias y forjar coaliciones con potencias intermedias afines.
El legado definitivo de la era Trump para Canadá es el fin de la complacencia. La idea, arraigada durante mucho tiempo, de que Estados Unidos siempre sería un socio benévolo y predecible se ha desmoronado. Esto obligó a un replanteamiento nacional y a la adopción de una política exterior más sobria y egoísta. Implementar esta nueva postura sigue siendo un desafío. Requiere una voluntad política sostenida, una inversión financiera significativa y un cambio fundamental en la mentalidad nacional. Los profundos vínculos económicos y culturales con Estados Unidos se mantienen, y gestionar esta compleja relación, a la vez que se traza un rumbo más independiente, será el principal desafío de la política exterior canadiense en el futuro previsible.
La vieja relación ha terminado: el camino de Canadá hacia una mayor autonomía estratégica
Para Canadá, la presidencia de Donald Trump fue más que un período de relaciones tensas; fue una sacudida tectónica que sacudió los cimientos de la política exterior y económica canadiense. La alianza estable, aunque asimétrica, que caracterizó la era anterior a 2017 se vio profundamente cuestionada por la doctrina de "Estados Unidos Primero". Los ataques económicos mediante la renegociación del TLCAN y la imposición de aranceles con el pretexto de la seguridad nacional, la presión militar dentro de la OTAN y el profundo distanciamiento de la opinión pública obligaron a Canadá a responder mucho más allá del control de daños a corto plazo.
En respuesta, Canadá inició un reajuste estratégico integral. En el ámbito económico, mediante acuerdos como el CETA y el CPTPP, abandonó conscientemente su abrumadora dependencia del mercado estadounidense y buscó nuevos socios en Europa y Asia. En el ámbito militar, invirtió considerablemente en la modernización de sus defensas continentales y reforzó su soberanía en el Ártico para convertirse en un socio más indispensable y, por lo tanto, más igualitario, a la vez que profundizaba sus vínculos de seguridad con Europa. Política y socialmente, la experiencia le permitió tener una visión más sobria e independiente del mundo y del lugar de Canadá en él.
La presidencia de Trump actuó así como catalizador. Obligó a Canadá a reconocer sus vulnerabilidades y a asumir un papel más activo en la construcción de su propio destino. La "vieja relación", basada en la aceptación tácita y la integración progresiva, ha llegado a su fin. Ha sido reemplazada por una alianza más compleja y asertiva en la que Canadá ya no se limita a reaccionar, sino que busca activamente definir y afirmar sus intereses en el escenario global. Si bien este camino está plagado de incertidumbre y costos, ha dado lugar a un Canadá más resiliente, diversificado y estratégicamente autónomo.
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