El punto de inflexión ya pasó hace mucho: por qué un crecimiento del 3% en China significa el fin de una era
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Publicado el: 12 de diciembre de 2025 / Actualizado el: 12 de diciembre de 2025 – Autor: Konrad Wolfenstein

El punto de inflexión ya pasó hace mucho tiempo: por qué un crecimiento del 3 % para China significa el fin de una era – Imagen: Xpert.Digital
Atrapado en su propio sistema: Por qué el plan de Xi Jinping para "nuevas fuerzas productivas" no puede tener éxito
La ilusión de un auge económico perpetuo se está desmoronando.
Sin hijos, no hay consumidores: la bomba demográfica que amenaza los sueños de dominio global de China
La suposición global de que China podría sostener un crecimiento económico de dos dígitos indefinidamente se basó en un trágico error de cálculo. Durante décadas, el Reino Medio siguió una receta simple pero sumamente efectiva: mano de obra barata, endeudamiento masivo, inversión excesiva en infraestructura y bienes raíces, y una dinámica exportadora que se retroalimentaba. Este modelo funcionó a la perfección mientras existió una población en edad laboral ilimitada, una demanda ilimitada de vivienda y mercados externos ilimitados para los productos manufacturados chinos.
Pero estas mismas condiciones se están deteriorando a un ritmo acelerado. Entre 2000 y 2014, el producto interior bruto de China se multiplicó por 48 y la productividad laboral por nueve. Pero este período sin precedentes de recuperación ha terminado. La transición a tasas de crecimiento moderadas, del 3% al 4%, ya no es cuestión de pronósticos especulativos, sino una realidad cada vez más evidente. La pregunta que Pekín pronto no podrá eludir no es: ¿Crecerá China a un ritmo más lento? La pregunta es: ¿Cómo afrontará China el hecho de que su modelo económico de crecimiento sostenido y acelerado ya no funciona?
Las estadísticas oficiales chinas predicen un crecimiento del PIB del 5,0 % en 2024, apenas por debajo del objetivo del 5 %. Sin embargo, estas cifras pasan por alto el problema fundamental. Destacados economistas chinos como Gao Shanwen, de SDIC Securities, han cuestionado públicamente la precisión de estos datos, especulando que el crecimiento real desde la pandemia podría haber sido tan bajo como el 2 % o el 3 %, a pesar de que las cifras oficiales reportan sistemáticamente un 5 %. Organizaciones de investigación independientes como Rhodium Group estiman el crecimiento real de China en 2024 en tan solo el 2,4 % al 2,8 % y esperan un crecimiento de entre el 3 % y el 4,5 % en 2025. Si estas estimaciones son precisas, y los métodos analíticos subyacentes son transparentes y están documentados, entonces China ya se encuentra en el escenario que intenta evitar: un crecimiento estructuralmente ralentizado.
Las previsiones económicas para los próximos años son unánimemente sombrías. El Instituto Económico Alemán (IW) prevé un crecimiento medio del 4,4 % para 2025 y de tan solo el 4,1 % para 2026. El DZ Bank prevé un 4,5 % para 2025 y tan solo un 3,4 % para 2026. Incluso los pronósticos más optimistas no descartan la posibilidad de que se vuelva a superar el 5 % en un futuro próximo. Hace una década, esto se habría considerado una catástrofe. Hoy, es la nueva normalidad para la que todos debemos prepararnos.
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El monstruo inmobiliario en casa: una crisis sin estrategia de salida
El sistema inmobiliario chino no es simplemente un gran mercado; es el sistema central de distribución del dinamismo económico y los ingresos públicos. Durante la última década y media, el sector inmobiliario se ha convertido en el principal motor del crecimiento económico, llegando en ocasiones a representar hasta el 30 % del crecimiento total. El sector ha generado millones de empleos, directa e indirectamente, ha acelerado la urbanización y ha proporcionado a los gobiernos locales los ingresos que necesitaban desesperadamente para financiar sus objetivos políticos.
La expansión se financió con deuda a una escala que sorprendió incluso a los más pesimistas. La deuda hipotecaria de los hogares se disparó de unos 5 billones de yuanes en el primer trimestre de 2008 a más de 50 billones de yuanes, según los últimos datos. Promotores inmobiliarios como Evergrande, otrora paradigma del éxito chino, acumularon billones de yuanes en deuda. Evergrande por sí sola debía 2,4 billones de yuanes (unos 300.000 millones de dólares estadounidenses) a mediados de 2023, antes de entrar en crisis.
La trampa se cerró de golpe cuando la demanda se desplomó. Las ventas de terrenos por parte de los gobiernos locales, una de las fuentes de ingresos más importantes del país, se desplomaron. Si bien en 2021 se vendieron terrenos por valor de más de 8,7 billones de yuanes, esa cifra se desplomó a tan solo 2,5 billones de yuanes en los primeros diez meses de 2024. Más del 10 % de los terrenos en oferta no encontraron compradores. Los precios cayeron, los proyectos se estancaron y la confianza del consumidor se desplomó, ya que más del 60 % del patrimonio de los hogares chinos está vinculado al sector inmobiliario.
Los líderes chinos reconocieron el problema e intentaron una estrategia proactiva en mayo de 2024, con un apoyo masivo del mercado. El plan era claro: los gobiernos locales comprarían viviendas llave en mano a los promotores inmobiliarios para aliviar sus problemas de liquidez y estimular la demanda. Pero ahí radica el dilema más profundo: si estas compras se realizaban por debajo del valor contable, los promotores sufrirían pérdidas cuantiosas. Si se realizaban por encima del valor contable, los gobiernos locales estarían subvencionando a las empresas. Ninguna de las partes puede permitirse mayores cargas financieras.
La carga de la deuda oculta es astronómica. Si bien las estadísticas oficiales muestran una ratio deuda/PIB moderada para los gobiernos locales, las estimaciones reales la duplican con creces. Muchos gobiernos locales utilizan instrumentos de financiación fuera de balance que no aparecen en las cifras oficiales. La financiación social total se situó oficialmente en el 303 % del PIB a finales de 2024, es decir, alrededor de 40 billones de euros. Si se consideran los pasivos ocultos, la ratio deuda/PIB real se sitúa entre el 330 % y el 360 %.
Los gobiernos locales están respondiendo a su crisis con la única herramienta a su disposición: la emisión de bonos como nunca antes. Con más de 10 billones de yuanes en bonos locales recién emitidos, ya se ha establecido un nuevo récord anual. El total de bonos de gobiernos locales en circulación alcanza los 54 billones de yuanes. Pekín ha permitido a los gobiernos locales reestructurar un total de 6 billones de yuanes de deuda oculta en tres años. Esto significa decirle al mercado que en realidad nada ha cambiado: la deuda simplemente se está estructurando a plazos más largos, con tasas de interés más bajas, pero aún en el mismo volumen.
Esta estrategia es un síntoma clásico de insolubilidad estructural. El problema se pospone sin solución. Es el equivalente económico a conducir cada vez más rápido sobre un puente mal construido, con la esperanza de no derrumbarse. La eficiencia de los préstamos disminuye constantemente: se necesitan sumas cada vez mayores para lograr un crecimiento económico comparable.
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El espejismo del consumidor: por qué los hogares gastan cada vez menos dinero
El principal problema estructural de China es una paradoja estadística: en una de las economías más grandes del mundo, el consumo privado es notablemente bajo. El consumo cayó de más del 63 % del producto interior bruto (PIB) en 2000 a tan solo el 53 % en 2022. En comparación, el consumo privado en Estados Unidos representa aproximadamente el 70 % del PIB. Esto significa que China no está impulsando su crecimiento mediante la demanda interna, sino mediante el gasto público, la inversión y las exportaciones.
La razón es la profunda incertidumbre psicológica y financiera. Una característica destacada de la economía china es su altísima tasa de ahorro: los hogares acumulan dinero en lugar de gastarlo. Esta tasa de ahorro se acentuará aún más durante 2024 y 2025. Las encuestas del banco central chino muestran que el 64 % de los hogares desea ahorrar más, en comparación con solo el 45 % antes de la pandemia de COVID-19. Los hogares se han vuelto pesimistas sobre sus perspectivas de empleo. El número de empresas privadas con pérdidas ha aumentado considerablemente en los últimos años debido al exceso de capacidad y la feroz competencia. Es poco probable que estas empresas contraten nuevos empleados.
Durante mucho tiempo, la población joven urbana se consideró la esperanza de un auge del consumo. Pero incluso allí, prevalece la cautela, más que el deseo de comprar. Entre los jóvenes con un buen nivel educativo, el ahorro es común debido al alto desempleo (las estadísticas oficiales indican un 3,5 %, pero las estimaciones reales son del 12 % o más), las limitadas perspectivas laborales y el sombrío panorama económico general. La política del hijo único, abolida hace tiempo, sigue dejando secuelas culturales y financieras. Consolidó la estructura familiar "4-2-1", en la que un joven adulto mantiene a dos padres y cuatro abuelos. Esto exige un conservadurismo financiero.
La mayor caída de los precios inmobiliarios agrava esta situación mediante el efecto riqueza. Cuando los hogares ven que su mayor activo pierde valor, reducen sus planes de gasto. Solo el 9% de los hogares encuestados espera una pronta recuperación de los precios de la vivienda. Cuatro de cada cinco esperan una caída de los precios o tienen total incertidumbre.
Todas las medidas de estímulo gubernamental a corto plazo (subsidios, bonos de consumo, incentivos) se topan con esta barrera de precaución estructural. El efecto es visible a corto plazo (las cifras individuales de ventas minoristas muestran un aumento), pero no es sostenible. En cuanto finalizan las medidas, regresa la habitual baja propensión al consumo. Commerzbank lo resume con precisión: «Dada la persistente debilidad del sentimiento del consumidor, prevemos que la situación macroeconómica se deteriorará de nuevo en cuanto expiren las medidas temporales».
La bomba de tiempo demográfica: una población en disolución
Quizás el problema más insoluble de China sea la demografía. China es la única gran potencia económica cuya población no crece, sino que se reduce. En 2022 y 2023, la población absoluta disminuyó. A pesar del fin de la política del hijo único en 2015 y la posterior introducción de la política de los tres hijos, China no ha logrado aumentar su tasa de natalidad.
Las cifras son alarmantes. La población en edad laboral (de 15 a 59 años) está disminuyendo. En 2023, había 857,98 millones de personas en este grupo de edad, 77 millones menos que en 2013. Se proyecta que esta cifra disminuya aproximadamente una cuarta parte más para 2050. Al mismo tiempo, la población está envejeciendo rápidamente. Aproximadamente el 22 % de la población (más de 310 millones de personas) ya tiene 60 años o más. Para 2035, esta cifra podría superar el 30 %.
Esto no es simplemente un fenómeno demográfico; es una bomba de tiempo económica. Una menor población en edad laboral implica menos contribuyentes para mantener a una generación cada vez mayor de jubilados. Los ya de por sí débiles sistemas de seguridad social se encuentran bajo una enorme presión. Por un lado, se prevé que el gasto en pensiones, atención médica y cuidados de larga duración se dispare. Por otro lado, el número de contribuyentes se está reduciendo.
Las personas mayores gastan menos que los jóvenes. Invierten de forma más conservadora. Consumen menos. Esto cambia radicalmente los patrones de consumo. Una economía cuya pirámide de consumo está invertida es una economía cuya dinámica interna está cambiando radicalmente. Las exportaciones siguen siendo el único pilar, pero China se enfrenta a una creciente presión en este ámbito.
Las disparidades regionales se ven exacerbadas por la demografía. Ciudades costeras prósperas como Shanghái, Pekín y Guangdong concentran a trabajadores jóvenes. Las provincias centrales y occidentales, como Sichuan, Hunan y Heilongjiang, experimentan emigración y una disminución de la natalidad. Esto intensifica la desigualdad regional y dificulta la coordinación de las medidas de reforma. Un sistema unificado de seguridad social se ve obstaculizado por el estancamiento federal: las provincias con una población en edad laboral en disminución no pueden ni quieren pagar las mismas contribuciones que las regiones en crecimiento.
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El milagro del crecimiento de China ha terminado: por qué la productividad es ahora más importante que la fuerza laboral
Productividad en lugar de trabajo: un problema aritmético
El crecimiento económico a largo plazo se basa en un trío fundamental: trabajo, capital y productividad. En China, este trío ya no funciona. La fuerza laboral se está reduciendo, lo cual es inevitable. El capital en forma de deuda se está disparando, lo cual es cada vez más perjudicial. La productividad, el único motor de crecimiento restante, se está estancando o disminuyendo.
Durante el auge de China, con un crecimiento superior al 10 %, menos de 2 puntos porcentuales provinieron del crecimiento de la fuerza laboral. La gran mayoría se debió al aumento de la productividad mediante la convergencia tecnológica y la modernización. China era una tecnología de rápida evolución que simplemente imitaba a otras, mejorándolas y a un menor costo. Este modelo era increíblemente eficiente.
Pero este crecimiento de recuperación ha llegado a su fin. China ahora produce a niveles de vanguardia mundial en muchos sectores; queda poco por imitar, solo innovaciones por inventar. La Productividad Total de los Factores (PTF), la medida del aumento genuino de la productividad, no ha aumentado en los últimos años. Una economía financiada con deuda que supera con creces su capacidad histórica es una economía en la que los nuevos préstamos generan menos producción real. La denominada tasa de crédito —la cantidad de nuevo crecimiento del PIB que se genera por cada billón de dólares de deuda emitida— se ha deteriorado drásticamente.
Pekín intenta resolver este problema mediante subsidios masivos a las industrias de alta tecnología: este es el núcleo del concepto de "Nuevas Fuerzas Productivas de Calidad" que Xi Jinping viene promoviendo desde 2023. El plan es ambicioso: la innovación liderada por el Estado en áreas como la tecnología de baterías, los vehículos eléctricos, las energías renovables, los semiconductores y la inteligencia artificial busca generar nuevas fuentes de crecimiento, aumentar la productividad y reemplazar industrias obsoletas.
Esta es una estrategia ingeniosamente concebida, pero tiene un defecto fundamental. Las industrias de alta tecnología requieren un uso intensivo de capital, no de mano de obra. Una nueva fábrica de baterías no crea 10.000 empleos como una fábrica textil; podría crear 500 empleos especializados. Estas industrias no pueden compensar los millones de empleos perdidos en los sectores inmobiliario y de la construcción. Barry Naughton, destacado experto en China de la Universidad de California, lo expresa así: «Las nuevas industrias y el consumo adicional no pueden compensar las pérdidas en el sector inmobiliario».
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La crisis de credibilidad: cuando las estadísticas están en tela de juicio
Un problema central para China, a menudo ignorado, es la crisis de credibilidad que rodea a sus datos económicos. Gao Shanwen declaró abiertamente en 2024 que las cifras oficiales del PIB podrían ser inexactas: «Desconocemos la cifra real del crecimiento de China». Sin embargo, existe evidencia sistemática de que las cifras están infladas.
Un indicador es la correlación inversa entre el consumo de electricidad y el crecimiento del PIB. En el primer trimestre de 2024, China registró un crecimiento real del 5,4 %, pero el crecimiento nominal fue de tan solo el 4,6 %. Esto es imposible en una economía normal: el crecimiento nominal debería superar al crecimiento real (crecimiento más inflación). El hecho de que ocurra lo contrario en China significa que el país se encuentra en un estado deflacionario. Los precios al consumidor están cayendo y las ganancias corporativas también. Esto es señal de sobrecapacidad, no de un dinamismo genuino.
Aún más extraño: el consumo de electricidad, el flujo físico de electricidad a través de la economía, no aumentó al mismo ritmo que el PIB reportado. Tras seis trimestres en los que la economía real (medida por el consumo de electricidad) fue más sólida que las estadísticas, la relación se invirtió. El PIB está por delante, la electricidad se queda atrás, una clara señal de que el valor reportado estadísticamente no se sustenta en la actividad económica física.
Esto no es mera especulación académica. Si las cifras reales de crecimiento son del 2% al 3% en lugar del 5% —y esta es la hipótesis del Grupo Rhodium—, tanto Pekín como la economía global están jugando con una simulación en lugar de con la realidad.
El dilema de la reforma estructural: atrapado entre el mercado y el control
En teoría, existe una solución al problema de China: reformas estructurales genuinas. Estas implicarían:
En primer lugar, la privatización o, al menos, la apertura de los mercados a sectores que aún están bajo control estatal. El sector financiero, la sanidad, la educación, las telecomunicaciones… muchas de estas áreas aún están demasiado controladas por el Estado.
En segundo lugar, se necesitan reformas genuinas de la seguridad social para que la red de seguridad sea universal y portátil. Las personas deben sentirse lo suficientemente seguras como para cambiar de trabajo, asumir riesgos y consumir sin temor al desastre, algo que solo funciona con una seguridad genuina. Sin embargo, el sistema de seguridad social de China está fragmentado: cada provincia tiene sus propias normas. Un trabajador en Shanghái está mejor asegurado que uno en Hubei. Esto ata a las personas a sus provincias, dificulta la movilidad laboral y perjudica la eficiencia.
En tercer lugar, se necesitan reformas educativas genuinas para reducir el desempleo juvenil. La tasa oficial es del 3,5 %; las estimaciones reales son al menos tres veces superiores.
En cuarto lugar, reformas fiscales locales que reduzcan la dependencia de la venta de tierras. Los gobiernos locales deben tener un poder tributario genuino, no mecanismos de financiación artificiales.
En quinto lugar, auténticas reformas de mercado en las empresas estatales y su gobernanza para aumentar la eficiencia.
Pero estas mismas reformas son extremadamente difíciles de implementar políticamente bajo el gobierno de Xi Jinping. Durante años, su enfoque se ha centrado en el control ideológico, la seguridad nacional y el posicionamiento geopolítico. La autonomía económica se ha reducido. Las empresas tecnológicas han sido reguladas, las fintech se han visto obstaculizadas y las empresas extranjeras se han enfrentado a crecientes restricciones. En el tercer trimestre de 2024, China registró una salida de inversión extranjera directa por primera vez desde 1998.
Xi es consciente de que cierto nivel de crecimiento económico es necesario para la legitimidad, el empleo y objetivos como la independencia económica. Sin embargo, su priorización de la seguridad sobre la libertad económica limita la reforma. El concepto de "nuevas fuerzas productivas" busca lograr el crecimiento mediante la innovación controlada, en lugar de la liberalización del mercado; es decir, mediante industrias subvencionadas por el Estado, no mediante el dinamismo empresarial privado.
Esto conduce a una especie de "economía de guerra", como la llama Barry Naughton. Todo se convierte en una herramienta para alcanzar objetivos nacionales. La lógica del mercado se ve alterada. Y en una economía moderna y compleja, esto es precisamente lo contraproducente. No se puede imponer la excelencia en semiconductores mediante la regulación; no se puede promover la innovación mediante la ideología.
El efecto de onda expansiva global: cuando China se vuelve permanentemente lenta
¿Qué implica una desaceleración sostenida del crecimiento chino para el mundo? Los efectos son significativos. Investigaciones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Asiático de Desarrollo muestran que una crisis permanente del crecimiento en China (un punto porcentual menos de crecimiento) reduce el crecimiento mundial en aproximadamente 0,23 puntos porcentuales. Un crecimiento del 10 % al 3 % se traduce en una reducción del crecimiento mundial de aproximadamente 1,6 puntos porcentuales. Para una economía mundial que ya enfrenta un crecimiento débil, esto es sustancial.
Los exportadores de materias primas y las economías emergentes se ven particularmente afectados. China ha sido el motor de la demanda mundial de materias primas: mineral de hierro, cobre, carbón y petróleo. Un crecimiento más lento en China implica precios más bajos de las materias primas y una reducción de los ingresos para los países que dependen de estos recursos. Asia también se ve afectada: Corea del Sur, Taiwán, Vietnam y Tailandia mantienen complejas cadenas de suministro con China. El débil crecimiento chino se traduce en una débil demanda de sus importaciones.
Los fabricantes europeos de artículos de lujo y los productores de bienes industriales se verán gravemente afectados. Durante décadas, la clase media china fue un motor de crecimiento para los automóviles alemanes, los cosméticos franceses y la moda italiana. Un escenario de consumo en el que los chinos ahorren en lugar de comprar tendrá un gran impacto en estas industrias.
El comercio global se está volviendo más restrictivo y politizado. La ofensiva arancelaria de Trump contra China, con tasas superiores al 47,5%, está afectando a una China ya debilitada. Las exportaciones chinas a EE. UU. cayeron un 29% en noviembre de 2024. Esto representa una reorientación de los flujos comerciales, no un fortalecimiento genuino. China intentará reorientar su atención hacia otros mercados: el Sudeste Asiático, la India y los países de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta. Esto provocará desequilibrios comerciales globales y respuestas proteccionistas.
Escenarios para 2030: El abanico de imposibilidades
Los expertos coinciden en la tendencia general —un crecimiento más lento—, pero los escenarios específicos divergen. Bloomberg ha revisado a la baja sus previsiones: en lugar de que China supere a EE. UU. como la mayor economía en la década de 2030, esto ocurrirá ahora a mediados de la década de 2040, y solo brevemente, antes de que Estados Unidos la supere de nuevo gracias a su crecimiento más rápido.
Un escenario más optimista prevé que el crecimiento de China se estabilice en un 3,5 % para 2030. Esto no sería malo desde una perspectiva global: el 3,5 % sigue estando por encima del promedio mundial. El gran tamaño de China implica que incluso un crecimiento del 3,5 % representaría aproximadamente un tercio del crecimiento mundial. Esto se traduciría en una economía con un valor aproximado de 23,9 billones de dólares para 2030, como anunció el primer ministro Li Qiang.
Un escenario intermedio prevé un crecimiento estable del 3 %, similar al de Japón en sus mejores momentos tras la explosión de la burbuja en 1990. Una economía que crece, pero no de forma dinámica. Un escenario en el que las nuevas industrias crean empleos, pero no en la cantidad que deja vacantes el sector inmobiliario.
Un escenario pesimista prevé un crecimiento inferior al 2% si la carga de la deuda aumenta, si estalla una crisis bancaria o si el capital extranjero se retira por completo. Esto supondría un shock para los mercados globales similar a la crisis financiera asiática de 1997, pero peor, porque China es más grande.
Todos estos escenarios comparten una realidad central: la China de la década de 2020 no será la China de la década de 2010. La era del crecimiento de dos dígitos ha terminado. La era de las inversiones a raudales impulsadas por la deuda ha terminado. El modelo económico sobre el que se construyeron cientos de millones de carreras profesionales, miles de empresas y cadenas de suministro globales ya no funciona.
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La salida de China de la trampa: La verdad incómoda
La única manera realista de que China salga de este escenario es un desvío que tendría que completarse en una generación: una transición radical de una economía impulsada por la inversión a una economía impulsada por el consumo; de sistemas dirigidos por el Estado a sistemas más orientados al mercado; de una economía dependiente de las exportaciones a una orientada al mercado interno; de la financiación de la deuda al valor del ahorro genuino.
Se trataría de auténticas reformas estructurales, no de medidas superficiales. Semejante transformación en una economía tan grande y compleja, en un contexto de deuda, demografía y tensiones geopolíticas, constituye un desafío sin precedentes históricos.
Xi Jinping optó deliberadamente por no seguir esta vía. En cambio, busca generar crecimiento mediante inversiones controladas en innovación, sectores estratégicos y líderes nacionales. Esto no es un error de análisis, sino una decisión consciente de priorización: Xi ha decidido que la seguridad nacional, el control ideológico y la posición geopolítica son más importantes que el máximo crecimiento económico.
Esto significa que China tendrá que convivir con un crecimiento del 3%. Y un mundo que había calculado un crecimiento chino del 10% tendrá que ajustarse al 3%. Esto no es una recesión económica, sino un punto de inflexión.
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