China | El dilema de Pekín entre el auge exportador y el estancamiento del mercado interno: la dependencia estructural de las exportaciones como trampa del crecimiento
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Publicado el: 19 de octubre de 2025 / Actualizado el: 19 de octubre de 2025 – Autor: Konrad Wolfenstein
China | El dilema de Pekín entre el auge exportador y el estancamiento del mercado interno: La dependencia estructural de las exportaciones como trampa del crecimiento – Imagen: Xpert.Digital
La extraña crisis económica de China: por qué las exportaciones récord no pueden salvar al país
### Deflación, desplome inmobiliario, colapso del consumo: ¿Se está descontrolando la economía planificada de Pekín? ### ¿"Décadas perdidas" para China? ¿Por qué Pekín se enfrenta ahora al mismo destino que Japón? ### Se avecina la segunda crisis de China: Cómo Pekín está exportando su crisis económica a Alemania ### El motor del crecimiento se tambalea, jóvenes sin trabajo: ¿Se dirige China hacia una explosión social? ###
Superávit comercial versus consumo débil: el problema estructural de China – China entre un comercio récord y el colapso de la demanda interna
En el otoño de 2025, la economía china envía señales profundamente contradictorias, revelando una crisis fundamental en su exitoso modelo de crecimiento de décadas. Mientras el país bate récords de exportación con un superávit comercial de 875 000 millones de dólares, la economía nacional se desploma: con un crecimiento previsto de tan solo el 4,7 %, el producto interior bruto amenaza con no alcanzar el objetivo oficial del 5 %, el comercio minorista se estanca y la crisis inmobiliaria se agrava.
Esta drástica brecha entre el auge del comercio exterior y el colapso de la demanda interna no es casualidad, sino síntoma de una profunda enfermedad estructural. El modelo económico chino, basado en las exportaciones, la inversión en infraestructura y un sector inmobiliario sobrecalentado, está agotado. El auge exportador es, de hecho, una huida hacia adelante: las empresas están inundando los mercados globales con productos baratos para reducir su enorme exceso de capacidad, exportando así la deflación interna. El problema central reside en el poder adquisitivo crónicamente bajo de la población del país: el consumo privado representa solo alrededor del 40 % de la producción económica, una cifra muy inferior a la media mundial que desestabiliza el sistema.
Esto crea un peligroso dilema para los líderes políticos de Pekín. Se encuentran bajo una enorme presión para actuar y lograr un modelo más sostenible, impulsado por el consumo. Sin embargo, esto requeriría reformas profundas y políticamente arriesgadas del sistema social, así como una redistribución de la riqueza. Dada la persistente deflación, la creciente carga de la deuda para los gobiernos locales y un desempleo juvenil alarmantemente alto, China se ve amenazada por un estancamiento al estilo japonés, con consecuencias de gran alcance para el orden económico global.
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Cuando los datos económicos caen, aumenta la presión política para actuar: una verdad capitalista que también se aplica a las economías planificadas por el Estado.
La economía china se encuentra ante un dilema en el tercer trimestre de 2025, lo que revela fallas fundamentales en el diseño de su modelo de crecimiento actual. Según las encuestas, se espera que el producto interior bruto (PIB) se expanda tan solo un 4,7 % interanual, la cifra más baja en doce meses y muy por debajo del objetivo del 5 %. Esta desaceleración se produce en un entorno paradójico: mientras China registra exportaciones récord y ha acumulado un superávit comercial de 875 000 millones de dólares en lo que va de 2025, la demanda interna se desploma. El comercio minorista creció tan solo un 3 % en septiembre, la producción industrial se expandió solo alrededor de un 5 % y la inversión inmobiliaria continúa disminuyendo. Esta discrepancia entre un comercio exterior floreciente y una economía interna estancada revela el problema estructural central: el consumo de China representa actualmente solo alrededor del 40 % del PIB, en comparación con el promedio mundial del 56 %. En economías desarrolladas como Estados Unidos, la participación del consumo en el PIB supera el 65 %, y en Japón y Corea del Sur también es significativamente mayor que en China.
Este desequilibrio estructural no es casualidad, sino el resultado de décadas de decisiones de política económica. El modelo de crecimiento de China se basó tradicionalmente en tres pilares: industrialización orientada a la exportación, inversión masiva en infraestructura y desarrollo inmobiliario. Los tres pilares muestran ahora simultáneamente signos de agotamiento. El auge exportador en 2025 enmascara una debilidad fundamental: se debe principalmente al intento desesperado de las empresas chinas de vender su exceso de capacidad en los mercados globales mientras la demanda interna se desploma. El superávit comercial de China alcanzó un récord de 586 000 millones de dólares en el primer semestre de 2025, pero este éxito no refleja fortaleza económica, sino una demanda interna catastrófica. La República Popular está exportando sus tendencias deflacionarias, ya que los precios al productor llevan 35 meses cayendo y el precio medio de las exportaciones chinas está disminuyendo.
Los responsables políticos de Pekín se enfrentan, por tanto, a un dilema fundamental: el modelo de crecimiento actual está agotado, pero la transición a un modelo económico impulsado por el consumo, basado en el modelo occidental, requiere reformas estructurales de gran alcance que conllevan riesgos políticos. Los últimos datos económicos, de octubre de 2025, aumentan enormemente la presión sobre el gobierno. Los analistas subrayan unánimemente que, sin medidas sustanciales de estímulo económico para incentivar el consumo interno, no se alcanzará el objetivo de crecimiento del 5%. Se espera que el Politburó del Partido Comunista se reúna en octubre para debatir el XV Plan Quinquenal, una reunión de suma importancia dada la situación actual. Las expectativas en los mercados financieros son claras: las medidas de estímulo adicionales son solo cuestión de tiempo. Sin embargo, los paquetes de estímulo económico hasta la fecha han sido poco entusiastas y han decepcionado sistemáticamente las expectativas.
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De Mao a Xi: La genealogía económica de la crisis actual
Las raíces de la crisis económica actual se remontan a la historia de la transformación de la República Popular. Tras la muerte de Mao Zedong en 1976 y el inicio de la era de reformas bajo el liderazgo de Deng Xiaoping en 1978, China experimentó un crecimiento económico sin precedentes. La política de apertura y la liberalización gradual del mercado sacaron de la pobreza a cientos de millones de personas y catapultaron al país a la segunda economía más grande del mundo. Ajustado al poder adquisitivo, el producto interno bruto de China es actualmente aproximadamente un 25 % mayor que el de Estados Unidos, aunque estas cifras son muy controvertidas, y la producción económica real de China podría ser incluso mayor.
El éxito se basó en un modelo de desarrollo específico: China se basó en una industrialización orientada a la exportación con bajos costos laborales, inversiones masivas en infraestructura y convergencia tecnológica mediante la transferencia de tecnología y el aumento de las innovaciones nacionales. Su membresía en la Organización Mundial del Comercio desde 2001 en adelante impulsó aún más este modelo. Sin embargo, este modelo de crecimiento albergó desequilibrios estructurales que durante mucho tiempo estuvieron enmascarados por altas tasas de crecimiento. La tasa de consumo de China se mantuvo sistemáticamente baja, mientras que la tasa de inversión ascendió a niveles insostenibles. Tras la crisis financiera mundial de 2008/2009, China respondió con un programa masivo de estímulo económico centrado principalmente en inversiones en infraestructura y desarrollo inmobiliario. Esta respuesta estabilizó la economía mundial a corto plazo, pero creó enormes problemas a largo plazo.
El modelo de crecimiento financiado con deuda de los últimos 15 años generó varias distorsiones estructurales. En primer lugar, la deuda de los gobiernos locales y sus llamados Vehículos de Financiamiento de Gobiernos Locales (VGLV) se disparó. Estas plataformas cuasi gubernamentales eludieron los límites formales de deuda y acumularon una deuda estimada en 60 billones de yuanes para finales de 2024, además de la deuda oficial de los gobiernos locales de 48 billones de yuanes. La deuda total de los gobiernos locales alcanzó los 92 billones de yuanes, o el 76 % de la producción económica, en comparación con el 62,2 % en 2019. El Fondo Monetario Internacional estima la deuda de los VGLV para 2023 en nueve billones de dólares. Esta deuda se destinó principalmente a proyectos de infraestructura cuyo rendimiento económico suele ser cuestionable. Los ingresos de los gobiernos locales se basaron en gran medida en la venta de terrenos a promotores inmobiliarios, un sistema que colapsó con el estallido de la burbuja inmobiliaria.
En segundo lugar, la burbuja inmobiliaria generó riesgos sistémicos. En ocasiones, el sector inmobiliario representó más del 20 % de la producción económica de China. Los promotores inmobiliarios acumularon una deuda extrema, vendieron apartamentos antes de su finalización y utilizaron el dinero para financiar nuevos proyectos, un clásico esquema Ponzi. Cuando el gobierno intervino con regulaciones en 2020 para limitar el exceso de deuda, el sistema colapsó. Evergrande, Country Garden y alrededor del 75 % de los promotores más grandes de 2020 son ahora insolventes. Se estima que existen 20 millones de apartamentos sin terminar en todo el país, los compradores han suspendido los pagos y los precios de los inmuebles llevan años cayendo continuamente. En julio de 2025, los precios de los apartamentos nuevos cayeron un 0,31 % mensual y los de las viviendas de segunda mano un 0,55 %. La crisis ya lleva más de cuatro años, sin que se vislumbre una reversión.
En tercer lugar, el énfasis excesivo en la inversión condujo a un enorme exceso de capacidad en numerosas industrias. Con la iniciativa de política industrial "Hecho en China 2025", lanzada en 2015, Pekín se propuso transformar el país en una nación tecnológica líder. La estrategia se fijó como objetivo alcanzar tasas de autosuficiencia del 70 % para materiales y componentes básicos en industrias clave para 2025. Las provincias y ciudades implementaron estos objetivos con enormes subsidios, a menudo sin coordinación, lo que condujo a un desastroso exceso de capacidad. Esto es particularmente evidente en la industria solar: solo en 2023, China instaló 216 gigavatios de capacidad solar, quince veces más que Alemania. La producción solar china supera con creces la capacidad de absorción de su propia red eléctrica y de los mercados globales. Existe un exceso de capacidad similar en los vehículos eléctricos, la energía eólica, la industria siderúrgica y otros sectores. Este exceso de capacidad conduce a guerras de precios que incluso a los fabricantes chinos les generan pérdidas.
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Anatomía de una crisis económica: deflación, desempleo y pérdida de confianza
La situación económica actual de China puede caracterizarse con precisión mediante varios indicadores cuantitativos y cualitativos. El crecimiento del PIB se desaceleró al 1,1 % en el segundo trimestre de 2025 en comparación con el trimestre anterior, lo que corresponde a un crecimiento anualizado de aproximadamente el 4,4 %, por debajo del objetivo del 5 %. Los analistas esperan un crecimiento anual de tan solo entre el 4,5 % y el 4,7 % para el tercer trimestre. El Fondo Monetario Internacional pronostica un crecimiento general del 4,8 % para 2025 y de tan solo el 4,2 % para 2026. Algunos pronósticos incluso predicen tan solo un 4,4 % para 2025. Esto pone a China en riesgo de incumplir su objetivo oficial de crecimiento, lo cual sería un tema políticamente muy delicado.
La economía nacional muestra una debilidad generalizada. Las ventas minoristas crecieron un 5% en los primeros cinco meses de 2025, pero solo se prevé un crecimiento del 3% para septiembre. La producción industrial se expandió más del 7% en marzo de 2025, pero los analistas esperan un crecimiento de tan solo alrededor del 5% para septiembre. La evolución de las inversiones es particularmente alarmante: la inversión inmobiliaria se contrajo un 12% en los primeros siete meses de 2024, y la actividad inversora general se ha estancado en lo que va de 2025. Esta debilidad de la inversión es notable, ya que el crecimiento de China tradicionalmente ha estado fuertemente impulsado por la inversión.
Las tendencias deflacionarias se están intensificando. Los precios al consumidor cayeron un 0,4 % interanual en agosto de 2025, entrando en terreno negativo por primera vez en tres meses. Los analistas solo esperaban una disminución del 0,2 %. Si bien los precios al consumidor se mantuvieron ligeramente positivos en septiembre, las presiones deflacionarias son innegables. Los precios al productor están evolucionando de forma aún más drástica: llevan 35 meses consecutivos cayendo. En agosto, cayeron un 2,9 % y en septiembre, un 2,3 %. Esta persistente deflación refleja un exceso de capacidad y una demanda débil. China se encuentra de facto en un entorno deflacionario, lo que inhibe el consumo, ya que los consumidores posponen sus compras anticipando una mayor caída de los precios.
El mercado laboral muestra tensiones considerables, especialmente entre los jóvenes. El desempleo juvenil de 16 a 24 años (excluyendo estudiantes) aumentó al 18,9 por ciento en agosto de 2025, el nivel más alto desde diciembre de 2023. En julio, ya había alcanzado el 17,8 por ciento, por debajo del 14,5 por ciento en junio. Estas fluctuaciones dramáticas y el alto nivel reflejan problemas estructurales en el mercado laboral. Los graduados tienen dificultades para encontrar trabajo, ya que sectores como la tecnología, el sector inmobiliario y la educación están bajo presión. Las pequeñas y medianas empresas, importantes empleadores de jóvenes, están luchando con condiciones de financiación restrictivas. La tasa general de desempleo en las zonas urbanas aumentó al 5,3 por ciento en agosto. El gobierno dejó de publicar temporalmente las cifras de desempleo juvenil en 2023 después de que superaran el 21 por ciento y posteriormente ajustó la metodología.
A pesar de las señales de recuperación, la confianza del consumidor se mantiene históricamente baja. Si bien el Índice Primario de Sentimiento del Consumidor fue más alto en octubre de 2025 que en meses anteriores, el clima de consumo sigue siendo frágil. Varios factores están obstaculizando sistemáticamente el consumo privado: en primer lugar, la crisis inmobiliaria está destruyendo la riqueza, ya que los bienes raíces residenciales representan la mayor parte de los activos de los hogares chinos. La caída de los precios inmobiliarios está reduciendo la percepción de prosperidad y aumentando el ahorro preventivo. En segundo lugar, muchos hogares están cancelando hipotecas anticipadamente en lugar de consumir para evitar el sobreendeudamiento. En tercer lugar, la red de seguridad social está insuficientemente desarrollada, lo que obliga al ahorro preventivo. El seguro de pensiones no cubre adecuadamente a todos los segmentos de la población, la atención médica requiere copagos sustanciales y el seguro de desempleo y la asistencia social siguen siendo rudimentarios. En cuarto lugar, el alto desempleo juvenil y el empleo precario están generando temores sobre el futuro.
Una reciente reforma de las cotizaciones obligatorias a la seguridad social ha agravado paradójicamente la situación. A partir de septiembre de 2025, todos los empleadores estarán obligados a pagar las cotizaciones a la seguridad social de todos sus empleados fijos, una práctica que a menudo se ha eludido. Esta reforma pretende reforzar la red de seguridad social y sanear los fondos de pensiones a largo plazo, pero a corto plazo supone una carga tanto para los empleadores como para los empleados. Las pequeñas empresas ven aumentar sus costes y los empleados reciben salarios netos más bajos. En una fase de debilidad económica, esta reforma aumenta la presión sobre el consumo y el empleo, a pesar de que la intención a largo plazo —fortalecer la seguridad social— es fundamentalmente correcta.
A pesar de las masivas intervenciones gubernamentales, el sector inmobiliario no muestra signos de estabilización. El gobierno anunció medidas en mayo de 2024 y en repetidas ocasiones a partir de entonces: la reducción de los requisitos de capital para quienes compran por primera vez del 20% al 15%, la eliminación de los límites inferiores a las tasas de interés hipotecarias y el lanzamiento de un programa de 300.000 millones de yuanes para la compra de propiedades en construcción para su conversión en viviendas sociales. En noviembre de 2024, China casi duplicó el volumen de préstamos en la llamada lista blanca para proyectos y promotores inmobiliarios. Los volúmenes de financiación para proyectos en construcción aumentaron drásticamente. Sin embargo, los precios siguen bajando y las ventas se están desplomando. La agencia de calificación Fitch describe la recuperación del mercado como frágil y dependiente de la economía, el empleo y los ingresos de los hogares, todos factores debilitados. Los economistas de Nomura advierten de una inminente crisis de demanda en el segundo semestre del año.
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Entre el estancamiento y el estímulo: cómo reaccionan los distintos sistemas a las crisis de crecimiento
Una mirada comparativa a otras economías y su enfoque de los problemas económicos estructurales arroja luz sobre la situación china. Los casos de Japón, Estados Unidos y Alemania, que representan diferentes modelos de desarrollo y respuestas a la crisis, son particularmente ilustrativos.
Tras el estallido de su burbuja inmobiliaria y bursátil en 1990-91, Japón experimentó tres décadas perdidas de bajo crecimiento y deflación. Los paralelismos con China son evidentes: burbuja inmobiliaria, elevado endeudamiento, cambio demográfico y riesgos deflacionarios. Japón respondió con décadas de políticas de tipos de interés bajos, inversiones masivas en infraestructura pública y, en última instancia, la flexibilización cuantitativa por parte del banco central. El ratio de deuda pública se disparó a más del 250 % del PIB. Sin embargo, no se logró una salida sostenible de la trampa del crecimiento. Solo recientemente Japón ha vuelto a mostrar un crecimiento más sólido, impulsado por la demanda de los consumidores y la inversión empresarial. El PIB creció un 2,2 % anualizado en el segundo trimestre de 2025. Este éxito se basa en reformas estructurales del mercado laboral, el aumento de los salarios y la mejora de la confianza del consumidor. La experiencia japonesa nos enseña que, sin reformas estructurales, el estímulo monetario y fiscal fracasa; la salida de la deflación y el estancamiento lleva décadas; y el cambio demográfico obstaculiza enormemente el crecimiento impulsado por el consumo.
Estados Unidos representa el modelo opuesto: una economía altamente impulsada por el consumo, en la que el gasto privado representa aproximadamente dos tercios del PIB. La economía estadounidense ha mostrado una notable resiliencia desde la pandemia. El PIB creció un 2,8 % en el tercer trimestre de 2024, impulsado principalmente por el gasto privado. Este sólido consumo se basa en varios factores: salarios reales relativamente altos, una red de seguridad social integral que incluye seguro de desempleo, un mercado crediticio desarrollado y el efecto riqueza derivado del aumento de los precios de las acciones y los bienes raíces. Sin embargo, este modelo conlleva un detrimento del crecimiento debido a los altos niveles de deuda: la deuda privada de los estadounidenses alcanzó un máximo histórico de 13,9 billones de dólares a finales de junio de 2024, y los préstamos hipotecarios, con 9,4 billones de dólares, superaron el nivel anterior a la crisis de 2008. La ratio deuda total/PIB en Estados Unidos es del 351 % del PIB. Los consumidores estadounidenses, con su poder adquisitivo, representan el 17 % de la producción económica mundial, más que todo el PIB de China. Este fuerte consumo sustenta la economía mundial, pero es frágil a largo plazo debido a los altos niveles de deuda. Para China, el modelo estadounidense lo ilustra: el crecimiento impulsado por el consumo requiere salarios más altos, mejor seguridad social y un mercado crediticio funcional, áreas en las que China aún tiene que recuperar terreno perdido.
Alemania, a su vez, representa un modelo orientado a la exportación similar al de China, aunque con una tasa de consumo significativamente mayor. La economía alemana se ha estancado en gran medida desde 2023, y el FMI espera un crecimiento de tan solo el 0,2 % para 2025 y el 0,9 % para 2026. Alemania sufre problemas similares a los de China: débil demanda interna, problemas estructurales en industrias clave (automotriz), dependencia de las exportaciones y cambio demográfico. La evolución del comercio con China es particularmente relevante: las exportaciones alemanas a China se desplomaron un 14,2 % en los primeros cinco meses de 2025, mientras que las importaciones procedentes de China aumentaron un 10 %. Las pérdidas en la industria automotriz son particularmente drásticas, con una caída del 36 % en las exportaciones a China. Al mismo tiempo, Alemania está importando productos chinos a precios en descenso, mientras que China está exportando su deflación. Esta evolución demuestra que el exceso de capacidad y la agresiva estrategia exportadora de China están desestabilizando a sus socios comerciales; la segunda crisis de China está golpeando duramente a los países industrializados desarrollados.
Otro caso de comparación interesante son las economías emergentes como India y Brasil, que dependen en mayor medida del consumo interno. India muestra un crecimiento impresionante del 6,6 % en 2025 y se prevé un 6,2 % para 2026. Este crecimiento se basa en una demografía más joven, el aumento de los ingresos, la industrialización y las inversiones en infraestructura. El modelo de desarrollo de India está cambiando de un crecimiento impulsado por el consumo a un crecimiento impulsado por la inversión, mientras que China tendría que cambiar, a la inversa, de la inversión al consumo. El dividendo demográfico de India (una población joven y en crecimiento) contrasta marcadamente con el envejecimiento de la sociedad china. Se proyecta que las economías emergentes en su conjunto crezcan significativamente más rápido en 2025, con un 4,2 %, en comparación con el 1,6 % de los países desarrollados. El aumento del consumo en los mercados emergentes es una megatendencia de la que China podría beneficiarse como exportadora, si resuelve sus problemas de sobrecapacidad y evita provocar barreras comerciales mediante el dumping de las exportaciones.
El análisis comparativo revela la difícil situación de China: el escenario japonés de una década perdida se presenta como una amenaza si las reformas estructurales no se materializan. El modelo estadounidense de crecimiento impulsado por el consumo requiere una profunda transformación social y económica, lo que conlleva riesgos políticos. El modelo alemán muestra que la orientación exportadora está llegando a sus límites en una economía global fragmentada con crecientes barreras comerciales. Al mismo tiempo, China está perdiendo su atractivo relativo en comparación con otros mercados emergentes como destino de inversión y motor de crecimiento.
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Del exceso de capacidad a la crisis: por qué la política industrial de China podría fracasar
Evaluación crítica: obstáculos estructurales, riesgos sistémicos y barreras ideológicas
Una evaluación crítica de la situación económica china debe abarcar varias dimensiones: riesgos económicos, perturbaciones sociales, costos ecológicos, implicaciones geopolíticas y la cuestión de la capacidad de reforma sistémica.
A nivel económico, la situación actual plantea múltiples peligros. El riesgo de una espiral deflacionaria al estilo japonés es real. La caída de los precios obstaculiza el consumo y la inversión, reduce los beneficios empresariales, aumenta la carga real de la deuda y provoca despidos, un proceso que se retroalimenta. El período de 35 meses de deflación de los precios al productor demuestra que este proceso ya está muy avanzado. En segundo lugar, se avecinan riesgos para la estabilidad financiera debido al elevado endeudamiento de los gobiernos locales, los promotores inmobiliarios y las empresas. El FMI advierte que China está al borde de una trampa de deflación por deuda. El endeudamiento de los Gobiernos Locales y Locales está alcanzando niveles problemáticos. En tercer lugar, el exceso de capacidad podría provocar el cierre masivo de empresas, como ya es previsible en el sector solar. Si las empresas se ven obligadas sistemáticamente a vender al mismo precio de producción o por debajo de este, su propia existencia se ve amenazada. En cuarto lugar, existe el riesgo de una escalada de los conflictos comerciales debido a la agresiva estrategia exportadora de China. Occidente responde cada vez más al dumping de las exportaciones chinas con aranceles y barreras comerciales.
Socialmente, la crisis encierra un potencial considerable de conflicto. El alto desempleo juvenil está creando una generación desilusionada. Casi uno de cada cinco jóvenes no encuentra trabajo, a pesar de su excelente educación. Este fenómeno —graduados altamente cualificados sin un empleo adecuado— es políticamente explosivo. Al mismo tiempo, las desigualdades sociales están aumentando. La crisis inmobiliaria afecta principalmente a la clase media, que ha invertido su patrimonio en bienes raíces y ahora sufre pérdidas de valor o se encuentra viviendo en apartamentos sin terminar. Las nuevas obligaciones de seguridad social afectan principalmente a las personas con bajos ingresos y a las pequeñas empresas. La insuficiente red de seguridad social está forzando el ahorro preventivo e inhibiendo el consumo. Estas tensiones sociales podrían estallar en protestas, lo que presionaría al sistema político.
Las consecuencias ecológicas son ambivalentes. Por un lado, la expansión masiva de las energías renovables en China está impulsando el progreso global en la descarbonización. El exceso de capacidad en energía solar y eólica está reduciendo los costos a nivel mundial y acelerando la transición energética. Por otro lado, este exceso de capacidad es resultado de políticas industriales despilfarradoras y descoordinadas. Los recursos se asignan de forma ineficiente y el impacto ambiental de la producción es significativo. La sobreproducción de coches eléctricos está provocando guerras de precios que ponen en peligro la calidad y la sostenibilidad. Además, el suministro energético de China sigue basándose principalmente en el carbón, lo que socava los esfuerzos de protección climática.
Geopolíticamente, el modelo económico chino está exacerbando las tensiones internacionales. El enorme superávit comercial, que supera los 875 000 millones de dólares previsto para 2025, está provocando la ira de sus socios comerciales. Este superávit no refleja fortaleza, sino una demanda interna catastrófica y una estrategia exportadora desesperada. China está inundando los mercados con productos subvencionados, lo que amenaza a las industrias nacionales. Las reacciones son previsibles: la UE impone aranceles a los coches eléctricos chinos y Estados Unidos amenaza con aumentos arancelarios masivos. Una escalada de la guerra comercial entre Estados Unidos y China supondría una enorme carga para la economía mundial. El FMI advierte explícitamente contra este escenario. Además, China utiliza cada vez más su monopolio en materias primas y tecnologías críticas como arma estratégica. Los controles a la exportación de tierras raras, litio, grafito y otros materiales están exacerbando las tensiones geopolíticas.
La pregunta clave es si el sistema chino es capaz de implementar las reformas estructurales necesarias. El consenso entre los economistas es claro: China debe fortalecer el consumo interno, ampliar la red de seguridad social, reducir el exceso de capacidad y transformar su modelo económico. Sin embargo, estas reformas exigen decisiones políticas que vulneran intereses creados y resultan en pérdidas de crecimiento a corto plazo. Fortalecer la seguridad social requiere mayores impuestos o gravámenes. Reducir el exceso de capacidad conduce a quiebras corporativas y pérdida de empleos. Reducir la dependencia de las exportaciones reduce los ingresos de las industrias y regiones orientadas a la exportación. Recuperar las finanzas de los gobiernos locales requiere reformas fiscales y centralización, lo cual amenaza los intereses regionales.
Hasta el momento, los esfuerzos de reforma han mostrado poco impacto. El paquete de estímulo económico de diez billones de yuanes anunciado en noviembre de 2024 se centró principalmente en la reestructuración de la deuda de los gobiernos locales, no en estimular el consumo. Faltaban cifras concretas sobre la promoción del consumo. Las medidas tuvieron un efecto más estabilizador que promotor del crecimiento. En diciembre de 2024, el Politburó anunció una política fiscal más proactiva y una política monetaria moderadamente laxa para 2025, el estímulo más agresivo en diez años. Sin embargo, su implementación sigue siendo incierta. Los anuncios hasta la fecha han decepcionado sistemáticamente debido a la falta de medidas y cifras concretas. El enfoque en estimular el consumo como máxima prioridad, anunciado en marzo de 2025, hasta ahora no se ha materializado. Los 300 mil millones de yuanes planificados para subsidios al consumo para 2025 parecen modestos considerando una producción económica de más de $18 billones.
Un problema estructural es el predominio de la racionalidad política sobre la económica. El presidente Xi Jinping está priorizando la seguridad y la autosuficiencia nacional. La estrategia "Hecho en China 2025" y el XIV Plan Quinquenal enfatizan la autosuficiencia tecnológica y el enfoque en el mercado interno, siguiendo una estrategia de doble circulación. Esta estrategia busca reducir la vulnerabilidad de China ante las perturbaciones externas. Sin embargo, corre el riesgo de consolidar las ineficiencias y frenar la innovación. El énfasis en una política industrial dirigida por el Estado ha generado el exceso de capacidad descrito anteriormente. Una reversión requeriría un replanteamiento ideológico.
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Entre el cambio controlado y la progresiva japonización
Las trayectorias de desarrollo de la economía china en los próximos años pueden describirse en varios escenarios, que se basan en diferentes supuestos sobre la voluntad de reforma y factores externos.
En el escenario de reforma optimista, China logra una transición gradual hacia un modelo de crecimiento impulsado por el consumo. El gobierno implementa importantes estímulos al consumo: transferencias directas a los hogares, expansión del sistema de pensiones, mejora de la atención médica y desgravaciones fiscales para las rentas medias. La crisis inmobiliaria se estabiliza mediante intervenciones gubernamentales masivas: compra de proyectos inacabados, recapitalización de promotoras con dificultades y conversión de viviendas vacías en viviendas sociales. La deuda de los gobiernos locales se reestructura mediante programas de reestructuración de deuda y reformas fiscales. El exceso de capacidad se reduce de forma controlada mediante la formación de cárteles, restricciones a la producción y fusiones. Los conflictos comerciales con Occidente se atenúan mediante negociaciones. En este escenario, el crecimiento se estabiliza entre el 4 % y el 4,5 % anual hasta 2030, la tasa de consumo aumenta gradualmente hasta el 50 % del PIB, se evitan los riesgos de deflación y disminuye el desempleo juvenil. Sin embargo, este escenario requiere voluntad política para implementar reformas de gran alcance, algo que Pekín aún no ha demostrado.
En el escenario pesimista de estancamiento, China permanece atrapada entre un estímulo insuficiente y la ausencia de reformas estructurales. El estímulo al consumo sigue siendo débil, los problemas estructurales del sector inmobiliario siguen sin resolverse, las tendencias deflacionarias se intensifican y la deuda continúa aumentando sin una solución a los problemas de sostenibilidad. El crecimiento se desacelera al 3-3,5 % anual, la deflación se vuelve crónica, el desempleo juvenil se mantiene alto y las tensiones sociales aumentan. China atraviesa una fase similar a las décadas perdidas de Japón: bajo crecimiento, deflación, cambio demográfico y alta deuda pública. Este escenario actualmente no parece improbable, ya que las respuestas de Pekín hasta el momento han sido inadecuadas. El FMI advierte explícitamente que China está al borde de una trampa de deuda-deflación. El riesgo de japonización es real.
En un escenario de crisis, los problemas se agravan de forma descontrolada. Entre los posibles desencadenantes se incluyen el colapso de otras grandes promotoras inmobiliarias, con efectos de contagio en el sistema financiero; el impago de los gobiernos locales o las entidades de crédito público locales (GLFV); una creciente guerra comercial con aranceles estadounidenses masivos y contramedidas chinas; y el malestar social debido al alto desempleo y la pérdida de activos. En este escenario, China entra en recesión, el sistema financiero se ve sometido a tensiones, se produce una fuga de capitales y el yuan se deprecia drásticamente. Los líderes políticos responden con medidas autoritarias y un control estatal aún más estricto, lo que agrava los problemas económicos. Este escenario es menos probable que el de estancamiento, pero no puede descartarse. Las elevadas reservas de divisas de China, que superan los tres billones de dólares, los controles de capital y el control estatal sobre el sistema bancario, otorgan al gobierno un margen de maniobra para contener la crisis. Sin embargo, si la crisis se agrava de forma descontrolada, estos instrumentos podrían verse desbordados.
El escenario más probable se sitúa entre el estancamiento y la reforma: China implementa gradualmente estímulos más fuertes, pero evita reformas estructurales de gran alcance. El crecimiento se estabiliza entre el 3,5 % y el 4 % anual, por debajo de los ambiciosos objetivos, pero aún positivo. Los riesgos de deflación están contenidos, pero no completamente eliminados. Los problemas estructurales persisten y ralentizan el crecimiento a largo plazo. El desempleo juvenil se mantiene alto y la tasa de consumo aumenta lentamente. China se encuentra en una fase de transición de crecimiento rápido a moderado, similar a la de otros países de Asia Oriental. Este escenario significa que China sigue siendo un importante motor de crecimiento de la economía mundial, pero ya no es el dominante; se mantiene la estabilidad social, pero persiste la frustración; y las tensiones geopolíticas continúan latentes sin escalar ni resolverse.
Varios factores determinarán el desarrollo real. Primero, la política comercial estadounidense: ¿Cuánto se intensificará la guerra comercial? ¿Se impondrán aranceles del 100 por ciento a los productos chinos o se mantendrán medidas más moderadas? Segundo, la disposición de los líderes chinos a reformar: ¿Logrará Xi Jinping superar los intereses creados e implementar reformas estructurales? El Cuarto Pleno del Comité Central en octubre de 2025 y la adopción del XV Plan Quinquenal en 2026 marcarán el rumbo. Tercero, el desarrollo del sector inmobiliario: ¿Se estabilizará en 2025 como se esperaba o se profundizará la crisis? Cuarto, el desarrollo demográfico: China está envejeciendo rápidamente y su fuerza laboral se está reduciendo, lo que limita estructuralmente el potencial de crecimiento. Quinto, los avances tecnológicos: ¿Logrará China convertirse en un líder tecnológico en campos futuros como la IA, que podría generar nuevo crecimiento?
Una posible perturbación podría provenir del exterior: una recesión global afectaría gravemente las exportaciones chinas. Una escalada del conflicto con Taiwán conllevaría sanciones y aislamiento económico. Un colapso del comercio mundial debido al proteccionismo desglobalizador afectaría duramente a las economías orientadas a la exportación, como la china. Por el contrario, una desescalada con EE. UU. y una diversificación exitosa hacia nuevos mercados de exportación (África, Sudeste Asiático, Latinoamérica) podrían estabilizar la posición de China.
Las implicaciones a largo plazo para la economía global son significativas. Un estancamiento en China implica un crecimiento global más débil, ya que el motor de crecimiento actual ya no está presente. Al mismo tiempo, otros mercados emergentes, especialmente India, podrían cobrar mayor importancia. Las cadenas de suministro globales se están diversificando, lo que genera ineficiencias, pero aumenta la resiliencia. La guerra comercial está fragmentando la economía global en bloques, anulando los beneficios del libre comercio en términos de bienestar. Para Europa y Alemania, la debilidad de China implica, por un lado, una disminución de las exportaciones y, por otro, un alivio de la presión competitiva derivada del dumping de las exportaciones chinas.
Adecuado para:
- ¿Por qué se están debilitando las exportaciones de China y cómo evoluciona el comercio con EE.UU. y la UE?
Implicaciones estratégicas: Entre la presión reformista y la parálisis política
El análisis de la crisis económica china conduce a varias conclusiones clave con implicaciones de gran alcance para diversos actores.
La idea clave para los responsables políticos en China es la siguiente: el modelo de crecimiento actual está agotado y la transición hacia un crecimiento impulsado por el consumo es inevitable. La alternativa es una progresiva japonización, con décadas perdidas de bajas tasas de crecimiento. Esta transición requiere reformas estructurales de gran alcance, dolorosas a corto plazo, pero esenciales a largo plazo. En concreto, esto significa: una expansión masiva de la red de seguridad social, incluyendo el seguro universal de pensiones, la atención médica y las prestaciones por desempleo; reformas fiscales para financiar los servicios sociales y la reestructuración de las finanzas de los gobiernos locales; redistribución del ingreso y la riqueza para fortalecer el poder adquisitivo de las masas; liberalización del sector financiero para mejorar la asignación de capital; reducción del exceso de capacidad mediante la consolidación controlada del mercado; reorientación de la política industrial de la expansión cuantitativa a la innovación cualitativa; desescalada de la guerra comercial mediante negociaciones y la eliminación de las prácticas comerciales desleales. Esta agenda de reformas es bien conocida, pero su implementación ha fracasado hasta la fecha debido a la falta de voluntad política y a los intereses creados.
Para los líderes empresariales, tanto en China como a nivel internacional, la era de las tasas de crecimiento de dos dígitos en China ha terminado; una expansión moderada del tres al cuatro por ciento es la nueva normalidad. Las estrategias deben adaptarse. Para las empresas chinas, esto significa centrarse en el mercado interno en lugar de depender de las exportaciones, en la calidad en lugar de la cantidad, en la innovación en lugar de la imitación y en la rentabilidad en lugar de perseguir la cuota de mercado. Las desastrosas guerras de precios en muchos sectores son insostenibles. Las empresas internacionales necesitan diversificarse para dejar de depender de China. Esto aplica tanto a los mercados de venta como a las cadenas de suministro. China sigue siendo importante, pero ya no debería ser el pilar dominante. El mantra "En China, para China" está ganando terreno: la producción para el mercado chino debería realizarse cada vez más localmente, mientras que otras regiones sirven como centros de producción para los mercados globales.
Para los inversores, la valoración es ambivalente. Acciones chinas como Alibaba, JD.com y PDD ofrecen oportunidades de entrada potencialmente atractivas con valoraciones bajas. Si se materializan los esperados paquetes de estímulo económico, podrían producirse importantes subidas de precios. Sin embargo, la incertidumbre es alta, y los datos económicos decepcionantes y la insuficiencia de estímulos podrían generar mayores pérdidas. Los inversores a largo plazo con apetito por el riesgo pueden invertir de forma selectiva, mientras que los inversores a corto plazo deben proceder con cautela. La diversificación hacia otros mercados emergentes, especialmente India, parece sensata. La tendencia de consumo en los mercados emergentes es una sólida megatendencia, pero China no es la única, y podría dejar de ser el beneficiario más atractivo.
Esto plantea un dilema para la política económica europea y alemana. Por un lado, China es el socio comercial más importante, con enormes interdependencias. Por otro, el exceso de capacidad y el dumping de las exportaciones chinas están desestabilizando las industrias europeas. Se requiere una política comercial sólida: garantizar una competencia justa, proteger las industrias críticas mediante aranceles cuando sea necesario, pero evitar un proteccionismo generalizado. Al mismo tiempo, Europa debe fortalecer su propia competitividad mediante la innovación, la inversión y las reformas estructurales. Es necesario reducir la dependencia de China para tecnologías y materias primas críticas. Diversificar las relaciones comerciales con otros mercados emergentes es estratégicamente imperativo.
Hay mucho en juego para el orden económico global. La creciente guerra comercial entre Estados Unidos y China está fragmentando la economía global en bloques y reduciendo el bienestar global. El sistema multilateral de comercio de la OMC ya está gravemente dañado, y una mayor desglobalización amenaza. Al mismo tiempo, los problemas de China demuestran que el crecimiento dirigido por el Estado está llegando a sus límites y genera ineficiencias. La economía de mercado con libre comercio basado en reglas sigue siendo superior, pero necesita mayor desarrollo para frenar las prácticas desleales.
La trascendencia a largo plazo de la crisis económica china trasciende los aspectos económicos. Se refiere a la posibilidad de que el modelo chino de capitalismo autoritario tenga éxito a largo plazo. La crisis actual pone de manifiesto las limitaciones estructurales de este modelo: la asignación deficiente de recursos debido al control estatal, la falta de derechos del consumidor y de seguridad social que inhibe el consumo, la priorización de la política sobre la racionalidad económica y la falta de flexibilidad para adaptarse a las condiciones cambiantes. La pregunta crucial para los próximos años es si China podrá superar estas limitaciones mediante reformas dentro del sistema actual o si se requieren cambios más fundamentales. La respuesta a esta pregunta determinará no solo el futuro económico de China, sino también el equilibrio geopolítico de poder y el atractivo de los diferentes modelos económicos y sociales a nivel mundial.
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